– Estará lista en diez minutos.
– Bien -replicó él asomando la cabeza por la ventana-; voy a limpiar esto. Me he vuelto a ensuciar con la leña.
Rebecca removió otra vez la pasta antes de salir a la bomba donde estaba él sin camiseta intentando sacar agua con una mano y lavarse con la otra. Como no conseguía mucho, ella fue a la cocina a buscar herramientas y regresó a ayudarlo.
– Yo bombeo -dijo, y le dio el jabón.
Luca se enjabonó mientras ella le echaba agua. El sol brillaba en cada gota que salía del caño y le resbalaba por la piel.
– Ahora el pelo -le dijo Becky, y le echó algo sobre el cuero cabelludo, que masajeó con fuerza hasta hacer espuma.
– Se me ha metido en los ojos -chilló él.
– No seas niño.
– Eres una mujer sin corazón.
– Vale. Venga, que te enjuago.
Cuando ya no quedó más espuma le dio una toalla para secarse.
– Mucho mejor. Oye, ¿qué es esto? ¿Detergente para platos?
– Sirve tan bien como cualquier otra cosa.
– ¿Me has lavado el pelo con detergente? ¿Te das cuenta de que ahora oleré a limón?
– Bueno, tenía que usar algo antes de que se te solidificara el pelo, y el único champú que tengo está perfumado.
– El limón está bien.
Ahora que ya habían roto el hielo discutieron de forma amistosa sobre la comida, avanzando lentamente en su camino hacia un lugar en el que su nueva relación fuera posible. Después de comer él rodeó la casa examinando las cerraduras y le impactó que no hubiera ninguna.
– La puerta delantera no cierra bien y la trasera ni siquiera tiene cerradura. Menos mal que yo las he traído -dijo, y las colocó-. ¿Has estado durmiendo sin cerraduras? Podía haber entrado cualquiera.
– Como no viene nadie no pensé que fuera importante. Pero me alegro de que las hayas puesto.
Luca regresó a su trabajo en el tejado hasta colocar un marco estable.
– Con un poco de suerte esta será tu última noche debajo del agujero. Para mañana por la noche espero haber apañado una cubierta.
– Va a ser muy acogedor. Muchas gracias, Luca.
Pero él estaba bostezando y no pareció escucharla.
– Estoy destrozado -dijo, y fue arrastrando los pies a la cocina.
– Vamos a comer.
Luca recolectó leña para la cocina mientras ella encendía velas, pues estaba oscureciendo. Una cena con velas podría haber sido muy romántica, pero él parecía decidido a robar al ambiente cualquier semblanza de romanticismo mientas la observaba cocinar como un halcón y se entrometía con consejos hasta que ella se hartó.
– Vale, hazlo tú.
– Lo haré, lo haré.
– Bien.
– Bien.
Becky se sentó en la cama, enfurruñada, durante unos diez minutos. Entonces regresó a la cocina con el sentido del humor recuperado.
– Vas a amargar la comida -protestó él.
– No, ya estoy bien. ¿Sigo yo?
– No, gracias; lo tengo todo controlado. Aún va a tardar, así que ¿por qué no hacemos primero el arroz y los champiñones?
Ella se puso con los champiñones hasta que tuvo que parar por un ataque de náusea.
– ¿Estás bien? -le preguntó Luca.
– Es algo del olor de los champiñones crudos.
– Nunca me habías dicho eso.
– Pues te lo digo ahora.
– Estarán bien cuando estén hechos.
Becky salió a tomar aire fresco para evitar que se diera cuenta. Volvía a sentir náuseas pero las calmó con un par de inspiraciones. Si se guiaba por la última vez, debía de estar terminando. Sólo esperaba que Luca no sospechara antes. Estaba tan confusa respecto a lo que le diría que le parecía inútil pensar en ello. Antes de su aparición no había tenido la menor intención de informarle de que llevaba a su hijo. Pero ahora no lo sabía; aunque de momento tenía intención de dejar la decisión en sus propias manos. De todos modos sabía que se le acababa el tiempo. Si no se lo decía tendría que irse pronto y decidir dónde tener al bebé.
Cuando volvió a entrar sonreía. Luca estaba ocupado cocinando los champiñones y el arroz y terminó haciendo toda la comida.
– Eres un gran cocinero -le comentó ella mientras comían.
– Antes no me decías eso. Siempre criticabas mi forma de cocinar.
– Pero eso era por celos. Eras mejor que yo y me enfadaba.
– Pensé que nunca conseguiría que lo admitieras.
– Lo supiste todo el tiempo, ¿eh?
– Por supuesto. Nunca hubo nada malo en mi forma de cocinar.
– Arrogante.
– No lo había; soy un gran cocinero. ¿Por qué no ser sinceros con eso?
– No sólo arrogante sino engreído.
– Siempre lo he sido. ¿Quieres más champiñones?
Ella se los dio y no siguieron hablando del tema. Después de cenar fregaron los platos.
– Ya está bien por hoy -dijo él-. Estoy listo para irme a la cama. Buenas noches, Becky.
Salió, y Becky lo siguió hasta la puerta, esperando verlo irse en su furgoneta. Pero en lugar de ello Luca se metió en la parte de atrás de esta y, al ver que no salía, Becky fue a buscarlo y lo vio abriendo un saco de dormir a la luz de una linterna.
– ¿Qué haces?
– Acostarme.
– ¿Aquí fuera?
– ¿Dónde si no?
– ¿No tienes una cómoda habitación de hotel?
– Sí, pero está a varios kilómetros y no te voy a dejar sola. Está demasiado aislado.
– Luca.
– Buenas noches. Y, Becky…
– ¿Qué?
– Cierra con llave.
– Creía que me ibas a defender de todos los intrusos.
– Quiero decir que la cierres de mí.
– ¿Pretendes entrar en la casa?
– No.
– Entonces no necesito cerrar. De todas formas hay un agujero enorme en el techo, por si no te habías dado cuenta.
– Becky, ¿quieres dejar de discutir y cerrar con llave?
– Está bien -aceptó, y se fue mascullando-. Me parece una tontería, pero bueno.
Mientras se acurrucaba en la cama, Rebecca pensó en lo extraño que le resultaba el hecho de que se fiaba de él. Le había dicho que no entraría y sabía que no lo haría.
Se levantó pronto a la mañana siguiente, pero él ya estaba dando vueltas fuera. Ella abrió la puerta para llamarlo.
– ¡Café!
Él corrió adentro, con movimientos rígidos, como si hubiera pasado una noche fría en un suelo duro. Mientras él se tomaba el café, ella le calentó agua para lavarse y luego le cocinó huevos y beicon mientras él se lavaba. Luca apenas habló, pues estaba demasiado absorto con la comida, y cuando hubo terminado fue directo a trabajar.
A media mañana Becky le llevó un aperitivo y tomaron té juntos.
– Estás haciendo un trabajo fantástico -le dijo Becky señalando el tejado, que iba tomando forma.
– Así es como empecé, clavando mis propios clavos y contratando la mínima ayuda. Podía hacer cualquier cosa en aquellos días, pero hace muchos años que no hago ningún trabajo honrado. También hace años que no me ensucio tanto.
Le enseñó las manos con su manicura, incongruentes con los arañazos de los últimos días.
– Seguro que no estuviste clavando tus propios clavos mucho tiempo.
– Contraté unos hombres y se me fue de las manos. Aceptaba más trabajo del que podíamos hacer y terminé trabajando por las noches por mi cuenta. Le quité una obra en sus narices al mayor constructor de la zona. Él creía que los trabajos beneficiosos eran suyos por derecho y no le gustó. Así es como me hice esto -dijo, mostrando la cicatriz.
– ¿Te peleaste?
– No, pero durante un tiempo estaba convencido de que me enviaría a sus matones. Me pasaba las noches fuera, despierto, esperando a que llegaran.
– ¿Y fueron por ti?
– No, nunca. Pero yo estaba tan cansado que me caí de la escalera -dijo, riéndose de sí mismo.