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Y todo ese tiempo estaría fingiendo que se quedaba por Em y no por Anna.

Eso estaba muy bien, pero ¿dónde la dejaba a ella?

Bernard se movió y ladró en sueños. Em lo levantó y lo abrazó, pero él se volvió a dormir en seguida. Lo dejó de nuevo a sus pies, volvió a acostarse y se acarició la trenza.

Tenía casi treinta años, se dijo, y allí estaba, en una cama pequeña, con un perro que sólo pasaba despierto un minuto al día. ¡Y eso era sólo para comer! De pronto, tuvo un impulso irresistible de deshacerse la trenza y sacar a Bernard y sus ronquidos fuera de la habitación.

– Pero no voy a hacerlo -le dijo al pobre perro viejo Tú eres mi fiel Bernard Heinz. Bay Beach necesita un médico con dedicación, y yo soy ese médico. Ahora que Charlie se ha marchado, tú eres el único hombre de mi vida, y así es como debe ser. Ahora y para siempre.

Para siempre…

CAPÍTULO 4

A LA MAÑANA siguiente, Em fue a Blairglen Já para ver a Anna al terminar sus pruebas. Sabía que Jonas estaba con ella, pero sentía la necesidad de estar allí también

Era martes, y los martes tenía un acuerdo con un médico que trabajaba en el sur de Bay Beach y que también tenía exceso de trabajo. El arreglo consistía en que él atendía las urgencias de Em los martes, y ella lo hacía por él los jueves. Así, esos días podían visitar a los pacientes en zonas alejadas donde los móviles no tenían cobertura, con la tranquilidad de que el equipo de enfermería tendría alguien a quien contactar en una emergencia.

Y ese martes Em pudo pasar revista a los enfermos del hospital, visitar a un paciente en el extremo norte de su zona y luego acudir al hospital de Blairglen.

Cuando llegó al departamento de Rayos X, ya le habían hecho la mamografía a Anna. Como médico de cabecera, Em pidió que se la enseñaran, y el corazón se le cayó a los pies cuando la vio. No parecía un quiste.

«Por otra parte», se dijo, tratando de ser positiva, «es una masa firme y limitada. Aparte del pequeño bulto, no hay ninguna zona sospechosa».

– ¿Dónde está Anna ahora? -preguntó a la enfermera de turno, y ésta se lo indicó.

– Ya le han hecho la prueba de ultrasonido y ahora le están haciendo la biopsia -informó la enfermera-. Ella ya ha visto la radiografía y su hermano le ha explicado lo que significa. Es un hombre muy agradable, ¿verdad? Aún está con ella.

Sí que lo era, pero Em estaba concentrándose en Anna.

– ¿Puedo entrar?

– Claro -asintió la enfermera.

Cuando Em entró, Anna estaba tumbada en la camilla y le estaban practicando la biopsia. Podrían tener los resultados al final del día y sabría a qué atenerse, aunque no fuera lo que ella deseaba. Desde la puerta no podía ver bien a Anna, pero vio a Jonas enseguida. Él alzó la vista y ella pudo adivinar la consternación que sentía.

Em pensó que era imposible ser médico y hermano al mismo tiempo, y sintió que su corazón se volcaba hacia él. ¿Qué había dicho la enfermera? ¿Que él le había explicado la radiografía a Anna? Ese no era su trabajo.

Anna era lo importante. Em cruzó la sala hasta la camilla y agarró una mano de Anna, mientras los médicos seguían con su trabajo.

– Hola -saludó-. No son buenas noticias, ¿verdad?

Anna negó con la cabeza y una lágrima le rodó por la mejilla. Vestida con la bata verde claro del hospital, tenía muy mal aspecto. Estaba lívida y la única nota de color la daba su pelo. En ese momento el cirujano estaba tomando una muestra de tejido y, bajo el efecto de la anestesia, Anna no sentía dolor, pero estaba tensa y tenía los labios apretados. «Al borde de una crisis», pensó Em.

Sin decir nada, Em le limpió la lágrima con un pañuelo y luego se lo dio.

– Ya te han tomado la muestra -le dijo cuando el médico se retiró-. Se acabó, Anna. Esa era la última prueba.

– Es cáncer…

– Sí, Anna, es cáncer. Es una mala noticia, pero no es terrible. Recuérdalo -y, dirigiéndose a la radióloga, prosiguió-. Ni siquiera será necesaria una mastectomía, ¿verdad, Margaret?

– Por lo que hemos visto, no -Margaret White era la jefa de radiología de Blairglen. Aunque la decisión de practicar una mastectomía era responsabilidad del cirujano, Patrick May, el especialista de Blairglen, trabajaba en equipo con Margaret y no le importaba que ella tranquilizara a las pacientes adelantando lo que iba a pasar-. ¿Vas a elegir a Patrick para la intervención?

– Voy a sugerirlo -dijo Em. Agarró de nuevo la mano de Anna y le sonrió-. Anna, Patrick May es uno de los mejores cirujanos que conozco -dudó un momento y añadió-. Aparte de tu hermano, claro.

– Cla… claro -tartamudeó Anna, y miró a su hermano.

– Patrick es muy bueno -reiteró Em mirando a Jonas, que parecía dudoso-. Si tú y Jonas estáis de acuerdo en que te opere él, y lo hacéis aquí en Blairglen, podemos trasladarte al hospital de Bay Beach de inmediato para el postoperatorio. Así los niños podrán visitarte.

– Pero la quimioterapia…, la radioterapia… ¿Cómo voy a enfrentarme a eso?

– La radioterapia es como si te hicieran una radiografía al día. Y si el tumor es tan pequeño y limitado como parece, la quimioterapia solo será opcional, para más seguridad. Eso es todo. Hazlo y sigue adelante con tu vida.

Anna cerró los ojos.

– ¿No me estás mintiendo? -preguntó con un hilo de voz-. ¿No me estáis mintiendo todos?

Em le apretó la mano.

– De ninguna manera.

– ¿Cómo diablos lo has conseguido? -mientras Anna se vestía, Jonas arrastró a Em hacia el pasillo para que no los oyera-. ¿Cómo te has escapado de Bay Beach para estar aquí con Anna? -preguntó con incredulidad.

– Los milagros ocurren a veces -dijo Em mirando el reloj-. Hago lo posible para que ocurran cuando son necesarios. Pero… -vaciló un poco-, este milagro toca a su fin. No puedo quedarme mucho más tiempo.

– Te has quedado lo suficiente. Eras la persona a quien Anna tenía más ganas de ver.

– Me lo imaginaba. La mayor parte del miedo que produce este tipo de pruebas es porque las realizan desconocidos. Así que, siempre que puedo, intento venir. -¿Lo harías por cualquiera? Em se puso tensa.

– ¿Quieres decir si lo haría por alguien que no fuera tu hermana?

Él sonrió y se encogió de hombros como disculpándose.

– Supongo que debes hacerlo. Anna es especial para mí, pero para ti sólo es una paciente.

– Nadie es sólo un paciente -repuso Em tajante-.Y si alguna vez pienso así, me retiraré de la medicina y no volveré a ejercer.

De repente, se hizo un silencio. Una enfermera que llevaba una bandeja con muestras patológicas pasó por allí, pero ni la vieron. Jonas estaba mirando a Em y no tenía ojos para nadie más.

– Los médicos de familia de las ciudades grandes no hacen esto por sus pacientes -afirmó Jonas, y Em negó con la cabeza.

– Eso es injusto. ¿Cuántos médicos de familia conoces?

– No es injusto. Es la verdad.

– Entonces prejuzgas a los médicos de familia -dijo Em, y sonrió para quitar peso a la conversación-. ¡Qué bien que vas a ser uno de ellos durante un par de meses!

– Un par de meses…

– Tres -enmendó ella-. Ese es el tiempo mínimo que Anna va a necesitarte.

– Si me deja.

– Te dejará. Así que tienes tres meses por delante para intentar ser un buen hermano y un buen médico de familia. Va a ser una experiencia muy estimulante para ti -volvió a mirar el reloj-. Jonas, tengo que irme.

– Lo sé.

Pero ella no quería marcharse. Y Jonas tampoco quería que se fuera, ella se daba cuenta de eso. Se quedaron callados unos segundos, Em con la vista fija en el suelo y Jonas, dudoso, mirándola a ella.