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– No -Em intentó endurecerse.

– Hay una tercera opción -sugirió Lori.

– ¿Y cuál es?

Robby se había quedado dormido en brazos de Em. Lori lo alzó y lo metió en su cuna dándole un beso de buenas noches. Luego se incorporó y miró a su amiga con cara de preocupación.

– Podrías limitarte a divertirte. Podrías ser menos seria, echar una canita al aire y disfrutar. El cielo sabe que te lo mereces.

– Yo…

– No se acabará el mundo por que tengas un lío -dijo Lori en tono severo-. Y puede que te lo pases muy bien. Piénsalo. Ahora, vete a casa. Lo siento, cariño, pero mi Raymond viene a cenar y tengo que hacer la cena. Cuando hay pocos niños en esta casa, tengo que aprovechar el tiempo, porque yo sí pretendo tener una vida amorosa. La vida amorosa es divertida. Piénsalo bien.

Tras darle un beso en la mejilla a su amiga, la empujó hacia la puerta.

Y Em salió, quedándose pensativa.

Cuando entró en el apartamento, Jonas estaba allí cocinando.

Era una sensación tan inesperada que se detuvo y se quedó en la entrada inhalando el aroma de la carne asada.

– Um… ¿Por qué estás aquí? -consiguió decir, y él le sonrió.

– Vivo aquí, es la residencia de los médicos -contestó con dulzura-. Las enfermeras me acompañaron. He deshecho el equipaje en una de las habitaciones sobrantes. Me he presentado a tu felpudo, que dice ser un perro, y me siento como en casa. Y ahora estoy haciendo la cena -ella lo miraba asombrada y él le dedicó una gran sonrisa-. Le pedí a Lori que me telefoneara cuando salieras de su casa para poner la carne, ¡Estaba hambriento!

– ¿Así que Lori lo sabía?

– Claro que sí. Si no, ¿Cómo habría sabido yo cuándo poner la carne?

Eso no tenía respuesta. Em se esforzó por mantener la compostura y sonrió.

– Podrías haber cenado sin mí.

– ¿Por qué? No serás vegetariana, ¿verdad? No. Lori me lo habría dicho y, aunque lo fueras, no importaría, porque tengo tanto apetito como para comerme los dos chuletones yo solo. Además, tengo un montón de patatas crujientes a las finas hierbas en el horno.

– Patatas crujientes… -el aroma de la cocina era delicioso. Em se acercó al horno y lo abrió. Era tal como Jonas había dicho. Había un montón de pequeñas patatas doradas con olor a romero y a salvia que le hicieron la boca agua.

– ¿No me creías? -preguntó él dolido.

– ¡Sabes cocinar! -consiguió decir ella, y él arqueó las cejas con fingida indignación.

– Señora… Soy un cirujano. Si puedo reparar una válvula del corazón, también puedo seguir una receta.

– No siempre es así -murmuró Em, pensando en otros hombres que había conocido.

– Entonces, bienvenida al nuevo orden -dijo él, señalándole la mesa, donde había una ensalada y una botella de vino-. Siéntate.

– Yo no bebo.

– ¿Porque siempre estás de guardia? -lo había adivinado-. Pero esta noche estoy yo de guardia, así que siéntate y disfruta de la novedad.

Em se sentó mientras Jonas le llenaba el plato de carne y patatas y servía una copa de vino para ella y una de agua con gas para él.

– ¿Ves? -le dijo, y se sentó-. Esta noche yo estoy en la zona de no bebedores, por lo que tú puedes beber cuanto quieras.

– Será mejor que no -de ninguna manera podía beberse dos copas de vino con ese hombre delante, ¡y con esa sonrisa que tiene!, pensó soñadora. No habría sido responsable de sus actos. ¡ Y además sabe cocinar!.

Él estaba mirando al perro, que no se había movido desde que Em había llegado.

– ¿Bernard se mueve alguna vez? -preguntó Jonas señalando al gran perro color canela que esperaba espatarrado debajo de la mesa a que cayera algo.

Em sonrió y negó con la cabeza.

– ¿Que si Bernard se mueve? Eso es como preguntar si el felpudo se mueve.

– Ya veo. Lo escogiste por su conversación tan animada -Jonas tenía una sonrisa radiante y los ojos le brillaban-. Estupendo. Intuyo que yo encajo perfectamente. Una mujer que exige mucho de sus hombres…

Em se sonrojó. «Tengo que llevar de nuevo la conversación a la medicina», pensó. Era un terreno más seguro.

– Creía que ibas a pasar la noche en casa de Anna.

El rostro de Jonas se ensombreció.

– Quizás debería -dijo-, pero ella no quiere.

– ¿Está bien?

– Sí -contestó, mordiendo un trozo de carne y concentrándose en la comida-. Sí, está bien. Está controlándose. Está en casa con sus hijos y prepara el equipaje aparentando la más absoluta tranquilidad mientras espera para ir al hospital mañana.

– ¿Estás satisfecho de que sea Patrick quien la opere?

– Es un cirujano excelente -contestó Jonas sin dejar de comer-. Cuando lo vi me di cuenta de que lo conocía de algo. Es mayor que yo, pero hicimos las prácticas en el mismo hospital. Sí, estoy contento de que la opere Patrick, y lo que es más importante, Anna está contenta.

– ¿Te tranquilizó su opinión?

– El tumor no mide más de un centímetro y está muy bien delimitado. Quiere extirpárselo y limpiar los ganglios, pero está convencido de que no se ha extendido.

– ¿Y tú cómo te sientes?

– Mejor -Jonas pinchó una patata y la volvió a dejar en el plato-. No -se contradijo con sinceridad-. No me siento mejor. Me siento muy mala Me siento como si no controlara nada.

Permanecieron en silencio hasta terminar de cenar. Em sabía que Jonas necesitaba tiempo para resignarse a los hechos. Lo último que necesitaba era charlotear.

Em terminó de comer, recogió la mesa y llenó el lavavajillas mientras él permanecía sentado mirando al vacío. A Em ese silencio no la molestaba.

– Gracias por hacer la cena -dijo Em cuando terminó de recoger. Se sentía exhausta y él necesitaba espacio-. Bernard y yo nos vamos a dormir -dijo dándole al pasar una palmada a Jonas en el hombro-. ¿Necesitas algo?

El la miró.

– No.

– Todo saldrá bien -le dijo-. Telefonea a Anna.

– Son más de las diez…

– ¿Crees que estará durmiendo?

– No, pero…

– Llámala, Jonas -insistió Em con dulzura-. No he bebido tanto vino como para no poder hacerme cargo de esto. Y si quiere que vayas, ve a verla.

– Ya te lo dije. Estoy de guardia.

– Si Anna te necesita, considéralo una visita profesional. Al menos, llámala.

Él la miró de una manera extraña.

– Supongo que tienes razón.

– Creo que la tengo.

Él le agarró la mano y la retuvo una fracción de segundo. Había sido sólo un instante, pero fue suficiente para que Em se quedara sin respiración hasta que él la soltó. Si él supiera el efecto que le causaba…

Pero no parecía que ese contacto le hubiera producido a Jonas ninguna tensión sexual. Sólo pensaba en su hermana.

– Gracias -dijo con una sonrisa cansada-. Claro que tienes razón.

– Tengo que tenerla. No tengo otra opción.

La tuviera o no, la invencible doctora Mainwaring no se sentía invencible en absoluto.

Agarró a Bernard y lo cargó sobre su hombro, igual que lo había hecho todas las noches durante los diez últimos años. Con el perro al hombro como si fuera la bolsa de su pijama, se fue a la cama.

CAPÍTULO 5

E M LO oyó telefonear a su hermana. Estaba acostada y lo oyó hablar en voz baja y luego colgar el auricular con suavidad. Estaba esperando que tomara su coche y se fuera, pero seguramente Anna había rechazado su oferta de ir a verla y no lo hizo. En lugar de eso, se dirigió a acostarse en la habitación contigua.

Oírlo le produjo una sensación extraña. ¡Jonas Lunn durmiendo en su casa!

Tendría que acostumbrarse. Iba a estar allí tres meses.

De pronto le vino un pensamiento. ¡Quizá sí podrían tener una aventura, como había sugerido Lori!