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Al día siguiente, la pradera mostró algunos cambios; la hierba verde brillante en la que se hundían hasta la rodilla se mezcló con un césped bajo, de tonos azulados, y pronto el grupo se encontró cabalgando sobre una llanura azul.

Los terrenos privados de los Medio-caballos — observó Kickaha, y envió a los guías a mayor distancia del grupo principal.

Después advirtió a Wolff:

No dejes que te capturen vivo, y los Medio-caballos menos que nadie. Una tribu humana puede adoptarte en vez de darte muerte, si tienes el coraje suficiente como para escupirles en la cara mientras te están asando a fuego lento. Pero los Medio-caballos no tienen siquiera esclavos humanos. Te mantienen vivo y a los gritos durante semanas enteras.

Cuatro días después de esa advertencia, al llegar a la parte más alta de una cuesta, divisaron hacía adelante una banda oscura.

Son los árboles que crecen junto al río Winnkaknaw — dijo Kickaha —. Estamos a mitad de camino de los Arboles de Muchas Sombras. Azucemos a los caballos hasta llegar al río. Tengo el presentimiento de que se nos ha acabado la buena fortuna.

En ese momento vieron hacia la derecha, a varios kilómetros de distancia, un relámpago de sol blanco; Kickaha guardó silencio. El caballo blanco de Cuchillo Perverso, uno de los guías, desapareció en una depresión entre dos elevaciones. Pocos segundos después una mancha negra apareció detrás de él.

—¡Los Medio-caballos! — gritó Kickaha —. ¡Vamos! ¡Al río! Si llegamos allí, podremos resistir entre los árboles.

Capítulo 9

LOS CENTAUROS

En un solo impulso, todo el grupo salió al galope. Wolff azuzaba a su magnífico ruano, a pesar de que el animal no necesitaba de ello para expandir el corazón y dar a sus patas la máxima velocidad. Aunque la pradera pasaba velozmente a su lado, Wolff no dejaba de mirar hacia su derecha. La yegua blanca de Cuchillo Perverso aparecía de tanto en tanto, al trepar las pequeñas lomas de la llanura. El guía se encaminaba oblicuamente hacia los suyos. A cuatrocientos metros de distancia, cada vez más cerca, venía la horda de Medio-caballos. Sumaban unos ciento cincuenta, y tal vez más.

Kickaha arrimó a Wolff su potro, un animal dorado, de crines y cola platinadas.

— Cuando nos alcancen, manténte a mi lado. Estoy organizando una columna de a dos. Es una maniobra clásica que siempre da resultado. Permite que cada hombre cuide el flanco de su compañero.

Y se volvió para dar sus órdenes al resto. Wolff condujo su ruano hasta ubicarlo detrás de Patas de Carcayú y Duerme-de-pie. Detrás, Hocico de Oso Blanco y Manta Grande trataban de mantener una distancia uniforme con él. El resto del grupo estaba en desorden; Kickaha y Patas de Araña, uno de los consejeros, trataban de organizarlo.

Al fin formaron una columna de a dos en fondo. Kickaha se ubicó junto a Wolff, y gritó por sobre el ruido de cascos y el silbido del viento:

—¡Son más estúpidos que los puercoespines! ¡Querían lanzarse contra los centauros! ¡Pero los he hecho razonar!

Oso Borracho y Demasiadas Esposas, otros dos de los guías, corrían a su encuentro desde la izquierda. Kickaha les indicó por señas que se unieran a la retaguardia, pero ellos mantuvieron el ángulo recto y pasaron de largo por detrás de la columna.

—¡Los muy tontos pretenden rescatar a Cuchillo Perverso!

Los dos guías y Cuchillo Perverso se aproximaban a un punto de convergencia. Este último estaba sólo a unos cuatrocientos metros de los Hrowakas, seguido por los Medio-caballos a varios cientos de metros. Los enemigos se acercaban cada vez más, galopando a una velocidad que ningún caballo cargado podía igualar. Al acortarse la distancia, Wolff pudo apreciar ciertos detalles que le hicieron comprender mejor qué clase de seres eran.

Se trataba de verdaderos centauros, aunque no exactamente como los habían descrito los pintores de la Tierra. Eso era comprensible. El Señor, al darles forma en sus biolaboratorios, debió hacer ciertas concesiones a la realidad. El principal ajuste se debía a la necesidad de oxígeno. La gran parte animal del centauro necesitaba respirar, cosa que las representaciones convencionales habían olvidado. El aire era proporcionado, no sólo por el torso superior y humano, sino también por la parte interior y animal. Los pulmones relativamente pequeños de la parte superior no podrían satisfacer la necesidad de aire.

Por otra parte, el vientre del tronco humano habría bloqueado al resto todo alimento. O de lo contrario, en el caso de que ese pequeño vientre estuviera vinculado a los grandes órganos digestivos de la parte equina, restaba el problema de la dieta. Los dientes humanos se gastarían rápidamente por la abrasión del pasto.

Por lo tanto, aquellos seres híbridos que se acercaban tan amenazadores y a tal velocidad no coincidían exactamente con las criaturas míticas utilizadas como modelos. La boca y el cuello eran lo bastante grandes como para permitir la entrada de suficiente oxígeno. En reemplazo de los pulmones humanos había un órgano similar a un fuelle, que aspiraba el aire a través de una abertura en forma de garganta y la pasaba a los grandes pulmones del cuerpo hipoide. Éstos eran más grandes que los de un caballo, pues la parte vertical aumentaba la demanda de oxígeno. Se les había hecho lugar mediante la eliminación de los grandes órganos digestivos que corresponden a los herbívoros reemplazados por los de un carnívoro. El centauro se alimentaba de carne, incluida la de sus víctimas amerindias.

La parte equina era del tamaño de un caballito indio. Los pelajes, rojo, negro, blanco, palomino y pinto. El pelo de caballo cubría todo el cuerpo, con excepción del rostro; éste era mucho más grande que el de un hombre normal, de pómulos altos y nariz grande. Parecían una reproducción a escala ampliada de los indios que poblaban las praderas de la Tierra; Nariz Romana; Toro Sentado y Caballo Loco. Llevaban los rostros decorados con pinturas de guerra, y lucían sombreros emplumados, cascos de piel de búfalo o cuernos prominentes.

Sus armas eran las mismas que empleaban los Hrowakas, con excepción de una: la boleadora: consistía en dos piedras redondas, cada una sujeta al cabo de una tira de cuero crudo. En el preciso momento en que Wolff se preguntaba cómo actuar en el caso de que le arrojaran una, las vio en acción.

Cuchillo Perverso, Oso Borracho y Demasiadas Esposas corrían a la par, a sólo veinte metros de sus perseguidores. Oso Borracho, volviéndose, disparó una flecha. El proyectil se clavó en el órgano fuelle de un Medio-caballo, bajo el pecho humano. El Medio-caballo cayó y giró sobre sí mismo varias veces, hasta quedar inmóvil, el torso superior desviado en una forma tal con respecto al resto que sólo podía indicar una fractura de columna; esto, a pesar de que la articulación cartilaginosa entre ambas partes permitía una extrema flexibilidad al tronco.

Oso Borracho gritó, agitando su arco. Había derribado a la primera víctima, y su hazaña sería cantada por muchos años en la cámara del consejo de los Hrowakas.

«Si queda alguien vivo para contarla' —, pensó Wolff.

Varias boleadoras giraron en el aire, hasta que las piedras fueron apenas visibles, y cruzaron el aire como hélices escapadas de un aeroplano. Una de las piedras golpeó a Oso Borracho en el cuello, derribándolo de su caballo, y cortó por la mitad su canto de victoria. Otra boleadora se enroscó a la pata delantera de su corcel, y lo arrojó al suelo.

Wolff disparó una flecha, mientras varios de los Hrowakas lo hacían también. No pudo averiguar si había dado en el blanco, pues resultaba difícil tomar puntería desde un caballo al galope. De cualquier modo, cuatro flechas se clavaron, y cuatro Medio-caballos cayeron. Wolff sacó otra flecha de su aljaba, notando al mismo tiempo que Demasiadas Esposas y su caballo habían rodado por el suelo. Demasiadas Esposas tenía una flecha clavada en la espalda.