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Un ruido entre la maleza hizo que Maldred retrocediera violentamente, mientras sus manos se movían veloces en dirección a la empuñadura de la espada sujeta a su espalda, aunque se detuvieron al reconocer a los dos exploradores ogros que había enviado a reconocer el terreno. Las criaturas se mostraron anonadadas ante las secuelas de la batalla, y Maldred les proporcionó una versión reducida de los acontecimientos.

Los exploradores informaron con rapidez a Maldred y Dhamon, quienes escuchaban atentamente, mientras Fiona dedicaba a Rig una mirada inquisitiva.

—¿Estás seguro de que no nos encontramos cerca de Takar? —preguntó.

—Sí, pero no sé dónde estamos —repuso él.

—Yo lo sé. Estamos a menos de un kilómetro y medio de las minas Leales —contestó Dhamon, mirando cara a cara al marinero, mientras sus ojos danzaban bajo la luz de la antorcha—. Si queréis rescatar a alguien, hay muchos prisioneros allí que lo necesitan.

Fiona paseó una incrédula mirada entre Dhamon y Rig, luego soltó aire con fuerza por entre los dientes y dio un enfurecido paso en dirección a Maldred. La mano de Dhamon chocó con fuerza contra su peto, deteniéndola. El hombretón hablaba a los exploradores en el idioma de los ogros, señalando con ademanes al ejército de mercenarios y luego al sur.

—Los está preparando —explicó Dhamon—. Dando unas cuantas órdenes. Ya sabes cómo es esto, Fiona. Los soldados necesitan instrucciones antes de una batalla.

—Tú y Maldred le mentisteis —Rig hizo descender el brazo del otro de una palmada—. Le prometisteis un pequeño ejército de mercenarios.

—Yo no le prometí nada.

—Maldred, Donnag…

—Bien, Rig, quedan treinta mercenarios, después de las serpientes.

—Para Takar —declaró Rig, tajante—. Debían ser para Takar.

—Nosotros no queríamos ir a Takar —replicó Dhamon—. Yo desde luego no tenía intención de ir ahí… ni a ninguna otra parte de este bendito pantano, en realidad. Deberías haberte dado cuenta de ello hace días, Rig. —Su voz era gélida, la mirada dura y firme—. Maldred tenía su propio plan, y pensó que podría utilizar vuestra destreza con las armas. Sois buenos en combate, los dos. Y él parece tenerle mucho cariño a Fiona.

—Fiona —afirmó Rig con suavidad—. Todo esto gira alrededor de ella. Maldred siente más que cariño por ella. Le mintió sólo para mantenerla cerca.

Dhamon no respondió a eso.

—Sospecho que los dos habríais venido con nosotros desde el principio si no hubierais estado tan empeñados en ir a Takar para pagar el rescate de un caballero solámnico. Lo siento, el cadáver de un caballero. El plan de Maldred es tan noble como el vuestro. Sólo que no tan peligroso… o inútil.

—No vamos a seguir adelante. —Fiona retrocedió, cerrando los dedos sobre la empuñadura de su espada—. Con ninguno de vosotros. —Su tono era tan venenoso como el de Dhamon, su postura rígida—. Rig tenía razón desde el principio, y yo fui una estúpida al no escucharlo. ¿En qué pensaba? Están mis sentidos tan confundidos que…

Rig la tomó del brazo y la arrastró unos pasos lejos de Dhamon.

—No podemos permitirnos una confrontación aquí —susurró, mientras sus ojos se movieron veloces entre Dhamon y Maldred, que seguía ocupado dando órdenes; varios ogros se habían reunido con el hombretón.

—Ojalá pudiera entender lo que dicen —refunfuñó—. No se puede confiar en ellos. No sé qué dicen. —Su expresión se suavizó al contemplar el rostro ovalado de la mujer—. Escucha, realmente son demasiados, y sé ahora con seguridad que no se puede confiar en uno solo de ellos.

—Estoy de acuerdo. ¿Podemos hallar el camino a Takar solos? Si mi hermano está realmente muerto… —Dejó que el pensamiento se apagara, aspiró con fuerza y adoptó de nuevo su actitud militar—. Es culpa mía por no encontrar otra vía para conseguir las monedas y las joyas. Y ahora el rescate que había conseguido sacarle al caudillo Donnag ha desaparecido. —Apartó los dedos del pomo del arma y unió las yemas de ambas manos en su acostumbrado gesto de nerviosismo.

—Fiona…

—Oh, Rig. Quizá no necesite las monedas. Si vamos a Takar puedo encontrar al viejo draconiano. Lo reconocería al instante. Quizá podría persuadirlo para que me dijera con toda seguridad si mi hermano está realmente muerto. Debo obtener algo más que tu visión. Tal vez, sólo tal vez, la hembra Negra podría entregarlo… —Hizo una pausa—. Mi espada tiene un valor, mi armadura. Tal vez no todo está perdido.

—Fiona por favor —Rig posó las manos en sus hombros—. Pongamos fin a esto. Olvida Takar. Si quieres honrar a tu hermano, olvida su situación. Olvida todo esto. Vayamos a Shrentak en su lugar, intentemos rescatar a los prisioneros que aún siguen vivos. Puede que donde una guarnición fracasó, dos personas tengan éxito. Inadvertidos. Escabulléndonos de un lado a otro. Eso sería una acción honrosa.

El rostro de la mujer se suavizó por un momento, sus ojos se llenaron de lágrimas y su postura se relajó. Parecía como si pudiera darle la razón, pero entonces Maldred se aproximó, extendió el brazo y la tocó en el hombro, atrayendo su atención. Los ojos de Fiona se encontraron con los suyos y se iluminaron al instante.

—Fiona —empezó a decir el hombretón; sujetaba una antorcha, que mostraba con toda claridad los ángulos de su rostro y las heridas que había sufrido, los grandes ojos oscuros que sostenían la mirada de ella a pesar de su furia—. Pensamos liberar a los ogros que la Negra hace trabajar como esclavos en las minas Leales. Son gente de Donnag, buenas personas todos ellos, y la hembra de dragón los está matando a trabajar. Dhamon y yo queremos vuestra ayuda.

—¡No pensamos ayudar! —respondió Rig, dirigiendo una venenosa mirada a Dhamon y a Maldred—. ¡No pensamos seguir ni un paso más con gentes como vosotros!

—Teníamos nuestro propio plan —admitió el hombretón—. Sólo resultó conveniente que quisierais viajar a través del pantano de la Negra. Pensamos que podríamos utilizar vuestras habilidades para el combate durante el trayecto. Sois buenos en una pelea, los dos. Sin duda habríamos perdido más ogros contra las serpientes de no haber estado vosotros.

Maldred hizo un gesto con la mano y dio la vuelta. Fiona lo siguió, mientras Rig contemplaba anonadado cómo ambos se encaminaban hacía los ogros que estaban reunidos. Maldred empezó a hablarles.

—¿Fiona? ¿Qué estás haciendo?

Ella se mantuvo a la altura del hombretón y no respondió al marinero.

—Ojalá pudiera comprenderte, Fiona —refunfuñó Rig—. No puedo. Ni tampoco puedo confiar en ellos. No comprendo nada de lo que dicen. —Su expresión se suavizó un poco al mirar a Fiona; el rostro de la mujer estaba en calma, lo que le inquietó.

—Dama guerrera —empezó Maldred, hablando en voz baja, para que el marinero no pudiera oírlo—. Queridísima Fiona, es cierto que tenemos nuestro propio plan, uno que evidentemente me equivoqué al ocultarte. —Su voz era profunda y uniforme, tan agradable al oído, que era casi un melódico canto—. Pero sinceramente quiero rescatar a tu hermano al mismo tiempo. Liberaremos a estos ogros, luego iremos directamente a Takar. Tienes mi palabra. Puedes confiar en mí, mi amor.

—Rig cree que mi hermano está muerto. —La mujer siguió mirándolo fijamente a los ojos—. Dice que vio una imagen…

—Lo oí. Y Dhamon también me lo contó. Pero no puedes confiar en una visión, Fiona. No puedes confiar en Rig. Recuerda, él no te merece. Por encima de todo, debes mantener la esperanza de que tu hermano está vivo. Me gustaría mucho conocerlo, ya lo sabes. Continúa hasta las minas con nosotros y luego iremos a Takar y encontraremos a ese viejo draconiano del que hablaste.

—El de la cicatriz —repuso ella con suavidad—. El que lleva un grueso collar de oro.

—Sí, lo encontraremos. Quédate conmigo. Y obtendremos la liberación de tu hermano.

—Pero no tengo el rescate.

—Ya pensaremos algo. Las minas mismas están llenas de plata.