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—… es lo que se cuenta —terminó Dhamon, y el otro asintió.

—Aunque no significa que no puedan hacer daño a quien la empuña. —El anciano profirió una risita, una fina risa aguda que hizo que al otro se le erizaran los pelos del cogote.

—Hay más… —instó Dhamon, y estiró la mano hacia el pichel del hombre, pero Caladar rechazó con un gesto que volviera a llenarlo.

—Pienso llevarme esa jarra a casa conmigo —declaró—. Y si bebo una gota más ahora, no podré acabar mi historia ni encontrar el camino a mi propia cama.

El guerrero tamborileó con suavidad en la superficie de la mesa y volvió a clavar los ojos en los del anciano.

—Sí, hay más. O eso es lo que se cuenta. Redentora a pesar de no estar tan hechizada como su espada gemela, estaba dotada con la habilidad mágica de encontrar cosas. —La fina risa aguda volvió a repetirse—. Tal vez Tanis era algo olvidadizo y necesitaba que la espada le dijera dónde ponía las botas cuando se las quitaba por la noche. Pero no creo que fuera así.

Dhamon tamborileó un poco más fuerte.

—Lo cierto es que Redentora puede localizar cosas. Se decía que encontraba tantas cosas en un día como lunas había en el cielo, que eran tres cuando los silvanestis forjaron el arma. Pero lo cierto es que también se decía que no lo hacía siempre. Tal vez sólo cuando quería hacerlo; quizá sólo podía encontrar cosas que estuvieran cerca, dentro del alcance de la magia. O quizá sólo funcionaba para ciertas personas. Una espada legendaria como ésa sin duda tiene que poseer sus propias normas. O es posible que tenga voluntad propia.

Dhamon dirigió una ojeada a la entrada cuando unos cuantos parroquianos salieron, cerrando la puerta de golpe. El tabernero se dedicaba a limpiar, preparándose para cerrar.

—Esas cosas de las que hablas, ¿bienes materiales? ¿Riqueza?

El guerrero asintió.

—Probablemente.

—¿Cosas intangibles?

—¿Como la mujer perfecta? ¿Como la felicidad? ¡Ja! Dudo que nadie pueda hallar la felicidad con todos estos dragones al mando. Y en cuanto a la mujer perfecta, no existe tal cosa, ni humana, ni elfa, ni de ninguna otra raza. Una buena mujer, eso ya es otra cosa. Pero búscala con el corazón joven, no con un objeto legendario forjado por elfos. —Se dobló aún más sobre la mesa, y su voz bajó mientras apoyaba la barbilla en el borde del pichel—. Realmente dudo que Tanis el Semielfo usara la espada para hallar riquezas o cualquier otra cosa. Sólo un ladrón o una persona desesperada utilizaría así un arma tan magnífica.

—Y ¿está aquí en la ciudad, dices? —Dhamon se apartó varios centímetros de la mesa—. Esa Redentora. ¿Qué quiere por ella ese ladrón de tumbas?

—Más de lo que alguien como tú puede ofrecer.

—Es posible —replicó él—. Pero pienso regatear fuerte por ella. ¿Dónde está? ¿Quién es ese ladrón y dónde puedo encontrarlo?

El anciano soltó una seca carcajada.

—Ahora llegamos al meollo de por qué dejé que me ofrecieras bebida y monedas. La espada estaba aquí. Y el ladrón estaba aquí. La semana pasada o la anterior. Los días se me confunden, sabes. Mi amigo Ralf consiguió echarle un vistazo, y dijo que era una preciosidad… dijo que era la auténtica. Sin duda.

—No comprendo…

—Lo que se decía por las calles y entre el gremio era que el ladrón de tumbas realmente quería venderla, y también otras chucherías que robó a los muertos. Pero Kortal sólo era una escala para él, un lugar donde pasar la noche y comprar provisiones. No contaba con vender la espada aquí en Kortal. La ciudad es demasiado pobre. Se dirigía a Khuri-khan, una ciudad mayor con arcas más grandes y donde los hombres y las criaturas que vagan por sus calles estarían deseosos de poseer tal objeto y tendrían las monedas con las que pagarlo. El ladrón habría obtenido una buena fortuna por ella allí.

—¿Habría?

Caladar bostezó y se apartó con cuidado de la mesa. Poniéndose en pie, se sujetó al respaldo de su silla unos instantes para recuperar el equilibrio; luego estiró la mano para coger la jarra.

—Ya lo creo que la habría obtenido. Pero abundan los ogros en las Khalkist, y Kortal se encuentra en los lindes de las montañas. Los ogros se enteraron de la presencia del ladrón y fueron en su busca. Y Ralf me dijo que lo llevaron a Blode, donde un lord poderoso y rico iba a dar al pobre ladronzuelo justo lo que buscaba.

* * *

Dhamon se concentró en la espada, pasando los dedos sobre el travesaño y trazando el contorno de la cabeza y el pico del ave. Esperaba sentir un hormigueo, en el pomo o en la hoja, si es que estaba tan magníficamente hechizada como afirmaban las leyendas. Pero no la notó distinta de otras espadas que había empuñado; sólo metal en contacto con su piel. Aunque tuvo que admitir de nuevo que estaba muy bien equilibrada.

Tal vez si supiera leer el texto elfo. Tal vez Maldred podría leerlo. Su grandullón amigo siempre parecía sorprenderlo. O puede que…

—Wyrmsbane —pronunció—. Redentora.

No percibía ningún hormigueo. Había empuñado otras armas hechizadas que parecían vibrar ligeramente en su mano. Pero había… algo. Una presencia casi, una sensación de que la espada lo percibía a él. Se concentró con fuerza y cerró los ojos, dejando fuera la fatigosa respiración de Donnag. Ahora sólo tenía conciencia del arma, de la empuñadura de metal que sostenía, en un principio fría al tacto, pero que luego pareció calentarse un poco.

—Wyrmsbane —repitió en voz baja.

¿Qué buscas?

Abrió los ojos de golpe y miró fijamente la hoja. ¿Había oído las palabras o sencillamente estaban en su cabeza? Dirigió una fugaz mirada a Maldred, pero su amigo vigilaba a Donnag, aunque de vez en cuando volvía la vista en dirección a Dhamon. Su rostro habría reflejado algo si hubiera oído hablar a la espada.

¿Qué buscas?

Dhamon tragó saliva con fuerza y pensó con rapidez. ¿Cómo poner a prueba la espada de Tanis el Semielfo?

—Wyrmsbane, ¿cuál es la joya más valiosa en esta habitación? —Desde luego había mucho donde escoger; tal vez aquella corona de la caja, se dijo Dhamon—. ¿Cuál es la más valiosa?

La espada no hizo nada, no transmitió ningún mensaje ni formó ninguna imagen en su mente. Tal vez sólo había imaginado que le hablaba. ¿Qué buscas? ¡Ja! Estaba tan cansado, al fin y al cabo. No hacía más que soñar despierto. Vio que Maldred lo observaba, y también Donnag. Había una expresión de inquietud en el rostro de este último, quizá porque temía que Dhamon se encolerizara si la espada no realizaba algún truco mágico. En ese caso, el humano podía matarlo como represalia.

El ogro vio que el otro lo estudiaba, y el caudillo desvió veloz la mirada. Así que es eso —pensó Dhamon—. Esta espada tampoco es la auténtica. Desde luego, encajaba con la descripción que le había dado el anciano de Kortal, pero no era especialmente delicada, como las otras armas hechizadas que había visto. ¿Una copia? Eso desde luego no quedaba fuera de las posibilidades del ogro. Engañar a los otros era algo natural en Donnag.

Podría acabar con él —pensó—. Tal vez con esta falsificación.

Suspiró y dio un paso al frente, meditando aún si dejar con vida al caudillo. Pensaba quedarse con la espada de todos modos, aunque sólo fuera porque estaba muy bien equilibrada. Tendría que buscar una vaina apropiada donde guardarla. Sin duda Donnag también tenía muchas de ellas por allí, cubiertas de joyas.