– Sí, eso lo entiendo ahora, pero entonces entré y te vi mirando a ningún sitio. No sabía qué pasaba y tú no parecías oírme o verme.
– Y no lo hacía. No tenía ni idea siquiera de que hubieras ido.
– No me dejaron quedarme a solas contigo. Estaban tu padre y una enfermera, por si me «ponía violento». Te rogué que me escucharas, te repetí mil veces cuánto lo sentía, y tú sólo me mirabas. ¿No te acuerdas?
– No lo sabía. Debía de estar completamente enferma.
– Tu padre sabía el estado en que estarías mientras yo estuviera allí. Me pregunto qué le diría que te diera antes al médico, para asegurarse.
– Y nunca me dijo que hubieras venido -terminó ella, asintiendo con dolor.
– Claro que no. Le venía muy bien que pensaras que te había abandonado de forma cruel. Por poco me volví loco del dolor que creía haberte causado.
– No fuiste tú, Luca, no fuiste tú.
– Es muy fácil decirlo ahora -repuso él mirándola con tristeza-, pero ¿cómo decírselo al chico que era entonces? Su agonía estaba más allá de lo que puedas imaginar. ¿Te acuerdas de cómo fue al principio, cómo intenté resistirme, por tu bien?
– Y yo no te dejé.
– Mi conciencia siempre me advirtió de sacarte de la vida a la que estabas acostumbrada, de hacerte vivir en la pobreza.
– No me hiciste, lo elegí yo cuando te escogí a ti. Y nunca me sentí pobre, me sentía rica porque nos teníamos el uno al otro.
– Pero sabía que tenía que haber sido más fuerte. Y por fin tu padre me convenció de que lo que mejor que podía hacer por ti era dejar que te fueras, o si no no te recuperarías.
– Era un hombre malo. Nunca lo había entendido antes.
– Acepté su dinero para hacerme lo suficiente rico y poderoso para vengarme de él. Me prometí que nos volveríamos a encontrar, pero no fue así. Mi negocio prosperó, así que hice de él mi vida. Es todo lo que sé, Becky.
– Ahora soy Rebecca -dijo enseguida ella-. Ya nadie me llama Becky.
– Me alegro. Quiero que sea algo entre tú y yo. Era especial, entonces.
– Sí, era especial. Pero era otra vida.
– Pero a mí no me gusta mi vida ahora, ¿y a ti?
– No me hagas esas preguntas -rogó ella.
– ¿Por qué no? Si eres feliz sólo tienes que decirlo. Danvers Jordan es el hombre de tus sueños, ¿no?
– Por favor -casi se rió ella-. El pobre Danvers no es el hombre de los sueños de nadie.
– Entonces tu vida con él no es feliz. ¿Os vais a casar?
– Si me decido sí. Déjalo, Luca, me alegro de haber averiguado la verdad. Te juzgué mal, y quizá podamos ser amigos, pero eso no te da derecho a interrogarme sobre mi vida.
– ¿Amigos? ¿Cómo crees que podríamos ser amigos?
– Es lo mejor que hay.
– Entonces celebrémoslo con una copa -sugirió él, tras un suspiro desolador.
– De acuerdo -aceptó ella, y lo siguió hasta el minibar-. Jerez seco, por favor.
Lo observó servir, observó los movimientos diestros de sus grandes manos, que habían sido tan poderosas y tan tiernas, y que ahora eran las de un rico, aunque ninguna manicura podría ocultar su nervio. Al levantar la vista, él también la estaba observando.
– ¿Estoy muy cambiada?
– Llevas el pelo distinto. Antes era castaño, pero no tan claro como ahora.
– No me refiero a eso.
– Ya sé a lo que te refieres -dijo, y se acercó a ella hasta mirarla a los ojos.
Ella quiso darse la vuelta, pero él la mantuvo con la mirada y con su tristeza. Rebecca no había esperado aquella tristeza, y le sobrepasaba.
– No -contestó al fin-. No has cambiado.
– No es verdad -lo rebatió ella con una sonrisa melancólica.
– Sí lo es. No te muevas.
Le había colocado una mano en el hombro, y ella se detuvo y alzó de nuevo la vista, sin querer mirarlo a los ojos pero sin poder evitarlo. Por fin vio la conexión que había sobrevivido a los años. La antigua fuerza que emanaba de él, la seguridad en sí mismo que había tenido incluso siendo pobre. Aquel era Luca como había sido entonces. Lentamente, él levantó una mano, acariciándole el cuello y luego la mejilla. Parecía estar en trance, atrapado por algo más fuerte que él. Se le endulzó la expresión.
– Becky -murmuró, y le agarró el rostro con las dos manos.
El efecto fue devastador. El toque era tan dulce que apenas lo notaba, pero le proporcionó unas sensaciones que no había tenido durante años que la amenazaban y alarmaban, aunque no se podía mover.
– ¿Te acuerdas? -le susurró Luca.
– Sí -contestó ella con pena-. Me acuerdo.
Quería que la dejara marchar, que nunca la dejara marchar. Sin darse cuenta, ella también le acarició el rostro; entonces tomó aire al notar lo cerca del peligro que se había dejado llevar.
– Adiós, Luca.
– No me puedes decir adiós ahora -dijo él muy serio.
– Debo hacerlo. No puede haber nada más; es demasiado tarde.
Intentó retirar la mano pero él la sujetó y volvió el rostro hasta apoyar los labios en su palma.
– No -susurró ella-; es muy tarde, muy tarde.
Él no contestó con palabras, sólo con el aliento abrasador contra la mano. Ella se preparó contra él, negándose a ceder. Pero fue más difícil de lo que pensaba porque sus caricias la afectaban en los sentidos, y podía resistir la excitación física que le recorría los nervios, pero no el recuerdo de aquella otra vida tan dulce. La asaltaron sensaciones variadas, no sólo de placer sino también de felicidad. Había olvidado todo sobre ella, lo que se sentía, incluso lo que era. Pero había vuelto en el recuerdo de un amor demasiado intenso como para durar.
Los dulces movimientos de los labios de Luca la devolvieron a una alegría irresistible, a las noches en que se había tumbado en sus brazos, regocijándose en la pasión y ternura de su amor. Era una felicidad que casi asustaba, pero sentirlo a su lado en la cama la tranquilizaba y se había quedado dormida contra su pecho, sabiendo que al día siguiente sería igual.
En aquel momento él le estaba proporcionando el eco de aquella época, y ella quería evitarlo y permanecer en la cáscara fría y segura que se había construido. Le dolía el riesgo de abandonar aquella seguridad, pero él lo pedía cada vez con más intensidad.
– ¿Te acuerdas? -murmuró Luca-. ¿Te acuerdas…?
– No -dijo enseguida ella-. No quiero acordarme.
– No me eches, Becky.
– Tengo que hacerlo.
No siguió insistiendo; simplemente retiró los labios y le volvió a colocar la palma en la mejilla, pero parecía tan triste y desesperado que ella no podía resistirlo.
– Cariño -usó aquella palabra sin ser consciente-, cariño, por favor, trata de entender…
– Lo hago. Ha sido una idea estúpida, ¿no?
– No, ha sido una idea maravillosa, pero supongo que ya no me queda valor.
– Mi Becky tenía suficiente valor para hacer cualquier cosa.
– Hace demasiado tiempo.
Él miró hacia abajo, y de pronto ella no pudo resistir que la mirara sin el brillo de la juventud. Tiró de su cabeza hasta colocarle los labios sobre los de ella. Entonces supo que había tenido el cuerpo dormido todo aquel tiempo. Pero se había despertado, porque él lo atraía a una nueva vida excitante. La boca de Luca tenía el mismo poder de convicción, pero ahora tenía una excitación más. El niño se había ido, y ella ardía en deseos de conocer todo sobre el hombre. Se vio a sí misma haciendo lo que se había prometido que no haría, besarlo en un modo que lo alentó aún más.
Él no necesitó que lo animaran más para extender el beso y bajar por el cuello hasta la base de la garganta. A ella le latía el corazón de forma salvaje, llena de excitación.
– Luca -susurró-. Luca, no.
Algo en el tono de voz rompió el deseo que lo había invadido, y, al mirarla, vio lágrimas en sus ojos.