Выбрать главу

Dhamon había luchado en el pasado con alguno de su raza, como el drac rojo de Malys, y su labio se crispó involuntariamente hacia arriba en una mueca ante el recuerdo mezclado con lo que tenía delante.

Varios dracs portaban látigos, y era evidente que disfrutaban usándolos sobre los esclavos ogros. El humano contempló a un esclavo de aspecto especialmente frágil, que no se movía con la suficiente velocidad para el gusto de un drac. La criatura azotó al ogro con furia, luego se adelantó y escupió una gota de ácido que chisporroteó sobre la espalda lacerada del cautivo. Pero éste no aulló de dolor, como esperaba Dhamon; se limitó a regresar a las sogas arrastrando los pies y a volver al agujero del suelo en busca de otra carga.

Del agujero más pequeño abierto en la colina, humanos y enanos sacaron más cajas de mineral, seguidos por otros dos esclavos ogros que estaban tan encorvados que parecía que se arrastraban por el suelo.

—Podrías haberme contado la verdad sobre este lugar y habría venido —dijo Fiona a Dhamon, estremeciéndose—. Sólo por este motivo.

—No lo sabía —respondió él.

—Maldred sí.

Entonces mi amigo Maldred no habría necesitado usar su hechizo sobre ti, pensó Dhamon, recordando la rectitud de la solámnica cuando los acompañó a la Ventana a las Estrellas. La mujer dijo algo más, hablando en voz baja otra vez, en esta ocasión a Maldred. Dhamon no le prestó atención, absorto en la observación de los dracs que azotaban a los mineros, escupían a los que se movían demasiado despacio y clavaban sus zarpas al más decidido del grupo para mantener a raya al resto. Contaba el número de aquellos seres, buscaba a otros guardias y capataces y se preguntaba si debería haber dejado todo ese asunto a Maldred y su títere solámnico y haberse adentrado más en el pantano por su cuenta, en busca de su cura. La mano derecha de Dhamon se deslizó hacia su espada. Vibraba ligeramente, y eso lo desconcertaba.

Había una docena de dracs en la zona, y no consiguió detectar ninguna otra criatura en el follaje que rodeaba el perímetro. Pero había más en la mina, estaba seguro de ello. Y necesitaba averiguar exactamente cuántos eran.

Hizo unos cuantos gestos con los dedos a Maldred: el silencioso lenguaje de los ladrones que Rikali le había enseñado. Por un instante se preguntó cómo le iría a la semielfa; estaría furiosa por haber sido abandonada, eso era seguro. De todos modos, estaba más segura así, se dijo. Y él estaba mucho mejor sin una relación, aunque descubrió que la echaba de menos.

El hombretón asintió e hizo otra seña a Dhamon, agitando los dedos a gran velocidad. Luego empezó a susurrar órdenes a los ogros.

Dhamon alzó el brazo, la hoja de Tanis el Semielfo centelleando bajo la luz. A continuación lo dejó caer como indicación y echó a correr al frente, con los ogros y Maldred atacando detrás de él. Fiona se unió a la carga, dirigiéndose hacia un drac de impresionante tamaño que azotaba a un enano recalcitrante, aunque estuvo a punto de resbalar, ya que el suelo era fangoso a pesar de la ausencia de lluvia. El golpeteo de los pies del reducido ejército era como un trueno ahogado, y el agua y el barro rociaban el aire a su paso.

Los dracs se sobresaltaron, pero reaccionaron con sorprendente rapidez. Unos pocos agarraron esclavos y los utilizaron como escudos; otros inhalaron con fuerza, para a continuación expulsar gotas de ácido con las que bañar a los ogros atacantes. Los hombres de Donnag chillaron sorprendidos y doloridos, pero no retrocedieron.

—¡Desplegaos! —vociferó Maldred en Común, para repetirlo a continuación en ogro.

La palabra atormentó a Dhamon. Era lo que Gauderic había gritado a los mercenarios en los bosques Qualinestis cuando se enfrentaban a la hembra de Dragón Verde. Por un instante, el humano volvió a ver el bosque, a los elfos y humanos corriendo junto al río, en dirección a la Verde; corriendo porque él había revocado la orden de Gauderic de que huyesen. ¡Desplegaos! oyó gritar a Gauderic en su cabeza. Pero aquel bosque se encontraba muy lejos de allí, y los hombres que se habían enfrentado al dragón estaban todos muertos. Y Gauderic, amigo de Dhamon y su segundo en el mando, también estaba muerto, por la mano del propio Dhamon. Muerto y enterrado.

—¡Desplegaos! —aulló de nuevo Maldred.

Tragando saliva con fuerza, Dhamon corrió hacia el drac más próximo, se agachó bajo una nube de escupitajos ácidos y, a continuación, saltó al frente y clavó el hombro en el estómago de la criatura. Sus brazos se movían arriba y abajo a toda velocidad. La hoja de Tanis acuchilló el pecho de la bestia una y otra vez mientras la empuñadura vibraba alegremente.

La criatura cayó debatiéndose, y él hundió la espada una vez más, observando que la escritura élfica a lo largo de la hoja relucía con un tenue tono azul. Luego se apartó con un empujón del caído, justo en el momento en que éste se disolvía en una lluvia de ácido, que milagrosamente no cayó sobre el humano. Oyó en derredor el restallar de látigos y el ruido sordo de las armas al golpear carne de drac y, sin detenerse un segundo, prosiguió con su ataque lanzándose sobre otra criatura, rodeando veloz a un par de demacrados ogros que permanecían de pie inmóviles contemplando con incredulidad lo que ocurría. Saltó por encima de una caja de mineral y estrelló el pie en el pecho de otro drac, al que hizo perder el equilibrio al tiempo que el látigo abandonaba sus afilados dedos para salir disparado por los aires. Pero el ser agitó con furia las alas para mantenerse en pie, inhaló con fuerza y lanzó un enfurecido escupitajo a Dhamon; el ácido aliento lo golpeó en el pecho, mientras sus zarpas desgarraban lo que quedaba de su jubón de cuero. La corrosiva sustancia no afectó a Dhamon, aunque cayó alrededor de él, y el hombre comprendió que se debía a la magia de la espada que lo mantenía a salvo. Los zumbidos persistían.

—Indica la presencia de progenie de dragón —conjeturó sobre la hormigueante sensación.

Y desde luego los dracs tenían su origen en magia de dragón. A continuación, Dhamon se concentró únicamente en la batalla; apretó los dientes y echó la espada hacia atrás y luego la lanzó al frente con todas sus fuerzas contra la criatura, a la que acertó en la cabeza, atravesando con facilidad el hueso y el cerebro. Luego extrajo el arma y se alejó a toda velocidad, mientras su adversario se disolvía en una nube de ácido que cayó sobre el suelo.

Se encaminó hacia la mina más pequeña, de la que emergía un drac deforme.

—Una abominación —musitó Dhamon.

Por grotescos que fueran los dracs, esa criatura era mucho peor. La cabeza descansaba sobre un grueso cuello en el que sobresalían venas que parecían sogas; las alas eran achaparradas, una de ellas festoneada como la de un murciélago, la otra redondeada y un poco más larga. La bestia tenía tres brazos, el tercero surgiendo de su costado derecho, varios centímetros por debajo del de aspecto más normal. Y la mano que remataba la tercera extremidad aparecía pequeña y suave, del tamaño de la de un kender o un gnomo. Los ojos de la abominación eran inmensos y sobresalían de su cabeza, dispuestos a ambos lados de una ancha nariz chata. Lucía una cola, más larga que la de los dracs, y en su extremo se hallaban las chasqueantes fauces de una serpiente.

—Monstruo —escupió Dhamon.

Las abominaciones eran creadas mediante el mismo proceso que los dracs, según había averiguado. Pero, en lugar de humanos, el dragón utilizaba elfos, kenders, enanos y gnomos. No había dos abominaciones que se parecieran, y no se tenía conocimiento de que los otros señores supremos dragones las crearan a propósito. Excepto la Negra. La corrupta señora suprema del pantano prefería a sus hijos corrompidos.