– Bueno, en la buena banca se paga el ser específico. No lo demore mucho -le aconsejó, y se dirigió a Rebecca al regreso de esta-. Rebecca, deja que me aproveche de tus dotes de experta. Eres mitad italiana, ¿verdad?
– Sí, mi abuela materna era de la Toscana.
– ¿Y hablas el idioma?
– ¿A qué idioma se refiere? Está la madre lingua, el idioma oficial que usan los medios de comunicación y el Gobierno. Pero también tienen dialectos regionales, que son idiomas en sí mismos. Yo hablo la madre lingua y toscano.
– Impresionante. La verdad es que el toscano nos vendrá bien. La sede de esta empresa está en Roma, pero creo que empezó en Toscana, y ahora está por todo el mundo.
– ¿Empresa?
– Raditore, S. A. Propiedades, finanzas, un poco de todo. Está comprando de repente una cantidad enorme de acciones del Allingham, y al banco le interesa una aproximación. Propongo una cena en mi casa, a ver lo que podemos sacar de ellos.
– Has impresionado al viejo, cariño -la alabó Danvers al llevarla a casa.
– Bien. Me alegro de haberte servido de ayuda.
Ella le respondió de forma mecánica y él la miró de reojo mientras pensaba que era la segunda ocasión en que estaba de un humor extraño y esperaba que no se convirtiera en hábito. De nuevo no lo invitó a su habitación, lo cual lo molestó, pues esperaba discutir la inminente cena. Una vez lejos de su vista, Rebecca cerró los ojos y suspiró, se desvistió deprisa y se metió en la ducha, como si quisiera lavarse la noche entera. Tenía los nervios a flor de piel igual que la noche anterior. La mención de Toscana la había alterado, y el fantasma había entrado otra vez.
Capítulo Tres
En cuanto estuvo segura, Becky corrió a darle la noticia a Luca, que se emocionó.
– ¿Un bebé? Nuestro pequeño bambino. Mitad tú, mitad yo.
– Tu propio hijo y heredero -dijo ella, acurrucándose feliz en sus brazos.
– No soy más que un obrero -rió él-. Los obreros no tenemos herederos. Además, quiero que sea niña, como tú. Otra Becky.
El embarazo le dio lo mejor de él, y ella volvió a darse cuenta de que era un hombre maravilloso, adorable, tierno y considerado como pocos. Más tarde, cuando la angustia reemplazó a la alegría, su ternura fue lo que Rebecca recordaría con más nostalgia.
Frank estuvo mucho tiempo fuera aquel verano y no hubo mucha oportunidad de hablar con él. Cuando regresaba era tan solo para un par de días en los que estaba todo el tiempo al teléfono. Becky no quería darle la noticia hasta estar segura de tener toda su atención, así que esperó hasta que sabía que se quedaría al menos un par de semanas. Para entonces estaba de tres meses.
– ¿Se lo dirás esta vez? -le preguntó Luca.
– Claro. Solo quiero que todo salga bien cuando lo haga.
– Quiero estar contigo. No voy a dejar que te enfrentes tú sola a su enfado.
– ¿Qué enfado? Se va a emocionar. Le encantan los niños.
Pero su padre se puso loco de ira.
– ¿Te ha dejado preñada ese…? -terminó la frase con una sarta de improperios.
– Papá, no me ha dejado preñada. Estoy embarazada del hombre al que amo. No hagas que suene como algo sucio.
– Es sucio. ¿Cómo se ha atrevido a ponerte un dedo encima?
– Porque yo quería. Hablando claramente, yo lo arrastré a la cama, y no al revés.
– Que no vuelva a oírte decir eso nunca más -gritó él.
– ¡Es verdad! Quiero a Luca y me voy a casar con él.
– ¿Crees que voy a permitirlo? ¿Crees que mi hija se va a casar con ese viva la vida? Cuanto antes lo arreglemos, mejor.
– Voy a tener a mi hijo.
– ¡Y un cuerno!
Ella se escapó aquella misma noche y Frank la siguió e intentó comprarla. La mera mención del dinero sólo hizo a Luca gruñir de carcajadas. Más tarde Becky se daría cuenta de lo que su padre había oído en aquella risa, el gruñido de un león joven que le dice al viejo que ya no manda. Quizá el odio visceral de su padre databa de aquel momento. Este intentó conseguir ayuda de los locales, pero se frustró. Él era poderoso, pero Luca era uno de ellos y ninguno se levantaría contra él. Pero Becky sabía que no se rendiría, así que sugirió que se marcharan.
– Sólo una temporada, cariño. Papá se sentirá mejor cuando ya sea abuelo.
– Odio huir -suspiró él-, pero toda esta pelea no es buena ni para ti ni para el niño.
Volaron al sur a casa de unos amigos de él en Nápoles. Dos semanas después Luca compró un coche y lo reparó, y entonces siguieron hacia el sur, hasta Calabria. Tras otras dos semanas volvieron a partir, aquella vez hacia el norte.
Hablaban de casarse, pero nunca se quedaron en un lugar el tiempo suficiente para las formalidades, por si los encontraban los tentáculos de Frank. En cualquier parte él encontraba un empleo; era una buena vida.
Becky no sabía que fuera posible tanta felicidad. Su amor era incuestionable, sin complicaciones, aquel que inspiraba las canciones e historias de amor, con un final feliz. Ella lo amaba, él la amaba y tenían un bebé en camino. ¿Qué más podía pedir?
El recuerdo de Frank seguía en el fondo, pero después de varias semanas sin señales de él, este se fue desvanecido. Ella empezó a comprender mejor a Luca, y a sí misma. Fue él quien le reveló su propio cuerpo, sus respuestas y su necesidad de amor físico. Pero fue también a través de él y de la vida que llevaban como fue capaz de mirarse desde fuera, con mirada crítica, y no le gustaba lo que veía.
– Era horrible -le dijo una vez-. Una mocosa mimada y consentida, sin preguntarme nunca de dónde sacaba el dinero mi padre. Pero la verdad es que venía de hombres como los que me pararon aquel día; prácticamente se lo robaba. En realidad no puedes culparlos, ¿verdad?
– Tampoco te puedes culpar tú. Eras muy niña. ¿Cómo se te iba a ocurrir preguntarle a tu padre sobre sus métodos? Pero cuando te han abierto los ojos no has intentado mirar hacia otro lado. Mi Becky es demasiado valiente para hacer eso.
El modo en que decía «mi Becky» la hacía sentir la persona más importante del mundo. Poco a poco fue comprendiendo que Luca era una persona para ella y otra distinta para los demás. Era un hombre aterrador, con un aura de hombre sin piedad e incluso violento que a ella le costó entender, pues nunca se lo mostró. Tenían sus peleas, pero él nunca utilizó su agresividad contra ella y siempre las terminaba deprisa, a menudo simplemente cediendo. No le gustaba estar de malas con ella.
En su vida diaria él era tierno, cariñoso, y la tenía en un pedestal, reafirmando con sus actos que ella era una persona diferente a todas las demás. Su amor por ella llevaba un ápice de adoración que la conmovía, a pesar de que en ocasiones se tornaba en una sobreprotección casi dictatorial. Fue él quien decidió, al sexto mes de embarazo, que debían dejar de tener relaciones hasta que el bebé naciera y ella se recuperara del todo.
– Es muy pronto -se quejaba ella-. El médico dice que aún tenemos tiempo.
– El médico no es el padre del bebé, soy yo. Y he decidido que es hora de parar.
– Quedan muchos meses. ¿Qué vas a hacer? Bueno, ya me entiendes.
– ¿Qué estás diciendo, que no te fías de que te sea fiel?
– No sé, ¿me fío?
– Amor mia, te prometo que volveré a casa nada más salir de trabajar, y si quieres me puedes poner una correa.
Cumplió lo prometido y pasaba en casa todo su tiempo libre. Cuando Becky hablaba en el médico con otras madres expectantes sabía la suerte que tenía. Todo le parecía divertido; ser pobre, aprender a hacer la compra de la forma más económica, vivir con vaqueros viejos y abandonarlos a medida que iba ganando peso.
Fue Luca quien decidió que debían asentarse en un sitio cuando llevaba más de seis meses de embarazo, pues quería que a partir de entonces la llevara el mismo médico. Habían llegado a Carenna, una pequeña ciudad cerca de Florencia donde él había encontrado empleo con un constructor local. Les pareció un lugar agradable donde echar raíces. Encontraron un buen médico y unas clases de preparto a las que él la acompañaba. En casa practicaban juntos los ejercicios hasta que se caían de risa.