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Giró en dirección a la pared donde estaban las armas, luego de improviso dejó de moverse cuando la palma de su mano se enfrió, como si la hubiera introducido en un arroyo de montaña. A continuación su mano empezó a moverse, aunque no por su propia voluntad. La espada que aún sujetaba se movía, dirigiendo al guerrero hacia las zonas más recónditas de la cámara del tesoro donde la luz era más tenue. Empezó a tirar de él hacia allí, con suavidad, y él podría haberse resistido con facilidad, descartar la sensación como parte de su propio cansancio.

La que buscas.

¿Oía aquellas palabras? ¿Las oían también Maldred y Donnag? ¿Había vuelto a imaginarlas? ¿Una mala pasada provocada por su hambre y agotamiento? No importaba, dio un paso en aquella dirección y luego otro, mientras el arma lo guiaba como si fuera una varilla de zahori.

—¿Dhamon? ¿Qué estás haciendo? —La voz de Maldred rezumaba curiosidad.

—Vigílalo —respondió él.

El hombretón giró para no perder de vista a Donnag y a Dhamon, aunque se dio cuenta de que el caudillo ogro no necesitaba en realidad que lo vigilaran, no por el momento al menos. Estaba clavado en su sido observando cómo Dhamon manejaba la espada.

El humano se detuvo en medio de sombras espesas e inquietantes. Se hallaba en un nicho rebosante de jarrones dorados tan altos como un hombre y finos pedestales que exhibían primorosas estatuillas de elfos y duendes, y se dijo que sin duda resultarían impresionantes, si hubiera suficiente luz para distinguir sus facciones. Su mano se tornó helada y seca, como si el pomo que empuñaba fuera de hielo. Resultaba una sensación curiosa, pues el resto de su cuerpo estaba caliente debido al opresivo calor del estío, y sudaba. La espada parecía querer atraerlo más al interior de la pequeña habitación y, tras aspirar profundamente unas cuantas veces, él obedeció. Se dio cuenta de que el lugar no era un nicho, sino otra celda. Sus ojos escudriñaron las tinieblas y descubrieron esposas en el muro, muy altas y demasiado grandes para usarlas en humanos, tal vez incluso demasiado grandes para un ogro. De no haber habido tantas chucherías valiosas desperdigadas por allí, y de haber dispuesto de una fuente de luz apropiada, podría haber investigado más, sólo por curiosidad.

Pero el arma tiraba de él hacia una esquina, en dirección a un pedestal y una caja de madera negra deteriorada por el agua que descansaba encima de él. Dhamon la abrió y pasó los dedos sobre el pequeño objeto del interior.

—Precioso —dijo, imaginando qué aspecto debía tener.

—¡No! —gimió Donnag.

Maldred giró en dirección al caudillo ogro y, apuntándolo con un dedo, le impidió moverse.

—¿Dhamon? ¿Qué es?

Su compañero sostuvo la espada con una mano mientras introducía la otra para asir una gema del tamaño de un limón grande. El frío desapareció de su mano, y la sutil incitación de Wyrmsbane desapareció. Abandonó el lugar y fue a colocarse bajo un farol.

La joya, que colgaba de una larga cadena de platino que centelleaba como si fuera una estrella, despedía un tenue fulgor. Era de un tono rosa pálido, y la habían tallado en forma de lágrima. La luz chispeaba sobre sus facetas.

Donnag emitió un ruido que sonó como un sollozo ahogado.

—Es un diamante, ¿no es cierto? —preguntó Dhamon, y se encaminó hacia Maldred y el ogro.

El caudillo asintió, y una gran tristeza apareció en sus ojos.

—Lo llaman la Aflicción de Lahue. Debe su nombre a los bosques de Lahue en Lorrinar donde lo encontraron. Nadie sabe de dónde fue extraído. Lo conseguí…

—No me importa cómo lo adquiriste —interrumpió Dhamon.

—No lo cojas. Por favor. Cualquier otra cosa. Todo lo que puedas cargar.

—Es perfecto —observó el humano.

—Inestimable —añadió Donnag.

—Y ahora es mío.

El ogro hizo otro movimiento para protestar, pero una mirada de Maldred lo detuvo.

—Considéralo mi pago por esta información —empezó Dhamon—. La lluvia que invade tu reino y todas las Khalkist, no es natural. Fue invocada por un ser que está en el pantano de Sable, uno que tiene el aspecto de una criatura. Sospecho que es una represalia por todos los dracs que mataron tus hombres. O tal vez sea un intentó del dragón para ampliar su ciénaga. La lluvia ha inundado muchos pueblos de las estribaciones. Tal vez acabará por arrastrar a Talud del Cerro.

—¿Cómo sabes eso? —inquirió Donnag, palideciendo, olvidada la joya por el momento.

—Una visión. En las profundidades de tu montaña.

—Entonces la lluvia, la criatura, hay que detenerlas. Pero ¿cómo?

—No tengo ni idea —Dhamon se encogió de hombros—. Y a mí no me atañe. No tengo intención de permanecer en estas montañas, de modo que la lluvia ya no me molestará durante mucho más tiempo de todos modos. Desde luego tienes sabios bajo tu real control que pueden proporcionarte mucha más información. Tal vez pueden decirte cómo conservar tu reino. —Se volvió hacia Maldred, arrojándole la Aflicción de Lahue.

El hombretón se apresuró a atrapar la imponente gema y a introducirla en un bolsillo.

—Tu parte en todo esto —le dijo Dhamon, sopesando la larga espada—. Yo tengo lo que buscaba, y unas cuantas fruslerías para entretener a Riki. Volveremos a encontrarnos, mi buen amigo. Tal vez dentro de unos cuantos meses. Después de que hayas llevado a cabo el encargo de Donnag de ir a las minas. Y cuando hayas acabado de jugar con la solámnica.

—Yo me quedaré aquí un poco más, con Donnag —respondió él, asintiendo.

—Gracias, Mal.

Dhamon le dedicó una sonrisa perspicaz. Luego ascendió por la oxidada escalera saltando los peldaños de dos en dos, con la intención de poner tierra de por medio lo más rápidamente posible entre él y un muy enfurecido Donnag.

Los guardias ogros del caudillo, que parecían estar al tanto de todo lo que sucedía en la ciudad, le indicaron que Rikali estaba en el establecimiento de Sombrío Kedar. Él pasó por allí unos instantes y se encontró con que dormía.

Dhamon dijo a Sombrío que no despertara a la semielfa le dejó una bolsa de cuero para ella. Estaba llena de pequeñas chucherías procedentes de la cámara del tesoro de Donnag; algo brillante para que ayudara a acelerar su recuperación y calmara su ira por haber sido abandonada herida en compañía de Rig. Desde luego, también arrojó un valioso dije a Sombrío para pagar por los cuidados de Rikali. Tras esto, el guerrero se puso en marcha de nuevo.

Encontró un callejón sin salida lejos de la mansión, oscuro debido a las espesas nubes que cubrían el cielo y a la cercanía de las paredes en ruinas que se alzaban a tres de sus lados. Se desvistió y dejó que la torrencial lluvia lo lavara, eliminando el hedor de su cuerpo al tiempo que lo estimulaba. Durante casi una hora disfrutó con esa sensación, invisible a los ogros que pasaban arrastrando los pies por el extremo opuesto de la calle. Luego restregó sus ropas contra una pared, para desprender la sangre, la suciedad y el sudor que se les habían adherido.

Cuando terminó, se vistió y permaneció inmóvil durante un rato, concentrándose en la lluvia, aspirando con fuerza el aire que olía mucho mejor que la mohosa atmósfera de la cámara del tesoro de Donnag. A continuación se ocupó de sus cabellos, cortando los extremos enmarañados con Wyrmsbane. Utilizó una daga para afeitarse, teniendo cuidado de no cortarse y deseando, por algún motivo, parecer más presentable de lo que había estado en bastante tiempo.

—Una vaina —recordó, mientras atisbaba fuera del callejón—. Debería haber echado una ojeada en la residencia de Donnag, iba a hacerlo. Pero deseaba tanto salir de allí.

De todos modos, sospechó que podría conseguir una del armero que había visitado antes del viaje a Talud del Cerro. La cambiaría por su espadón.

—Y alguna otra cosa apropiada que pueda ponerme.

Meditó la posibilidad de volver a visitar a la ogra costurera, donde había adquirido sus pantalones y botas, pues tal vez tendría algo que fuera de su talla. Pero aguardaría hasta que el sol empezara a ponerse y no pudiera ser visto con tanta facilidad. Donnag podría buscar una pequeña venganza por la proeza del humano en su cámara del tesoro, y desde luego el gobernante poseía ojos y oídos por toda la ciudad; Dhamon pensaba mostrarse muy cauto hasta que pudiera escapar bajo el manto de la oscuridad.