– Sí, sabía exactamente por qué no podíamos esperar media hora.
Luca se empezó a reír, y ella lo siguió. No había tenido risas en su vida durante años, y en aquel momento no había más que risas, alegría y placer. Todas las tensiones parecían desvanecerse. Cuando Luca levantó la cabeza, Rebecca vio que a él le ocurría lo mismo.
– Ya me puedo dormir -dijo, apoyando la cabeza en el hombro de ella.
– Mmm, qué adorable.
Pero el móvil de Luca los devolvió a la realidad.
– Debí haberlo apagado -dijo, levantándose de la cama con una mueca-. Hola, Sonia. No, no estoy en el hotel. No pasa nada, sólo un cambio de planes. ¿Algo urgente? De acuerdo, no hay problema, pero tiene que bajar el precio o no hay trato. Claro, ya sé lo que espera, pero no lo va a conseguir. Yo puedo ir a otro sitio, pero él no. No hay más que hablar, ya hemos hecho negocios antes y sabe que cumplo lo que digo. Por cierto, durante unos días no voy a estar en el Allingham, así que me puedes localizar en este teléfono pero no muy a menudo, ¿de acuerdo? -y colgó al fin, después de media hora.
– ¿Dónde vas a estar los próximos días?
– Aquí contigo.
– Y ¿qué hay de mis citas, y mi trabajo?
– Becky, puedo imaginarme en qué consisten tus citas. Comer con uno, copas con otro, supervisar alguna función del hotel, ir a una conferencia. ¿Qué tal voy?
– Muy bien.
– ¿Y cómo de vitales son esas cosas? Nadie necesita esa comida ni esa copa. Las conferencias son pura palabrería. Los negocios no dependen de eso, ya están sellados antes de que nadie llegue.
– ¿Estás diciendo que mi trabajo es un juego? -preguntó ella indignada.
– No, mi trabajo es igual de banal; así es el mundo hoy en día. Yo me escapo siempre que puedo, siempre que el cielo no se caiga. ¿Se va a caer el cielo si faltas unos días?
Estuvo a punto de decirle que era imposible cuando se dio cuenta de que sólo estaba poniendo en palabras sus propios pensamientos de hacía unos días, cuando había llegado a la casa de Philip Steyne la noche fatídica.
– Podría hablar con mi asistente. Es muy buena.
No mencionó que tendría que anular una cita con Danvers, pero aquello tendría que ocurrir de todas maneras. Después de lo que había pasado entre Luca y ella no podía seguir con Danvers. Pasó todo el camino de vuelta al hotel pensando qué le diría. Al llegar al Allingham fue directa a su oficina para hablar con su asistente, una mujer muy eficiente que estaba encantada de que la dejaran al cargo.
– Por cierto, tiene un mensaje del señor Jordan. Dice que va a estar fuera unos días, a lo mejor una semana, no estaba seguro. Dice que la llamará cuando regrese.
– Bien -contestó Rebecca, dividida entre el alivio de retrasar el problema y la angustia de tener que alargarlo.
Los días siguientes le parecieron las primeras vacaciones verdaderas de su vida, escondida con Luca en el destartalado hotel. Era un amante incansable, que la elevaba a las alturas una y otra vez, y aún la deseaba, y ella, que hacía años había decidido que los traumas de su juventud la habían dejado fría y poco receptiva, estaba lista para él en cualquier momento del día o de la noche, salvo que noche y día eran uno.
Como el hotel no tenía servicio de habitaciones, comían hamburguesas en un bar que había en la esquina, siempre con prisas para volver a la cama. Durante cuatro días amaron y durmieron, durmieron y amaron, cualquier cosa salvo hablar. Pero entonces hablar no parecía importante.
Una mañana Rebecca salió de la ducha y vio a Luca colgando el teléfono, exasperado.
– Tengo que volver a Roma. Estamos perdiendo un trato y tengo que estar allí.
– Bueno -contestó ella, tratando de sonreír, a pesar de no creerse capaz de aguantarlo-. Ha estado genial, pero los dos sabíamos que no podía durar para siempre.
– Tenemos que dejar esta habitación. Pero volveré en unos días.
– No cuento con eso. A lo mejor tienes que quedarte.
– Volveré en unos días. No creo que lo aguantara mucho tiempo.
– Supongo que debe alegrarme que te vayas. Así podré ponerme al día en mi vida real.
– ¿Real? ¿Esto no ha sido real?
– Ya sabes lo que quiero decir -dijo ella, mientras le acariciaba el pelo; se rió y se inclinó para besarlo-. Debo volver mi mente al trabajo. Y supongo que debo hablar con Danvers y decirle que lo poco que había entre nosotros ha terminado. No te preocupes por él.
– No lo haré -aseguró él, y siguió con una amplia sonrisa-. Danvers Jordan no me preocupa lo más mínimo.
Capítulo Siete
Luca estuvo fuera casi una semana, en la cual la llamó diez veces. Rebecca vivía para esas llamadas. Cada vez le costaba más fingir que no era así, hasta que dejó de fingir. No sabía cómo llamar a aquel sentimiento, pero no le parecía que fuera amor. El lazo que los unía había sobrevivido misteriosamente a través de los años y la distancia, y ahora no podía pensar en otra cosa que no fuera él. Toda su vida parecía concentrarse en él, en su próxima llamada o en el probable día de su regreso. Aun así, se resistía a llamarlo amor.
Dos días antes de que llegara, Rebecca estaba en una recepción del hotel, que duró tan solo dos horas pero que a ella se le hizo interminable, quizá porque ya no se tomaba en serio aquellas ocasiones. Se preguntaba si volvería a hacerlo.
Mientras sonreía de forma mecánica a alguien que había requerido su atención y que parecía que no la iba a dejar, miró a su alrededor y se sorprendió al ver a Danvers, pues no sabía que hubiera regresado y él normalmente era muy puntilloso. Entonces se dio cuenta de lo poco que había pensado en él mientras había estado fuera. Ninguno de los dos se había puesto en contacto con el otro. Pero sabía que debía hablar con él. Al fin logró terminar la conversación y cruzó la sala hasta llegar a Danvers, que, enfrascado en una conversación con una joven, se alarmó al verla, y Rebecca casi diría que se acercó a ella sin ganas.
– Rebecca -saludó con una sonrisa forzada-. Qué agradable verte.
– Buenas tardes, Danvers -correspondió ella, y sonrió a la joven.
– Ann, esta es la señora Hanley, la Relaciones Públicas del Allingham. Ann es mi secretaria en el banco -las presentó, y miró alrededor-. ¿Está Montese contigo?
– No, ¿por qué iba a estarlo?
– Sólo me preguntaba. Ann, ¿te importa…? -se disculpó, y la mujer se marchó.
– ¿Has tenido un bien viaje? -preguntó Rebecca.
– Sí, ha ido muy bien.
– ¿Hace mucho que has vuelto?
– Tres días -respondió él, y Rebecca se quedó atónita y desconcertada.
– Normalmente no tardas tanto en llamarme.
– Por favor, Rebecca, no disimules. Sabes perfectamente por qué no he contactado contigo. No me digas ahora que te importa.
– Danvers, yo…
– Habría estado mucho mejor que me lo dijeras tú misma, en lugar de mandar a tus matones.
– No sé de qué me hablas.
– Te hablo de Luca reivindicando su propiedad como si fuera el caudillo de una tribu.
– ¿Su propiedad de qué?
– De ti, ¿de qué va a ser? Me dejó bien claro que podría ocurrirme algo malo si no me retiraba.
– ¿Qué? Danvers, no me lo creo, no puede ser verdad. Debes haber entendido mal.
– Créeme, cuando Montese quiere poner algo en claro no hay lugar a los malos entendimientos. Tú le perteneces y yo desaparezco, ese fue el mensaje.
– Puedo asegurarte que no le pertenezco.
– Pues díselo a él, porque él cree que sí.
– Danvers, ¿me estás diciendo de verdad que te amenazó con violencia física?
– No fue tan explícito, no hacía falta. Es un hombre que lo sabe todo.
– ¿Sobre qué?
– Sobre todo y sobre todo el mundo. Lo sabía todo sobre mí, cosas que creí haber enterrado.
– ¿Cosas que no le gustarían al banco?