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Fue como si un relámpago la hubiera iluminado.

¿Soltarse la melena y tener un lío? ¿Dejar que su vida sin sexo y con exceso de trabajo se volviera durante esos pocos meses un poco más emocionante?

¿Podría hacerlo? Ella no era el tipo de chica a quien le gustaba tener líos.

Y Jonas tampoco era ese tipo de hombre. Y menos, con chicas como ella. Cualquiera podía ver que podía tener a cualquier mujer que se le antojara.

Y en cuanto a ella… Era una chica corriente y nada presumida, y así era como le gustaba ser. Estaba hecha para servir para algo y no para ser decorativa.

Estaba destinada a dormir con perros que roncaban y no con hombres atractivos.

Pero ese día él la había besado.

«Como lo habría hecho cualquiera», se dijo aún más contrariada. Él había estado bajo mucha tensión mientras le hacían las pruebas a Anna y se había sentido agradecido. Por eso la había besado.

Fin de la historia. Por lo tanto, no había ninguna razón para que ella estuviera a oscuras en su cama, tocando los labios que él había besado y recordando la sensación de la boca de Jonas contra la suya.

Necesitaba una ducha fría. ¡Y ese hombre iba a permanecer en su casa durante tres meses!

«Contrólate», se dijo, furiosa. «Estás actuando como una idiota. Deja a ese hombre en paz. Aprovéchalo profesionalmente, pero nada más. Y, ahora, deja de pensar locuras y duérmete».

Pero su mente no obedecía órdenes.

No dejó de pensar en él ni se durmió. No podía.

El la habitación contigua, Jonas también estaba haciendo horas extra pensando locuras.

Primero pensó en Anna. Al día siguiente se enfrentaba a una operación, y la idea le revolvió las tripas. Todavía le parecía una niña, su hermanita pequeña, y por muchas seguridades que le dieran, prefería que eso no le estuviera ocurriendo a ella.

No obstante, ella no era una niña. Su voz por teléfono había sonado calmada y segura.

– Estoy bien, Jonas. Les he dicho a los niños lo que pasa. Les he preparado una maleta a cada uno y una para mí. No. No quiero que vuelvas esta noche. No hay nada más que tú puedas hacer, así que déjame estar.

Dejarla estar…

No podía. Se sentía mal dejándola. Era como volver a sentir el rechazo de su madre. Su madre los había abandonado y, en ese momento, Anna estaba rechazándolo con todas sus fuerzas.

¿Quería ser tan independiente como él lo era?

Maldición. No lo podía resistir. Su familia le había retorcido los sentimientos desde que era pequeño y él detestaba esa sensación.

Por eso era importante mantener el resto de sí mismo entero y alegre, se dijo en la oscuridad. No necesitaba para nada enredar más sus sentimientos.

Entonces ¿por qué sus pensamientos no hacían más que derivar hacia Em?

Su cama estaba pegada a la pared. La pared de la habitación de ella. Se dio la vuelta y se quedó mirando. Lo que necesitaba desesperadamente era comunicarse de alguna forma. Quizá podría hacer señales de Morse.

Sonrió con ironía. Si lo hiciera, Em pensaría que estaba loco de remate.

¿Tendría la trenza del pelo deshecha? Maravilloso. ¿En qué diablos estaba pensando? Estiró el cuerpo sobre la cama, que le quedaba corta. ¡Diablos!

«Deja tranquila a Emily Mainwaring», se dijo con decisión. «Si juegas con ella, jugarás para siempre. Y lo último que necesitas en tu vida es una mujer».

Pero estaba pensando en dos mujeres, y las necesitaba a ambas.

Em y Anna. Su hermana y su…

«Y mi socia temporal», se dijo. «Mi socia médica. Nada más».

A medianoche, sonó el teléfono.

A la tercera llamada, Jonas salió al recibidor para contestar, pero Em debía de tener una extensión junto a la cama. Cuando levantó el auricular la oyó hablar. Era obvio que había reconocido la voz de quien llamaba. Donas se percató de que era una urgencia y escuchó sin recatarse.

– ¿Lori? ¿Eres tú? -decía Em-. Lori, no puedo entenderte si no te calmas. Respira hondo un par de veces y dime lo que pasa.

¿Cómo había sabido que era su amiga? Lo que se oía en el teléfono era sólo una serie de resoplidos aterrorizados y podía ser la voz de cualquiera.

Pero Em tenía razón. Era Lori. Se oyó cómo tomaba aliento y finalmente logró que se entendiera lo que decía.

– Em, se trata de Raymond. Vino a cenar y estábamos viendo la televisión. Se levantó y entonces… tuvo un colapso y dejó de respirar. -Está en el suelo…

– Lori, ¡tú sabes hacer la respiración artificial! -exclamó Em-. ¡Házsela! No pienses en otra cosa que en mantenerlo vivo. Estaré ahí en dos minutos. Lori, mantén la calma y ¡muévete!

Jonas se puso los pantalones y un suéter sobre el pijama y, cuando -llegó al coche, Em ya estaba arrancando. Salieron volando calle abajo. Em tocaba la bocina para que los otros coches se apartaran, haciendo tanto ruido que habría podido despertar a los muertos.

Jonas pensó que debían haber ido en su Alfa en vez de en el achacoso coche de Em. Pero ella llevaba siempre todo el equipo médico necesario y él no iba a discutir.

Em ni siquiera se había dado cuenta de que él había saltado al coche. Todas sus energías se concentraban en prestar auxilio a su amiga cuanto antes.

– ¿Puedo llamar a la ambulancia? -preguntó Jonas cuando las ruedas chirriaron al doblar la primera esquina. Ella asintió sin apartar la vista de la calle.

– Sí -contestó señalando el teléfono móvil que estaba sobre el salpicadero-. Pulsa el número uno. Diles que tenemos un paro cardíaco en Bay Beach Home Two. Quizá me equivoque, pero es lo que parece. Luego pulsa el tres. Eso te conectará con la ambulancia aérea. Si lo reanimamos va a necesitar cuidados intensivos que aquí no podemos darle. Volarán desde Sydney para recogerlo. Blairglen no es lo suficientemente grande para tener una unidad de cuidados coronarios.

– ¿Estás segura de que los necesitaremos? -inquirió Jonas mientras agarraba el móvil.

– No -su tono era sombrío-. Claro que no estoy segura. Pero si tenemos suerte, los necesitaremos. De todos modos, diles que estén preparados y cruza los dedos.

– De acuerdo.

No le fue fácil utilizar el teléfono móvil. Em doblaba las esquinas como loca y Jonas salía disparado contra el lateral del coche a cada momento.

– Apriétate el cinturón de seguridad -ordenó Em sin mirarlo-. No puedo ir más despacio y si golpeas la puerta tan fuerte podría abrirse. Sólo me faltaba un accidente.

– ¡Sí, señora! ¡Diantre! -exclamó, y se apretó el cinturón. Después se concentró en llamar a las ambulancias.

Em sólo prestaba atención a la conducción.

Jonas lo consiguió. Intentar permanecer derecho, a pesar de la arriesgada forma de conducir de Em, hacía que el tono de su voz pareciera desesperado, y no tuvo dificultad en convencer a la operadora de radio de la ambulancia de que se trataba de una verdadera urgencia. Por fin se detuvieron frente al edificio.

Em ni siquiera apagó el motor y dejó el coche abierto frente a la puerta delantera. Llevaba un chándal azul pálido con el que seguramente había dormido y desapareció enseguida.

¡Diablos!

Jonas estaba acostumbrado a ver cómo el personal del hospital acudía a toda velocidad cuando les pedían el carrito con los equipos de emergencia. Em los había superado en rapidez.

Él tardó en entrar un poco más que Em. Confiando en que Em mantendría la respiración de Raymond, consideró prioritario apagar el motor y sacar el material de reanimación cardíaca del maletero.

Cuando llegó adentro, la escena que vieron sus ojos era dramática. Raymond yacía inconsciente en el suelo del salón y Em trabajaba ferozmente en reanimarlo, mientras Lori miraba. El rostro de Raymond tenía un tono gris y el de Lori, blanco como la cera.

Jonas pensó que se trataba de un paro cardíaco total y, sin preguntar nada, preparó rápidamente el equipo de reanimación. El hombre debía de tener entre treinta y cuarenta años y era muy corpulento. Llevaba puesto un traje y estaba con la camisa abierta y sin corbata, probablemente porque Em y Lori se las habían quitado de un tirón. Tenía el aspecto de un hombre de negocios que pasaba más tiempo detrás de una mesa de despacho que al aire libre.