– ¿Qué tal estás hoy? ¿Un poco mejor? Eso es bueno.
Ella nunca contestaba, pero a ellos no parecía importarles. La trataban como a una muñeca, peinándola y hablándole como si no estuviera.
– No hay modo de saber cuánto tiempo estará así, señor Solway. Tiene una depresión post-parto muy severa, agravada por las heridas internas, y necesita tiempo.
Nunca les recordó que era un ser vivo con pensamientos y sentimientos, porque ya no se sentía como tal. Era más fácil así porque ellos no parecían esperar respuesta alguna y el agotamiento emocional hacía que contestar le pareciera como escalar una montaña.
A menudo las palabras le parecían un parloteo sin significado, pero un día el mundo empezó a cobrar sentido y empezó a escuchar y ver con normalidad. Frank estaba en medio de uno de sus interminables monólogos, y las palabras tomaron sentido.
– No ha sido fácil volver a Inglaterra, es mala época en el mundo financiero; me ha dejado con una cuenta altísima. Pero dije que sólo lo mejor era suficiente para mi hija, y este sitio es el mejor. Sí, señor, sin escatimar en gastos.
– ¿Dónde está? ¿Dónde está Luca? ¿Por qué no viene a verme?
– Porque se ha ido de una vez por todas. Lo compré.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó ella, volviendo lentamente la cabeza y observándolo con una mirada que estremeció incluso a aquel hombre duro.
– Quiero decir que lo compré. Exigió dinero para alejarse y no molestarte nunca más.
– No te creo.
– Te lo demostraré.
La prueba fue un cheque por lo equivalente en euros a cincuenta mil libras, a nombre de Luca Montese, con el membrete en el dorso del banco donde había sido cobrado. Ella quiso decir que era falso, pero conocía el banco de Luca en Toscana, y era el mismo.
Aunque había creído que ya estaba muerta, aún le debía de quedar algún sentimiento vivo, porque lo sintió morir en aquel momento. Y se alegró.
Todo el mundo estuvo de acuerdo en la excelencia de la comida, en la que Luca Montese había sido el centro desde el principio. A medida que iban entrando los invitados, se los iban presentando sin dejar dudas de quién era el huésped de honor. Pero incluso sin aquello, habría captado toda la atención por su magnetismo, por su mirada penetrante y su sonrisa ladina. Era un depredador; reconocía fríamente las presas a su alrededor y las ordenaba según la importancia que tuvieran para él. Todos lo sabían, y todos lo cortejaban. Salvo ella.
– Luca -le dijo alegremente Philip Steyne-, déjame presentarte a una de mis personas favoritas, Rebecca Hanley, Relaciones Públicas del Allingham.
– Entonces la señora Hanley es alguien de la máxima importancia para mí.
– Buenas tardes, signor Montese -saludó ella con frialdad.
Era diferente. La mano que envolvió la suya ya no era la garra áspera que la había sujetado con pasión y ternura, y que ella había amado. Ahora era suave y con manicura, la mano de un hombre rico; la de un extraño. Se obligó a mirarlo a los ojos, y no vio nada. Ni calor, ni alarma, ni asombro ni reconocimiento. Nada. Un sentimiento de alivio y otro de desilusión lucharon dentro de ella, pero ninguno ganó.
– Podías haber sido un poco más amable -protestó Danvers a sus espaldas cuando lo hubo soltado-. Estos hombres hechos a sí mismos pueden ser muy susceptibles si creen que los tratan con condescendencia.
– Eres tú quien lo está tratando con condescendencia -apuntó ella.
– ¿Qué?
– La forma en que has dicho «estos hombres hechos a sí mismos» ha sido muy condescendiente. Como si fueran todos iguales.
– Lo son, más o menos. Llenos de sí mismos, siempre queriéndote contar cómo lo han conseguido.
Rebecca estaba recuperando las energías. Ya se le había pasado el impacto de verlo sin aviso previo, y ahora lo examinaba mientras él hablaba con alguien. Pensó que no lo habría reconocido. La altura y anchura de hombros eran las mismas, pero el pelo, que siempre había llevado enmarañado, tentándola a enredar los dedos en él, ahora lo llevaba muy bien cortado y hacia atrás, mostrando las facciones de su cara. La nariz prominente y aguileña también era igual, pero el resto era extraño.
– Un diamante en bruto -le murmuró al oído Philip Steyne-. Pero muy rico. Pensar que viene de ninguna parte, que empezó con nada.
– Nadie empieza de verdad sin nada -señaló Danvers-. De algún modo ha metido las manos en una suma de dinero importante para empezar. Sólo podemos especular sobre lo que tuvo que hacer para lograrla.
– A lo mejor te lo cuenta -dijo Rebecca de repente-. Es lo que hacen los «hombres hechos a sí mismos», ¿no?
– A lo mejor es preferible que no lo sepamos -comentó Danvers tras intercambiar una sonrisa con Philip-. Tiene pinta de ser un tipo peligroso.
Rebecca no dijo más, pues sabía lo que había hecho para conseguirlo. La última vez que lo vio no tenía un céntimo, y ahora era tan rico y poderoso que uno de los mayores bancos mercantiles del país se ponía a sus pies. Sólo aquello revelaba parte de la historia. Ella se había mezclado el tiempo suficiente con financieros como para saber qué clase de personas prosperaban en aquella atmósfera, y el éxito de Luca le decía que se había convertido en todo aquello que siempre había despreciado.
Lo que no le decía su prosperidad se lo decía su rostro. El candor abierto y generoso que lo habían hecho adorable ya no estaba. En su lugar había dureza, incluso crueldad, unos ojos que brillaban de sospecha donde una vez había brillado la alegría. Un tipo peligroso.
Su padre le había dicho: «Exigió dinero para irse y no molestarte más», pero incluso después de ver el cheque se había repetido que no podía ser cierto. Si hubiera vuelto, habría creído cualquier explicación, pero no volvió a saber de él y al final se cansó de gritar en la oscuridad. Al verlo en aquel momento comprendió que lo peor era cierto. Luca necesitaba dinero y había vendido el amor que compartían para conseguirlo.
– Luca -comentó de repente Philip Steyne con alegría-, por si te preguntas por qué te hemos sentado junto a Rebecca, es porque habla italiano, incluso toscano.
– Muy amables -contestó él, y volvió su atención a Rebecca para hablar con ella en toscano-. Bueno, ¿vamos a actuar toda la noche como si no nos conociéramos?
Capítulo Cuatro
Lo había sabido todo el tiempo y había escogido el momento para revelarlo. Tomada por sorpresa, Rebecca no pudo reprimir un gritito ahogado. Los otros observaban sonrientes, y disfrutaron de lo que creyeron un chiste.
– ¿Qué ha dicho, Rebecca? -le preguntó Philip-. Debe de haber sido algo muy fuerte para dejarte así. Vamos, dínoslo.
– Oh, no. Sé guardar un secreto -contestó, a lo que todo el mundo rió como si hubiera tenido una ocurrencia, y se dirigió a él en toscano-. ¿Nos conocemos?
– Sí -respondió él-. ¿Por qué fingir?
– ¿Se lo has dicho a alguien más?
– No. No me convendría. Y supongo que a ti tampoco.
– No.
– Entonces no hay ningún problema.
– Tienes una sangre fría impresionante.
– Ahora no.
– ¿Qué has dicho?
– No podemos hablarlo ahora; hay demasiada gente. Hablaremos luego.
– No hablaremos luego -contestó ella en voz baja, furiosa por que decidiera por ella-. Me voy a ir pronto.
– No -dijo él con amplia sonrisa.
– ¿Intentas darme órdenes?
– No, sólo digo que no lo dices en serio.
– Estás muy seguro de ti mismo.
– ¿En serio? No podría irme sin hablar contigo después de todo este tiempo. Solo pensé que tú tampoco podrías. ¿Me equivoco?
– No -repuso ella, enfadada consigo misma porque era verdad.
Luca se dirigió al resto de comensales con una amplia sonrisa.