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– A veces hay que estar a punto de perder algo para darse cuenta de su valor -dijo Jonas muy serio, y Em lo miró fijamente. Algo fallaba en el tono de su voz. Él también estaba tenso.

– ¿Y Anna?

– A Anna la están operando ahora.

– ¡Oh, Jonas! ¡Deberíamos estar allí con ella!

– No puedo estar en dos lugares a la vez -dijo, mirando a los niños y sonriendo-. ¿verdad, chicos? -los niños le sonrieron-. Al irse Lori, Anna decidió posponer la operación, pero cuando le di mi palabra de que tú y yo cuidaríamos a los niños, aceptó seguir adelante.

Hizo una pausa para que Em asimilara la noticia.

– ¿Nosotros? -preguntó Em con tacto.

Los peligrosos ojos de Jonas chisporrotearon.

– Tenemos una casa grande… -contestó él poniendo cara de pez, y Em tuvo que sonreír.

– ¿Una casa grande? -repitió ella como si no entendiera nada. Pero entendía demasiado bien el lío que se le echaba encima.

Jonas ponía cara de inocencia y virtud.

– Es una casa verdaderamente grande -dijo con firmeza- Demasiado grande para nosotros dos y Bernard.

– ¿Cómo lograste que Bernard se pusiera de pie?

– Lo hicieron los niños a base de insistir. Ha resoplado mucho, pero cada vez que se sentaba, los niños lo obligaban a ponerse de pie. Así que ya lo sabes, lo que Bernard necesita es que le hagan caso -su expresión se ensombreció-. Estaba seguro de que querrías cuidar de Robby. ¿Cómo no iba a ofrecerme a cuidar de todos?

Todos. Bernard, Sam, Matt y Ruby. Casi nada. Em miró al bebé que Jonas sostenía en brazos y se le encogió el corazón. Estaba cansada y confundida. Habían pasado tantas cosas que necesitaba tiempo para reflexionar.

Pero Jonas le estaba ofreciendo a Robby para que lo tomara en brazos. Era tan pequeño, había sufrido tantas heridas y ella lo quería tanto…

No le importaba hacerse cargo de los hijos de Anna, y no tenía más remedio que aceptar que Jonas se quedara en su casa, pero el, pequeño Robby era otra cuestión.

Robby era… Robby era simplemente lobby.

Esa había sido la razón por la que se lo había llevado del hospital. El pequeño se estaba encariñando con ella y ella con él. Y ahí estaba Jonas diciendo que se había hecho responsable de él.

¡Y también de los hijos de su hermana!

– ¿Has consultado con el director del orfanato? -preguntó ella. Supongo que la administración tendrá alguna idea de lo que piensan hacer con Robby.

– Los otros hogares están llenos -aclaró Jonas-. Tom, el director, me llamó esta mañana. Dice que la única solución es transferir a Robby y a los hijos de Anna, si es necesario, a un hogar en Sydney.

– ¡No!

– Yo sabía que no estarías de acuerdo -dijo Jonas con dulzura-. Y tampoco lo está la tía de Robby. Ella dice que lo acomodemos en uno de los otros hogares, pero Tom no quiere. Así que pensé que si me ofrecía a ayudarte con Robby y con Bernard…

– ¿Yo me ofrecería a ayudarte con tus sobrinos?

– Eso es -contestó Jonas con una gran sonrisa-. Hace dos días sólo había un médico en Bay Beach. Ahora hay dos médicos, pero con cuatro niños y un perro. Seguro que nos las arreglaremos.

– ¿Y cuáles serían tus responsabilidades como niñera?

– Sé construir castillos de arena -dijo él con cara de bueno, y Em tuvo que sonreír.

– ¿Qué tal se te da cambiar pañales?

– Uy… -dijo él, haciendo una mueca.

– Los pañales no son tu fuerte ¿verdad, doctor Lunn?

– Por eso estamos esperándote en la estación. Para que puedas compartir…

– Muchas gracias…

– De nada -le dijo y le pasó a Robby con toda rapidez-. Aquí tienes a tu bebé.

«Tu bebé». Eso le llegó al alma.

Miró a Robby y luego a Jonas. Se estaba metiendo en territorio peligroso y se preguntaba si Jonas era consciente de lo peligroso que era.

Él lo tenía todo estudiado.

Cuando llegaron a casa estaba esperándolos Amy, la recepcionista ocasional de Em. La joven había almorzado allí y sonrió al ver entrar a Jonas con su camada.

Y vaya camada que era. Un socio y cuatro niños.

Y un perro. Bernard se dirigió directamente a su sitio bajo el lavaplatos, e inmediatamente dos niños estaban tirando de él.

Y Amy les sonreía a todos, lo que hacía que Em se sintiera aún más confusa. -Hola.

– Hola, Amy. ¿Qué haces aquí?

– Lou está mejor del resfriado -dijo Amy sonriendo con cara de alivio. La chica no había disfrutado nada de su experiencia como recepcionista en la consulta médica-. Así que Lou está de nuevo en la recepción y como el doctor Lunn sabía que no tengo trabajo… Para ser sincera, me gusta mucho más hacer de niñera que ver cómo alguien vomita en el suelo de la sala de espera. Así que cuando el doctor Lunn me ofreció ser tu niñera por unos días, pensé que sería estupendo.

– Un arreglo perfecto -dijo Jonas con cara de satisfacción-. ¿No es un arreglo perfecto, doctora Mainwaring?

– Perfecto -murmuró Em, y la sonrisa de él desapareció.

– Sí, lo es. Y funcionará, Em. No tenemos elección.

– Eso sí lo veo. Que no tenemos elección.

– Amy estará aquí durante el día, y las noches que uno de nosotros esté de guardia. Así los niños estarán cuidados.

Pero Em sujetaba todavía a Robby apretado contra ella. El pequeño Robby que le había robado el corazón.

– ¿Por qué pareces tener miedo? -preguntó Jonas con dulzura, y ella pensó que él se percataba de más cosas de las que convenía. Que él supiera por instinto lo que ella estaba pensando le daba escalofríos.

– Estoy tratando de averiguar cómo voy a lograr separarme de Robby después -murmuró Em, y Jonas se quedó mirándola.

– Quizá no quieras hacerlo.

– Pero…

– Y tal vez no sea necesario -le tocó levemente la nariz. Era como si la hubiera rozado una pluma, pero sintió que una corriente eléctrica le recorría el cuerpo-. Piénsalo. Con la ayuda de Amy, no necesitarás hacerlo. Entretanto, ¿puedo dejarte con Amy y los niños? Necesito urgentemente ir a Blairglen a ver a Anna.

– Claro.

– Esto va a funcionar -repitió él con convicción-. Si nosotros nos empeñamos -la miró largamente con ojos interrogantes y asintió-. Vale, chicos -les dijo a sus sobrinos-. Ya sabéis lo que pasa. Os dejo para que os acomodéis aquí con la doctora Em y Amy, pero esta noche volveré para deciros cómo está mamá. ¿De acuerdo?

– De acuerdo -balbucearon, y Em supo que tenían tanto miedo como ella.

Pero, como ella, no tenían elección.

– Jonas -lo llamó cuando se iba, y él se giró.

– ¿Sí? -sus miradas se encontraron y, una vez más, Em sintió que una extraña corriente fluía entre ellos. Esa corriente que tanto la asustaba.

– Quédate todo el tiempo que necesites -le dijo-. Amy y yo nos las arreglaremos. Dale nuestro cariño a Anna. Y…

– ¿Y…?

– Tengo todos los dedos cruzados para desearle suerte.

– Gracias -contestó él y, por encima de las cabezas de los cuatro niños, sus miradas volvieron a encontrarse.

Podían haberse besado…

CAPÍTULO 6

JONAS NO regresó hasta la medianoche. Em no había conseguido dormirse y estaba completamente despierta cuando oyó detenerse su coche. Los demás dormían. No había ningún motivo para que ella no durmiera también, ni para que estuviera nerviosa por estar. sola con los niños, porque Jonas lo había arreglado todo por si era necesario que alguien los cuidara por la noche.

Amy se había marchado a su casa a las seis y el arreglo consistía en que si ambos médicos tenían alguna salida, se dejaría abierta la puerta que conectaba con el hospital y alertarían al equipo de enfermeras del turno de noche para que vigilaran la casa como si fuera el pabellón infantil.