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«Algo tan simple», pensó Em. Ojalá sus sentimientos por Jonas fueran tan simples.

Tampoco eran simples sus sentimientos por el bebé que estaba en la cuna junto a su cama. Había decidido que el sitio lógico para poner la cuna era en su dormitorio, ya que los niños habían insistido en que Bernard durmiera en el cuarto con ellos. Pero lo que no era lógico era que ella se sobresaltara a cada movimiento de Robby.

«No pienso tener hijos», se había dicho mil veces. Así que no podía encariñarse con Robby. ¡No podía!

Igual que tampoco pensaba casarse. Simplemente, en su vida no había sitio para una familia.

Pero quería a Robby, el bebé que dormía a su lado. No podía engañarse más. Y una parte de ella era feliz al ver que su casa estaba llena de niños y perros y… Y Jonas.

Todo era demasiado complicado.

Y para complicar más su vida, Jonas acababa de regresar y a ella le latía el corazón de una forma muy extraña.

Podía meter la cabeza bajo la almohada y obligarse a dormir.

Pero, por el contrario, al oír la llave de Jonas en la cerradura, salió corriendo a recibirlo.

Él estaba extenuado.

Em había dejado encendida una pequeña lámpara por si algunos de los niños se levantaba por la noche. Su luz era tenue, pero suficiente para ver que Jonas estaba muy cansado. Tenía ojeras y la expresión de su rostro era sombría.

– ¿Jonas? -preguntó con el corazón encogido por el temor. «Cielos, ¿qué habrá pasado con Anna?», pensó.

Al verla entre las sombras, la cara de él se relajó como por arte de magia.

– Em.

– ¿Cómo está Anna?

Él se había acercado a Em como para tocarla, pero el tono de su voz lo detuvo.

El tono había sido intencionado. Notaba que estaba sintiendo algo por Jonas y tenía que distanciarse de él.

No podía aceptar las manos que él le estaba brindando.

Así que hizo que el tono de su voz sonara profesional. Un médico preguntándole a un colega sobre un paciente.

– Está bien.

Ella se suavizó un poco.

– Pero tú no estás bien. Puedo verlo. Ven a tomarte una taza de té y cuéntamelo todo.

– ¿No podría ser un brandy?

– ¿tan mal te ha ido?

– No -intentó esbozar una sonrisa-. Diablos, no. Es sólo que estoy muy cansado -se encogió de hombros-. Anoche no dormí mucho.

Claro que no había dormido. Ella, al menos, había dormido algo en el tren. Al pensarlo, se le encogió el corazón, pero consiguió que su voz sonara ecuánime. Sentía como si una corriente eléctrica le recorriera el cuerpo y no sabía qué hacer con ella.

Se refugió en las cosas prácticas, como ir hacia el aparador y servir la copa de brandy.

Tuvo que hacer un esfuerzo para dársela a Jonas sin acercarse demasiado. Luego retrocedió hasta dar contra el aparador.

– No voy a morderte, ¿sabes? -dijo él bromeando, y ella sonrió.

– Ya lo sé, pero me gusta este sitio -señaló hacia un sillón-. Siéntate y cuéntamelo todo.

Él se sentó sin dejar de mirarla.

– Pareces un gnomo de jardín de color azul pálido. No te pareces nada a un médico.

Ella se quedó pensativa. Miró su chándal azul y sonrió. -Umm. ¿No te parezco bien en mi versión nocturna?

¿Quieres pasar a mi consulta mientras me pongo una bata blanca?

Él se rió.

– Eso es un poco retorcido, doctora Mainwaring. Creo que lo dejaremos como está. De hecho, creo que me gusta más tu aspecto de gnomo.

Ella volvió a sonreír y se hizo un silencio. Las cosas se habían tranquilizado entre ellos. O casi. Em todavía pensaba que estaba demasiado cerca de él. A sólo tres pasos.

– Háblame de Anna -dijo y esperó.

Él la miró extrañamente, como diciendo que no creía que estuviera interesada. No estaba acostumbrado a que un médico se interesara así por sus pacientes, y menos aún a que lo hiciera también a nivel personal.

– Todo ha ido tan bien como cabía esperar -le dijo.

– ¿Qué quieres decir?

– Era un tumor pequeño como vimos en la radiografía. Menos de un centímetro. Estaba circunscrito en el tejido blando debajo del pecho y no parece que se haya extendido. Han extirpado tejidos alrededor, pero no parece que haya dispersión. No tuvieron que tocar el pezón, así que quedará con un pecho ligeramente más pequeño que el otro. Si el análisis muestra que los tejidos circundantes no tienen nada, Anna no necesitará una prótesis.

– ¡Eso es estupendo! ¿Y los ganglios?

– Los han examinado todos y parece que están bien -Jonas miró el fondo de su copa como para ver el futuro-. Uno de los ganglios estaba ligeramente hinchado, pero tenemos que esperar hasta mañana para saber los resultados de patología.

– Oh, Jonas…

– Es una espera interminable.

– Más para Anna que para ti -pero aun así iba a ser dura para él, y ella no pudo resistirlo más. Se acercó a él y le pasó las manos por detrás del cuello. Lentamente, comenzó a darle un masaje que le alivió la tensión.

El suspiró al sentir los dedos de ella, pero aún estaba pensando en Anna.

– Ya sabes… aunque se haya extendido a los ganglios, en la etapa dos, la prognosis es positiva.

– Sí, ya lo sé -movió la cabeza-. Había alguien más allí -dijo despacio, y Em pensó que estaba muy cansado y que la conversación le suponía un gran esfuerzo.

– ¿Quieres decir que alguien más esperaba para saber cómo estaba Anna?

– Sí. Sentado allí como yo, esperando a que saliera del quirófano.

Em arqueó las cejas.

– ¿Era Kevin? -Em creía que el compañero de Anna había desaparecido hacía tiempo.

– Ni por asomo. Si hubiera sido él, creo que lo habría estrangulado con mis propias manos. Se llama Jim Bainbridge. Un tipo muy grande, de unos treinta y pico años.

– Conozco a Jim -Em seguía con el masaje y notaba cómo los músculos de Jonas se relajaban-. Jim es el jefe local de bomberos. Es un buen hombre, pero muy tímido. Es el vecino más cercano de Anna. Tienen la misma valla trasera.

– Mmm…

– ¿Crees que la aprecia? -preguntó ella.

– Creo que parecía casi tan preocupado como yo. Desde luego que le importa.

– Bueno… No es ni un perdedor ni un alcohólico -dijo Em con dulzura, tratando de anticiparse a los temores de Jonas-. Es cariñoso, tiene un trabajo estable y, que yo sepa, es de los que toman una sola cerveza después de un incendio importante.

– Eso sería un gran cambio -Jonas volvió a suspirar-. Pero haría falta un gran hombre para aceptar a Anna, con tres niños y cáncer de mama.

Em dejó de masajear.

– ¿Piensas que a Anna no le queda nada que ofrecer? ¿Sólo porque ha perdido un pedacito de su pecho?

– No quería decir eso. Claro que no -esbozó una sonrisa y agarró las manos de Em-. Solamente quería decir que tres niños son muchos y que ella tiene mucho miedo.

– Igual que tú.

– Yo no tengo miedo.

– ¿A las relaciones? -Em se soltó y volvió a masajear-. ¿De necesitar a la gente? No me tomes el pelo, Jonas Lunn.

Silencio.

– No lo tengo, ¿sabes? -dijo Jonas como si se le acabara de ocurrir.

– ¿Miedo a las relaciones?

– Eso es.

– Así que estás deseando enamorarte, ahora mismo.

– Podría sentir la tentación -su tono era cálido y ella se contuvo-. Por ejemplo, si me dijeras ahora mismo que te acostarías conmigo.

– Sacarías tu caja de preservativos más rápido de lo que yo tardara en decir «anillo de matrimonio» -dijo ella cortante y con un deje amargo en la voz-. Eso estaría bien, pero no va a ocurrir. Ninguno de los dos va a hablar de la cama, tú no vas a mencionar los preservativos, ni yo el anillo de matrimonio. Porque eso no es lo que queremos ninguno de los dos.