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«Del día treinta y dos» (p. 47): otra imagen bellamente concentrada que casi es una pena que se amortigüe con una explicación erudita. Las violentas emociones del protagonista —que anticipa el momento en el que se encontrará por fin solo con la niña, la enfurecedora sorpresa que se lleva cuando ve a la hacendosa asistenta— han provocado que su visión sea húmedamente borrosa, y le hacen ver una fecha absurda. El mes no importa. Hay aquí una ironía nabokoviana, pero también se filtra cierto grado de compasión por el monstruo.

Un «gato doble» (p. 81) es un gato visto por una niña tan cansada que no consigue enfocar la vista. Ópticamente, es una imagen emparentada con la del «día treinta y dos» y la del «conejo verde».

Habría sido posible, por supuesto, dar una detallada explicación de cada uno de los fragmentos más difíciles, pero eso hubiera dado como resultado un aparato erudito más largo que el texto en sí. Estos pequeños acertijos que, sin excepción, tienen una intención artística, también pretenden ser divertidos. El lector distraído, mareado por la cargada atmósfera del avión y por las copas que le han ofrecido amablemente, puede siempre optar, lamentablemente, por saltarse la frase, como hizo a menudo con la reeditadísima Lolita.

Las cosas que más me gustan a míen esta narración son, entre otras, la intriga (¿cómo traicionará la realidad al sueño?) y el corolario de la sorpresa que se encuentra en cada página; el horripilante humor (la grotesca noche de bodas; el receloso chófer que anticipa vagamente el personaje de Clara Quilty; ese payaso shakespeariano que es el portero nocturno del hotel; la desesperada búsqueda de la habitación de la niña: ¿acabará saliendo, como en «Una visita al museo», [21] a una ciudad completamente distinta, o reaccionará el portero, con quien se encuentra el protagonista al final, como si le viera por primera vez en su vida?); las descripciones (el bosque que salta de colina en colina para tropezar con la carretera y caer al otro lado, y otros muchos detalles); las primeras apariciones de personas y cosas dotadas de una vida propia paralela que irán, circunstancial y crucialmente, reapareciendo; los camiones que, de forma ominosamente atronadora, atraviesan la noche; la espléndida utilización innovadora del ruso en el original; las imágenes cinéticas de la conclusión surreal y el frenético ritmo, algo así como una stretta finale,que va acelerándose hasta llegar a la aplastante culminación.

El título inglés elegido por mi padre contiene un eco nada oculto de los Cazadores Hechizados de Lolita.

Dejo también que se encarguen otros de buscar más huevos de Pascua de este tipo. Habría, sin embargo, que ser cauteloso a la hora de subrayar la importancia de las similitudes superficiales. Nabokov consideraba que El hechiceroera una obra completamente distinta de Lolita,con la que guardaba sólo un parentesco lejano. Es posible que contenga «la primera y aún débil palpitación» de su novela posterior —e incluso se podría poner en duda esta tesis si se examinaran con detalle ciertas muestras tempranas de su obra— pero tampoco hemos de olvidar que en el arte en general siempre se encuentran primeras palpitaciones que predicen obras futuras y más amplias; se me ocurren varias composiciones literarias, como el Retrato del artista adolescentede Joyce. También puede producirse el fenómeno opuesto, miniversiones posteriores o destilaciones finales, como ocurre en el caso del Retrato de Manonde Massenet. En cualquier caso, Volshebnikno es en modo alguno un Retrato de Lolita:las diferencias entre ambas obras son, evidentemente, mayores que las semejanzas. Tanto si es cierto que Lolitaes una historia de amor pasional entre su autor y el idioma inglés, una historia de amor pasional entre Europa y Estados Unidos, una visión avinagrada del mundo de los moteles y sus paisajes circundantes, una moderna «traducción libre del Onegin»(estas hipótesis, y otras muchas, han sido planteadas, todas con igual vehemencia aunque con diversos grados de seriedad y fiabilidad), como si no lo es, resulta indudable que Lolitafue producto de estímulos artísticos muy nuevos y diferentes.

Partiendo de la base de que es preferible ser ingenuo que atrevido cuando se intenta analizar la génesis de una obra de arte tan compleja como ésta, no me aventuraré a calibrar qué importancia tuvieron para Lolitael análisis que hizo Nabokov de Lewis Carroll; sus observaciones en Palo Alto en 1941; o la transcripción realizada por Havelock Ellis, aproximadamente en 1912, de las confesiones de un paidófilo ucraniano, traducidas luego del original francés al inglés por Donald Rayfield (que, pese al notable eco que tiene su apellido con el de John Ray Jr., Ph. D., el ficticio prologuista de Lolita, es un erudito británico perfectamente real). Rayfield teoriza, entre otras afirmaciones menos convincentes, que el pseudónimo Victor, por medio de Ellis, merece un notable crédito por «su contribución al tema y la trama de Lolita,así como al carácter extrañamente sensual e intelectual de Humbert Humbert, el protagonista de la mejor novela en inglés de Nabokov.» Además, y aunque admite que El hechicero(cuyo título traduce literalmente como «El mago») fue escrita con anterioridad, también conjetura que el relato del desdichado ucraniano dio el ímpetu final que permitió que surgiera «el tema central de Lolita». [22] Esta hipótesis sería merecedora de cierta consideración si no fuese por ciertos datos cronológicos que quiero mencionar: sólo en 1948 le envió Edmund Wilson la transcripción de Ellis a Nabokov, que no la conocía aún; por otro lado, Volshebnik,que ya contiene lo que podría ser calificado de «tema central» (aunque poca cosa más) de Lolita,fue terminado en 1939.

En cuanto a la presunta contribución de El hechice roen la novela, es cierto que se encuentran en Lolitaalgunas ideas e imágenes procedentes de la narración. Pero tanto yo como otros muchos hemos notado desde hace tiempo que hay temas y detalles de diversos tipos que suelen repetirse en las novelas, relatos, poemas y obras dramáticas de Nabokov. En este caso, los ecos son lejanos y las diferencias importantísimas: ambiente (geográfica pero, sobre todo, artísticamente remoto), personajes (que en alguna ocasión tienen reflejos mutuos, pero debilísimos); desarrollo y desenlace (totalmente distintos).

Es posible que cierta niña de un parque europeo, fugazmente recordada por Humbert en una de las primeras páginas de Lolita,sea la fórmula utilizada por Nabokov para recordar a la pequeña heroína de El hechicero,pero también la que le sirve para relegarla para siempre a la categoría de pariente muy lejana.

Es posible que Dolores Hay, como dice Nabokov, sea «prácticamente la misma zagala» como víctima del Hechicero, pero sólo en un sentido conceptual, como fuente de inspiración. En los demás aspectos, la primera niña es muy diferente: sólo es perversa a los ojos del loco; resulta inocentemente incapaz de hacer nada que se aproxime a la intriga de Quilty; y aún no ha tenido el despertar sexual, y es físicamente inmadura, y éste quizá sea el motivo por el cual Weidle creía recordar que sólo tenía diez años.

Sería un grave error calzarse los patines de esta protoninfa para deslizarse con ellos hacia un jardín de paralelos caminos de rosas.