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No quedaba tiempo para más evaluaciones. Em estaba insuflando aire a los pulmones de Raymond. Alzó la vista y vio a Jonas. Su cara mostró alivio al ver que Jonas estaba preparando lo que ella necesitaba, y se apartó para dejarle sitio.

– La reanimación cardiopulmonar no está funcionando -le dijo-. Lori sabe hacerla tan bien como una profesional y se la estuvo haciendo hasta que llegué, pero no está respondiendo.

«Necesitaremos los electrodos. Igual que con Charlie, pero, por favor, con mejores resultados», pensó Jonas.

Trabajaron deprisa. Mientras Lori continuaba con la respiración boca a boca, los dos médicos se concentraban en el pecho.

Una sacudida. Nada.

– ¡Venga! ¡Venga!

Fue como una plegaria que Em murmuró después de la segunda sacudida. Milagrosamente, el pecho de Raymond se infló.

Por unos instantes los demás dejaron de respirar, esperando…

De pronto, Raymond gimió sin aliento y Lori se echó encima de él.

– Por favor, Ray, no te mueras. Venga, Ray. Puedes hacerlo.

– Apártate, Lori -ordenó Em, tirando de su amiga con suavidad para que no interfiriera con los electrodos si volvían a necesitarlos. Tenía una expresión de esperanza. Giró la cabeza para buscar algo, pero Jonas ya se había anticipado una vez más y tenía el oxígeno preparado.

Una vez Raymond estuviera respirando, podrían ponerle una mascarilla, colocarle un gota a gota y comenzar a disolver el coágulo con la medicación.

Y rezarían para que no hubiera sufrido daños irreparables y para que su corazón siguiera palpitando.

Se oyó una sirena que se acercaba y Em cerró los ojos un instante. Al verla, Jonas pensó que estaba dando gracias. ¡Estaba tan dedicada a sus pacientes! Ser médico de familia en una comunidad como esa debía de ser un infierno. Al conocer bien a todos los pacientes sería muy difícil mantener sus sentimientos al margen.

Recordó sus propias decisiones. Le habían hecho tanto daño en su niñez que había resuelto no implicarse emocionalmente con nadie aparte de Anna. Pero Em hacía suyos los problemas de toda la comunidad.

«Se volverá loca», pensó Jonas al ver los sentimientos que afloraban en el rostro de Em. Si seguía haciendo eso año tras año durante el resto de su vida, se quemaría.

Quizá estuviera allí sólo por una temporada, como él.

Pero él se iría por propia voluntad. Ella, en cambio, por puro agotamiento.

«Eso no ocurrirá mientras yo esté aquí», se prometió. Él le daría un respiro durante unos meses. Sólo tenía que procurar mantener a raya su nivel de dedicación.

Lo cual era muy difícil. Como en ese momento…

– Apártate un momento, Em -le dijo. Ella necesitaba un respiro, un momento para serenarse. Quizá necesitara hacer lo que Lori estaba haciendo en ese momento: romper a llorar.

Era una forma de desahogarse muy eficaz. ¡Incluso a él le iría bien soltar alguna lágrima!

– Sal y llama por radio a la ambulancia aérea -sugirió a Em-. Diles que aceleren porque el caso es urgente -necesitaban un cardiólogo y cuidados intensivos-. ¿Lo acompañarás en el avión?

– No puedo -fue la respuesta instintiva, pero luego reflexionó. Después de todo, Jonas estaba allí. ¡Había otro médico para sustituirla!-. Supongo que sí que puedo, si tú te haces cargo de mi trabajo… -echó una mirada a su chándal azul pálido-. Es una suerte que me haya puesto algo decente para dormir. ¿Le pondrás la comida a Bernard? Volveré en tren por la mañana.

– Ve a hacer el equipaje, Lori -ordenó Jonas-. El hospital le proporcionará a Raymond lo esencial, pero tú necesitarás ropa para cambiarte y el cepillo de dientes. Y, por supuesto, Em, le daré de comer a Bernard. Será un placer comprobar si es verdad que está vivo.

Lori miraba a Raymond y a Jonas sin saber qué hacer. En ese momento Raymond abrió los ojos. Al ver a

Lori, movió la mano y ella la tomó entre las suyas. Asunto zanjado.

– Tienes que irte -dijo Jonas.

– Pero ¿y Robby? -susurró Lori sin dejar de mirar a Ray El bebé…

Jonas suspiró. Un perro. Un bebé. ¿Qué más?

– Puedo hacerme cargo -les dijo forzando un tono firme y convincente.

Era más de lo que había esperado. Podía arreglárselas con un perro, pensó. Pero, ¿con un bebé?

Em regresó al mediodía siguiente.

Estaba tan cansada por los acontecimientos del día anterior, que durmió durante todo el viaje y no se despertó hasta que el tren entró en la estación de Bay Beach. Cuando bajó, aún se sentía un poco aturdida y confusa.

Se sintió aún más confundida al ver lo que la esperaba en el andén.

No sólo Jonas con Robby en brazos, sino además, Sam, Matt y Ruby, los hijos de Anna. Y por si fuera poco, detrás de ellos y erguido como no lo había estado en años, su querido perro, el peludo Bernard.

Jonas, rodeado por los niños, parecía un moderno flautista de Hamelin. En el brazo izquierdo sostenía al bebé, que miraba a su alrededor con los ojos bien abiertos, interesado por todo. Ruby, de cuatro años, se agarraba a la mano derecha como si la vida le fuera en ello. Matt, de seis años, y Sam, de ocho, estaban desconcertados y se agarraban al pelo del perro de la misma manera que Ruby a la mano de su tío.

¿Bernard estaba siendo útil?

– Hola -saludó Jonas como si el recibimiento fuera de lo más normal-. ¿Has tenido buen viaje? -sonrió al ver el atuendo de Em: el mismo chándal azul de la noche anterior-. Por lo que veo, todavía vas en pijama.

Em se ruborizó.

– Yo no tengo pijamas. No hacen más que estorbar. Y sí, gracias. He tenido un viaje muy tranquilo, que es justo lo que necesitaba.

Miró a los niños y luego a Jonas. Él había dejado de sonreír y su expresión era inescrutable. A decir verdad, tenía problemas con sus sentimientos. Em le parecía tan bonita, despeinada y con cara de sueño… Y el dichoso chándal sí que parecía un pijama.

«Concéntrate en la medicina», se dijo Jonas. «Concéntrate en las cosas verdaderamente importantes, las que están al margen de los sentimientos».

– ¿Ray? -era una pregunta médica en una sola palabra.

– Aún está en cuidados intensivos -el rostro de Em se ensombreció al pensar en su paciente-. Hice bien en ir con él en el avión. Volvió a sufrir un paro cardíaco durante el vuelo,y ha sufrido algún daño.

– ¿Problemas neurológicos? -«¿habían acudido a él con suficiente presteza?», se preguntó Jonas. Ray había dejado de respirar durante cinco minutos, lo suficiente para que le faltara oxígeno al cerebro. Lo suficiente para que hubiera algún daño serio.

Em estaba negando con la cabeza.

– Hay alguna cicatriz en el corazón, pero no se ve ningún daño cerebral -la expresión de Em se suavizó al decirlo-. Ha podido hablar con Lori y sabe lo que ha ocurrido. Pero supongo que tendrán que hacerle un bypass como mínimo. Yo se lo había advertido desde que comencé a ejercer aquí. Sus niveles de colesterol eran demasiado altos. Venía periódicamente a hacerse un chequeo. Como si, los chequeos fueran suficientes en sí mismos.

– Y ahora casi lo pierde todo.

Era cierto, y la idea hizo que Em se estremeciera. Sentía una necesidad irresistible de compartir su sentimiento con Jonas. Ella, que solía ser tan reservada, pensaba que Jonas era un hombre en quien se podía confiar. ¿Un amigo? O algo más…

– Ray… Ray le pidió a Lori que se casara con él -le dijo, mirando a Jonas con los niños y el perro. Era una escena que daría qué pensar a cualquier mujer. Y tampoco sabía qué pensar de lo que Jonas despertaba en ella. «Concéntrate en Ray y Lori», pensó-. Le había propuesto matrimonio media hora antes de sufrir el colapso, pero Lori lo rechazó. Le dijo que primero estaban los niños. Él le había llevado un anillo de compromiso. Lo llevaba en el bolsillo cuando tuvo el ataque y ahora Lori está sentada a su lado en la unidad coronaria, luciéndolo en el dedo como si su vida dependiera de eso.