Terminaron cuando ella lo decidió. Cuando ella lo empujó fuera suavemente, él se quedó tumbado con la cabeza en la almohada, incapaz de retirar la mirada de ella. Rebecca se sentó en la cama, permitiéndole apreciar su desnudez. Se estaba riendo.
– Ha estado bien.
– Sí -contestó él, que no captó la alusión.
Sonó el teléfono, que él apagó y lo tiró al suelo, lo cual la hizo reírse todavía más.
– ¿Qué pasa? -preguntó él, que también se reía pero sin saber por qué.
– Nada, una broma personal.
– Cuéntamela.
– Déjame mis secretos.
– ¿Cuándo me la contarás?
– Ya lo sabrás -contestó ella, que se tumbó con las manos en la nuca-. Duérmete.
Así lo hizo, dejándose llevar por una bruma de felicidad hasta que cayó en el profundo sueño de la completa satisfacción física. Rebecca lo observó, ya sin reírse. De nuevo apareció la mirada de desesperación que él había visto, y no se secó las lágrimas cuando estas empezaron a caer.
Capítulo Ocho
Luca despertó con solo un pensamiento: había ganado; otra vez, como siempre. Ella había intentado dejarlo y no había podido. Volvía a pertenecerle, como había planeado, y ahora no habría nada en su camino hacia un futuro juntos. Se dio la vuelta para tocarla, para ver en sus ojos el reconocimiento de que eran el uno del otro. No estaba. Escuchó el ruido de la ducha, pero no salía más que silencio del baño. No estaba su ropa. Se había ido.
Llamó a su habitación pero no contestaron al teléfono. No importaba, pensó que se habría ido a dar una vuelta para meditar en lo que acababa de ocurrir, que estaría planeando su futuro juntos. Se decía todo esto mientras su cabeza luchaba con todas sus fuerzas por alejar todos los miedos.
La llamó al móvil, pero estaba apagado. Entonces lo intentó con Nigel Haleworth.
– Nigel, siento llamarte tan temprano, pero necesito contactar con la señora Hanley y no parece estar en su habitación. ¿Sabes cuándo volverá?
– Tiene gracia que preguntes eso. Acabo de colgar con ella; dice que no va a volver.
– Claro que va a volver, me… -se tuvo que parar para no soltar una indiscreción «me acaba de dar la mejor noche de mi vida», que sustituyó-. Tiene aquí su trabajo.
– Ya no, por lo que se ve. Ha presentado la dimisión y se ha marchado. Lo cual es bastante inconveniente. Me podía haber avisado antes, en lugar de sencillamente recoger sus cosas y largarse.
– ¿Y dónde está?
– No lo ha dicho.
– ¿Y si le llega correo?
– Dijo que se pondría en contacto para eso. Mira, ¿por qué no llamas a Danvers Jordan? Estaban prácticamente comprometidos, así que seguro que lo sabe. De hecho seguro que ha sido él el que ha querido que se fuera. Amor joven, ¿eh?
A Luca le rechinaron los dientes, pero no creyó que fuera el momento adecuado para decirle al gerente que su información estaba caducada. Volvió a llamarla al móvil y no le sorprendió que siguiera apagado. Entonces llamó a la puerta un mensajero del hotel para darle el correo dejado en Recepción. Rebuscó entre los sobres, tirando los que parecían importantes, que en aquel momento no le importaban en absoluto. Al fin se quedó paralizado al ver uno con la letra de Rebecca. No quería leerlo por si decía lo que sabía que diría. Pero al final lo abrió.
Luca, querido:
Lo de anoche fue una despedida. No podía dejarte sin un último recuerdo de lo mejor que hay entre nosotros. Sé que ya no puedes volver a amar, pero por favor no me culpes por ello, y atesora los buenos recuerdos, como haré yo.
Becky.
La primera reacción de Luca fue de negación; no podía creer que la hubiera encontrado y vuelto a perder, que sencillamente se había desvanecido sin darle la oportunidad de bloquearle el camino. Se imaginó la sonrisilla que habría puesto en Recepción al entregar la carta. Pero entonces observó el sobre y vio que tenía matasellos, así que adivinó que lo había enviado por correo el día anterior. De repente se quedó sin fuerzas, al darse cuenta de que había hecho el amor con él la noche anterior cuando ya había escrito la carta. Entonces no le quedó defensa contra el dolor, y se encontró atrapado como un hombre entre el oleaje que se golpea contra las rocas sin escapatoria ni protección; tan solo sufrimiento. Por fin la rabia acudió al rescate. Era el talismán que siempre silenciaba los demás sentimientos y ahora lo invocó contra su enemigo.
Antes del comienzo del día, ya estaba esperando en el despacho de Danvers Jordan.
– Sólo dime si sabes dónde está -dijo en tono amenazante en cuanto este cerró la puerta.
– No sé de qué me estás hablando -contestó Danvers con frialdad.
– Espero por tu bien que sea cierto. Te lo preguntaré por última vez. ¿Dónde está Rebecca?
– Mira, si lo supiera te lo diría. Ya no significa nada para mí, pero parece que ella ha decidido terminar con los dos -comentó sin poder evitar una mirada de menosprecio-. Hice lo que me pediste y te dejé vía libre. No parece haberte servido de mucho, pero ¿qué esperabas? Rebecca es una dama. Está claro que no se iba a quedar una vez que disfrutó de un toque de rudeza.
Hubo un tiempo en que Luca lo habría dejado sin conocimiento por aquello, pero en aquel momento no se podía mover. Cuando por fin logró reunir algo de fuerza en sus extremidades fue sólo para marcharse.
No miró a dónde iba, pues tenía toda la atención en el payaso que se mofaba de él en su cabeza, que se reía de su debilidad al tragarse un insulto y le decía que era todo culpa de Rebecca. La costumbre de no hacer lo que a ella no le gustaba había vuelto en un momento fatal. Y él era el bufón.
Viajar le pareció el mejor modo de escapar, pues podía convencerse de que sabía a dónde se dirigía en lugar de vagar en círculos. Aunque ya no sabía quién era aquella mujer. No se reconocía desde el día en que había descubierto lo peor de Luca y había pasado la noche en sus brazos, de exceso en exceso y sabiendo que lo iba a abandonar al amanecer. Lo había provocado con lujuria fría y sin corazón y le había pagado con la misma moneda. La mujer que había sido una vez nunca podría haber hecho algo así, pero la mujer que era entonces no podía haber hecho otra cosa. Le había dicho, con sus propias palabras, que no iba a ser su víctima, y después ya no había más que decir.
Suponía que ahora la odiaría, lo que probablemente sería bueno, pues al fin podrían librarse el uno del otro. Descubrió que la rabia era la mejor defensa contra el dolor, y ahora que estaba sola esta brotaba con fuerza. La había engañado del modo más cruel, creando una ilusión para cumplir su objetivo. Se había sentado a observar la escena desde arriba todo el tiempo como un creador infernal, tirando de las cuerdas. La mirada calculadora que ella había visto en sus ojos era la verdadera.
No podía perdonarlo, no sólo por haberla utilizado sino por haber destrozado sus recuerdos. Ahora sabía por qué nunca había usado la palabra «amor» para su nueva relación, que había sido superficial y, a pesar del placer, insatisfactoria. Había terminado como merecía. Habían compartido mucho una vez y ahora Rebecca se culpaba por haberse contentado con tan poco de un hombre que no tenía más que dar. Aunque pensó que ella tampoco, que era demasiado tarde.
Viajó por Europa: Francia, Suiza, Italia… donde visitó lugares recónditos, y así dejó pasar los días y las semanas, durante los cuales supo que si quería romper del todo con el pasado había un lugar a donde tenía que ir.
Se movió por todas partes en tren y autobús, pues no quería alquilar un coche por miedo a dejar huellas en caso de que Luca la persiguiera. Por fin llegó a Carenna en un autobús viejo que parecía ahogarse por las carreteras. El hospital no le trajo recuerdos, aunque parecía llevar cientos de años en aquel lugar, si no fuera por las obras que había detrás. Imaginó que la comisaría, también vieja, debía de ser la misma en que habían encerrado a Luca, y también vio la pequeña iglesia en la que debían haberse casado. Pensó que quizá el cura también sería el mismo, pero cuando entró descubrió a un joven que tan solo llevaba un año. Tras ahogar un primer impulso de marcharse se puso a hablar con él. Resultó ser una persona de fácil conversación y le contó toda la historia.