Выбрать главу

Maldred saltó por encima de un pequeño cofre e intentó colocarse entre los dos combatientes.

—¡Detened esto! —vociferó el hombretón.

El ogro pasó veloz junto a él, extendió el brazo hacia el suelo y volvió a agarrar el tobillo de Dhamon, alzándolo hasta que quedó suspendido boca abajo, y sus dedos inertes rozaron el suelo de piedra.

—¡Lo mataremos por esta atrocidad! ¡Le entregamos la espada de Tanis el Semielfo e intenta matarnos con ella! ¡Increíble, eso es lo que es! ¡Nos lo mataremos despacio y dolorosamente!

—Debe de haber un motivo —Maldred estaba justo detrás de él—, un ataque de locura. Es mi amigo y…

—¡Acaba de firmar su sentencia de muerte! —aulló el otro—. Lo despellejaremos por esto y dejaremos su carne para que los carroñeros se den un banquete con ella. Le… ¡ahh!

El ogro se dobló hacia adelante y soltó a Dhamon, que había recuperado el sentido y conseguido acuchillar la pantorrilla del ogro con la aguja de su broche para capa de zafiro.

El humano rodó lejos del ogro que seguía profiriendo juramentos buscó a tientas por el suelo la ornamentada espada y se agazapó, listo para enfrentarse a la carga del otro. Cuando tal cosa no sucedió, Dhamon se incorporó y avanzó despacio.

—¿Cómo te atreves, humano insolente? —chilló Donnag; la cólera enrojecía aún más su ya de por sí rubicundo rostro—. Vamos a…

—… morir si no me entregas la auténtica espada de Tanis el Semielfo —finalizó el humano; dio un salto y blandió la espada contra las piernas del ogro, cortando los caros pantalones y haciendo brotar sangre.

El caudillo aulló y retrocedió. Entonces, Maldred corrió a intervenir, y le cortó firmemente el paso a Dhamon.

—Aparta, Maldred —el humano escupió cada palabra con énfasis; sus ojos tenían una expresión sombría, las pupilas invisibles, los labios se crispaban en una mueca feroz—. ¡Es la última vez que esta pomposa criatura envanecida me engaña!

—Gobierna en todo Blode, amigo mío. —El hombretón se mantuvo firme, listo para interceptar a su camarada—. Es poderoso. Tiene a sus órdenes todo un ejército, aquí y desperdigado por las montañas. —Las palabras surgieron como un torrente de los labios del ladrón—. ¡No puedes enfrentarte a él, Dhamon! ¡Coge la espada y huye! Abandona la ciudad y yo ya te localizaré más adelante.

—No pienso huir a ninguna parte.

Mientras lo decía, se lanzó hacia la derecha y Maldred dio un paso para detenerlo. El grandullón comprendió demasiado tarde que el movimiento del otro era una maniobra, pues en su lugar, Dhamon giró a la izquierda, los pies moviéndose veloces sobre piedra y monedas, para darse impulso con las piernas y saltar.

Pasó por encima de una larga caja de hierro y se arrojó contra Donnag, al que volvió a derribar. El ogro cayó pesadamente al suelo, y quedó tumbado desgarbadamente sobre un montón de monedas de acero. Dhamon estrelló la empuñadura de la espada contra el rostro del caído, sonriendo satisfecho al oír el crujido de huesos. Donnag gimió mientras Dhamon proseguía su ataque, golpeando repetidamente con el pomo del arma y rompiendo varios dientes. El humano volvió a apretar la hoja contra la garganta del ogro, echando una ojeada por encima del hombro para mirar a Maldred.

—¡Retrocede, Mal! —siseó, y el otro se apresuró a obedecer—. Separaré la cabeza de Donnag de sus desagradables hombros reales sin pensarlo dos veces.

El pecho de Dhamon se agitaba con fuerza debido al esfuerzo y tenía el cuerpo empapado de sudor. Notaba la empuñadura resbaladiza en la mano, y empujó con más fuerza el arma hacia abajo.

Maldred parecía indeciso, y paseaba la mirada entre su amigo y Donnag.

—Dhamon, suéltalo. Salgamos de aquí. Él es realmente bueno para Blode. Mátalo y arrojarás este territorio a una guerra mezquina tras otra. Tienes la espada, gran cantidad de joyas. Conozco una salida secreta de la ciudad y…

—No lo comprendes, Maldred, no tengo la espada.

El humano llevó la mano libre a la garganta de Donnag, para presionar su tráquea. El ogro jadeó y agitó violentamente los enormes brazos. Maldred se acercó más y miró por encima del hombro de Dhamon a los legañosos ojos azules del caudillo.

—¿Es eso cierto? —inquirió.

Donnag no respondió, no podía pues le habían cortado casi todo el suministro de aire. Pero la expresión de sus ojos fue suficiente, y Maldred dio un codazo a Dhamon.

—Sal de arriba de él.

Las palabras del hombretón eran frías pero autoritarias y, tras una breve pausa, Dhamon cedió. Sin embargo, mantuvo la larga espada apuntando al grueso cuello del ogro.

El caudillo se frotó la garganta y miró colérico a Dhamon, tragó saliva, y luego hizo intención de incorporarse. Esta vez fue el hombretón quien lo mantuvo inmovilizado, colocando el pie justo en el centro del pecho del ogro, mientras decía a Dhamon:

—¿Cómo sabes que no es la espada de Tanis?

—Lo sé —el guerrero estudió el feo rostro del ogro—. Lo sé porque conozco a Donnag. Nos engañó con respecto a los problemas de Talud del Cerro, piensa engañar a Fiona. La verdad es algo que desconoce por completo, Maldred. ¿Por qué tendría que darme la espada auténtica cuando puede engañarme con una hermosa pieza como ésta? —Dhamon escupió al caudillo y arrojó la espada a un lado, luego desenvainó la espada ancha que todavía llevaba, la que había robado en el hospital, y la agitó frente a los ojos del otro.

—Nos tenemos guardias —consiguió decir Donnag.

—No aquí abajo —lo atajó él—. Me di cuenta de que los dejabas a todos arriba. No confías en ellos como para dejarlos bajar aquí, ¿no es eso? ¿Temes que se lleven un poco de tus riquezas? Tu miedo te ha hecho vulnerable. Tu tesoro es tu punto débil, señoría. Bueno, ya no tendrás que preocuparte por tu valiosa colección. Los muertos no pueden gastar monedas. Y puesto que no tienes herederos, Maldred y yo podríamos muy bien llevarnos todo lo que pudiéramos transportar. Luego dejaremos que los guardas bajen aquí a coger lo que quieran. También Rig y Fiona pueden tomar lo que deseen. Y al demonio con todo tu territorio.

—¡Espera! —Por vez primera había auténtico terror en los ojos de Donnag; toda su altiva indignación había desaparecido, y su labio inferior temblaba ligeramente—. Te daremos la espada auténtica. ¡Lo juramos! ¡Deja que nos levantemos, Maldred!

—No. —Dhamon agitó la espada aproximándola más—. ¿Dónde esta?

—En… está en esa caja de acero. —El pecho de Donnag se estremeció de alivio cuando el humano retrocedió, en dirección a la caja sobre la que había saltado para llegar hasta el ogro.

—¡Vigílalo! —ordenó Dhamon a Maldred.

En cuestión de segundos, estaba ya arrodillado frente a la caja, atacando la cerradura con la punta de la espada, que se partió al abrirse el cierre. Manos sudorosas echaron atrás la tapa, que golpeó con un sonoro ruido metálico contra el suelo de piedra.

La espada guardada en su interior no descansaba sobre terciopelo ni en una vaina, como correspondería a un arma de su categoría e historia. Más bien se hallaba en el fondo de la caja, en medio de monedas de plata, correas de cuero de las que colgaban gemas sin tallar, bolsitas y otras fruslerías.

Dhamon apartó las monedas con cuidado y alzó la espada, con un brillo ansioso en los ojos. Era una espada larga, con el borde ribeteado por escritura elfa que no sabía leer, y el travesaño tenía la forma del pico de un halcón. No lucía ni con mucho tantos adornos como las otras armas expuestas en la pared del calabozo, y su confección no era tan magnífica como la de la espada con que el ogro había intentado engañarlo. Sin embargo, había algo extraordinario en ella, y el humano contuvo la respiración mientras se incorporaba y blandía el arma despacio frente a él.