Cuchillo Perverso estaba ya vencido, pero los Medio-caballos, en vez de matarlo de inmediato, se dividieron en dos filas para rodearlo.
—¡No! — gritó Wolff —. ¡No dejéis que hagan eso!
Sin embargo, Cuchillo Perverso no había ganado tal nombre sin motivos. Si los Medio-caballos pensaban capturarlo con vida para someterlo a torturas, pagarían caro su error. Lanzó por el aire su largo cuchillo Tishquetmoac, que se clavó en el cuerpo equino del Medio-caballo más próximo. El centauro dio un salto mortal. Cuchillo Perverso desenvainó otra hoja y se lanzó sobre el centauro que acababa de lancear a su caballo.
Wolff alcanzó a verlo entre la confusión de cuerpos mezclados. Estaba montado sobre el lomo del centauro, que estuvo a punto 4e sucumbir bajo el impacto de su peso; logró recuperarse, empero, y lo sostuvo. Cuchillo Perverso hundió su puñal en la espalda humana. Centellearon los cascos; la cola del centauro se elevó en el aire, seguida por la grupa y las patas traseras.
Wolff lo dio entonces por muerto. No era así. Allí estaba, milagrosamente de pie, y, de pronto, sobre el lomo de otro centauro. En esa oportunidad sostuvo la hoja contra la garganta de su enemigo; parecía amenazarlo con cortarle la yugular si no lo llevaba lejos de los otros.
Pero una lanza, arrojada desde atrás, se hundió en la espalda de Cuchillo Perverso. Sin embargo, tuvo tiempo de llevar a cabo su amenaza: abrió limpiamente la garganta del Medio-caballo que montaba.
¡Lo he visto! — gritó Kickaha —. ¡Qué hombre, ese Cuchillo Perverso! ¡Después de lo que ha hecho, ni siquiera los Medio-caballos se atreverán a mutilar su cuerpo! Lo comerán, por supuesto, pero siempre honran al enemigo que les ha presentado una brava lucha.
Los KhingGatawriT se acercaron a la retaguardia de los Hrowakas, dividiéndose en dos bandos para atacarlos por ambos flancos. Kickaha explicó a Wolff que los Medio-caballos, en un principio, no se cerrarían sobre ellos. Siempre trataban de divertirse un rato a costa de sus enemigos, y concedían a sus jóvenes guerreros una oportunidad de mostrar su habilidad y su coraje.
Un Medio-caballo manchado en blanco y negro, que lucía una sola pluma de aguilucho en la vincha, se apartó del grupo principal, desde el flanco izquierdo. Hizo girar la boleadora en la mano derecha y se lanzó hacia Kickaha, con una lanza emplumada en la izquierda. Las piedras se convirtieron en un borrón y salieron disparadas de su mano. Iban dirigidas hacia abajo, hacia las patas delanteras del caballo enemigo.
Kickaha se inclinó hacia adelante y paró la boleadora con la punta de su lanza, con tanta sincronización que cortó el cuero crudo por el medio. Kickaha levantó la lanza y la boleadora giró una y otra vez, enroscándose en ella; la longitud del asta absorbió la mayor parte de su energía, pero aun así la lanza se inclinó hacia un lado, y Wolff tuvo que agacharse para evitar el golpe. Kickaha estuvo a punto de perder su lanza, pues la inercia de la boleadora la hizo resbalar en su mano. Empero, logró sostenerla y la agitó en el aire.
El Medio-caballo enseñó el puño, colérico, y se lanzó contra Kickaha, lanza en ristre. Un rugido de aclamación brotó de ambas columnas de centauros. Uno de los jefes se adelantó para detenerlo, y, tras una breve amonestación, lo envió a reunirse con el resto. Este jefe era un enorme ruano; lucía en el sombrero multitud de plumas, y varios galones negros pintados sobre las costillas equinas.
—¡León al Ataque! — gritó Kickaha en inglés —. ¡Me considera digno de su atención!
Agregó algo en el idioma del jefe y estalló en risa, pues su piel oscura se había oscurecido aún más. León al Ataque respondió con otros gritos y se adelantó para arreglar cuentas con quien lo insultaba. Apuntó con la lanza a Kickaha, quien respondió con la suya, y las astas se golpearon. Kickaha se quitó de inmediato el escudo de piel de mamut, paró con su lanza un nuevo ataque del centauro y lanzó el escudo a modo de disco. Así golpeó a León al Ataque en la pata delantera.
El centauro resbaló, cayó sobre las patas delanteras y resbaló por el pasto. Al tratar de levantarse descubrió que había perdido el uso de la pata herida. Un grito brotó de su bando; diez jefes corrieron hacia él con las lanzas en ristre. Se mantuvo valientemente erguido, y esperó la muerte con los brazos cruzados, como debe hacerlo un gran centauro una vez derrotado e inválido.
¡Haz correr la orden de que disminuyan la marcha! — dijo Kickaha —. Los caballos no pueden seguir mucho tiempo a este paso; ya están echando espuma. Tal vez podamos ganar un poco de tiempo si los Medio-caballos optan por entrenar un poco más a sus guerreros jóvenes. De lo contrario, bueno, será lo mismo.
— Es divertido — dijo Wolff —. Si no vencemos, al menos no nos habremos aburrido.
Kickaha se acercó lo bastante como para palmear a Wolff en el hombro.
—¡Eres de los míos! Me alegra haberte conocido. ¡Oh, oh! ¡Aquí viene un guerrero bisoño! ¡Pero va a atacar a Patas de Carcayú!
Patas de Carcayú, uno de los suegros de Kickaha, iba a la cabeza de una de las columnas, precisamente delante de Wolff. Insultó a gritos al Medio-caballo que atacaba haciendo girar la boleadora y arrojó su lanza. El Medio-caballo, al ver que el arma venia hacia él, soltó la boleadora antes de lo que había calculado. La lanza le atravesó el hombro; pero las piedras siguieron su rumbo y se enroscaron en torno a Patas de Carcayú, quien cayó inconsciente de su caballo.
Los caballos de Wolff y de Kickaha saltaron por sobre él. Kickaha se inclinó hacia la derecha y lo atravesó con su lanza.
— No tendrán el placer de torturarte, Patas de Carcayú — dijo Kickaha —. Y les has hecho pagar tu vida con una vida.
Siguieron varios combates individuales. Una y otra vez, un joven bisoño se separaba del grupo principal para desafiar a uno de los seres humanos. A veces ganaba el hombre; otras, el centauro. Al cabo de quince minutos de pesadilla, de los cuarenta Hrowakas quedaban sólo veintiocho. Wolff debió trenzarse con un gran guerrero armado con una maza llena de puntas de acero. Llevaba también un pequeño escudo redondo, con el que trató de repetir la treta de Kickaha. Pero no le dio resultado, pues Wolff rechazó el escudo con la punta de su lanza. Sin embargo, bajó la guardia por un momento, y el centauro aprovechó la ventaja. Se aproximó al galope, a tan corta distancia que Wolff no tuvo espacio para manejar su lanza.
La maza se elevó, y el sol arrancó reflejos a las puntas de acero. Aquella enorme cara pintada exhibió una sonrisa de triunfo. Wolff no tenía tiempo de esquivar el golpe; si trataba de aferrarse a la maza, sólo conseguiría aplastarse la mano. No lo pensó más; su reacción lo sorprendió tanto como al centauro. Inspirado tal vez por el ejemplo de Cuchillo Perverso, se lanzó de su caballo por debajo de la maza y aferró al Medio-caballo por el cuello. Su enemigo lanzó un grito de agonía. Ambos cayeron al suelo, aturdidos por el golpe.
Wolff se incorporó de un salto, confiando en que Kickaha hubiese sujetado su caballo para que él pudiera volver a montar. En efecto, Kickaha lo tenía sujeto, pero no mostraba intenciones de acercárselo. Tanto los Hrowakas como los Medio-caballos se habían detenido.
—¡Normas de guerra! — gritó Kickaha —. ¡El primero en apoderarse de la maza es el ganador!
Wolff y el centauro se lanzaron en busca de la maza, que estaba a unos diez metros de distancia. Pero quien corre en cuatro patas tiene mucha más velocidad que quien lo hace en dos. El centauro llegó a la maza con tres metros de ventaja. Sin disminuir la marcha, se inclinó y la alzó del suelo. Recién entonces bajó su velocidad y giró sobre las patas traseras.