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– No es necesario que tomes cama, preservativos y anillo de matrimonio como un lote completo -dijo él con cautela-. Pueden ir por separado.

– ¿Cómo? ¿Irme a la cama contigo sin un preservativo? -Em arqueó las cejas fingiendo indignación. Continuó masajeando-. Muchas gracias. Ya tenemos cuatro niños. ¿Estás diciendo que hagamos el quinto?

– Me refería a lo del matrimonio -le dijo. Le quitó las manos del cuello y se volvió cara a ella mirándola muy serio. Puso las manos sobre los hombros de ella obligándola a mirarlo-. ¡Basta! Em, tienes que saber que me gustaría hacerte el amor. Me gustaría mucho, mucho.

Ella también deseaba hacer el amor con Jonas más que cualquier otra cosa en el mundo. Deseaba que él la rodeara con sus fuertes brazos, la estrechara contra su pecho, la llevara en brazos hasta la cama y le hiciera creer…

Le hiciera creer durante unos pocos minutos llenos de magia que era joven y deseable y que era libre de escoger lo que quisiera en la vida.

Pero eso sería una locura, porque al final, cuando Anna ya no lo necesitara, él se alejaría sin mirar atrás.

Las palabras siguientes que Jonas pronunció confirmaron los temores de Em.

– Em, no hace falta que pongas cara de que te están pidiendo que te comprometas de por vida -dijo él-. Por todos los santos, ¿cuántos años tienes?

– Veintinueve

– Y yo treinta y tres. Tenemos edad suficiente para saber que podemos disfrutar del placer cuando tenemos la ocasión.

– Y alejarnos después. -Eso es.

– Sólo que no es así como funciona -contradijo ella con tristeza-. Como me pasa a mí con Robby.

– No te entiendo.

– Yo creía que podía querer a Robby durante un tiempo limitado. Así que me dejé encariñar con él. Y ahora lo tengo crudo. Porque, si Robby me necesita, yo lo necesito más a él. Lo quiero, Jonas. En eso consiste el amor. En necesitar y que lo necesiten a uno. Así que aquí está, durmiendo en la cuna al lado de mi cama. Y cuanto más tiempo esté, más me destrozará el corazón cuando se vaya.

– No sabía que esos eran tus sentimientos -hizo una mueca-. ¿Dónde está tu objetividad profesional, doctora Mainwaring?

– No la tengo -Em respiró hondo y se apartó de él.Tú parece que la tienes a espuertas, pero yo no. Y no es justo, porque para ti no supone ningún problema.

– No sé a qué te refieres.

– Tú podrás tener una esposa y una familia cuando lo desees -él arqueó las cejas.

– No lo deseo.

– Exactamente -Em metió las manos en los bolsillos de su chándal y lo miró desafiante-. Pero yo sí lo deseo. Siempre lo he deseado. Tener una familia sería maravilloso. Pero también quiero seguir siendo el médico de Bay Beach. Las dos cosas son imposibles a la vez.

– Podrías casarte con alguien de aquí y adoptar a Robby.

– ¿Ah sí? -ironizó ella-. ¿Cómo podría conseguirlo? ¿Qué hombre iba a aceptarme sabiendo que estoy de guardia veinticuatro horas al día, siete días por semana? Puede que tú encuentres una esposa que acepte vivir contigo en esas condiciones, pero el papel de la mujer no ha cambiado tanto como para que yo pudiera encontrar un marido que lo aceptara. No tengo la más mínima posibilidad de entablar una relación duradera.

– ,¿ Tan mal están las cosas?

– Sí, lo están -dijo en tono cortante-. Esta ciudad es suficientemente grande como para dos médicos y no hay suficientes facultativos en las ciudades vecinas. Así que yo soy todo lo que hay. Trabajo en exceso. Me gusta lo que hago, pero no me permite tiempo para nada más.

– ¿Ni siquiera para Robby?

Ella inclinó la cabeza.

– No hay nada en el mundo que desee más que adoptar a Robby -le dijo-. Me he encariñado mucho con él, lo quiero muchísimo. Pero ¿qué clase de madre iba a ser?

– Creo que serías una madre estupenda.

– Sí. En casa durante treinta minutos cada día, y eso dependiendo de las necesidades de mis pacientes -su falta de comprensión la estaba sacando de sus casillas-. A Robby lo criaría una niñera. ¿Tal vez Amy? Hasta que encontrara un trabajo mejor. ¡No! Saldrá ganando si lo adopta alguien que pueda quererlo todo el tiempo, que pueda ser una verdadera madre para él.

– Pero su tía no quiere ni oír hablar de la adopción.

– Tarde o temprano acabará aceptando la idea. No tiene más remedio.

– Y mientras, tú seguirás destrozándote el corazón.

– No me lo estaría destrozando si tú no te hubieras ofrecido a que lo cuidemos

– Lo siento, Em -le dijo él con dulzura-. No me di cuenta. Pero, si no lo hubiera hecho, ahora estaría en Sydney y tú estarías sufriendo por él.

– Sí, pero… -sintió que las lágrimas se le agolpaban en los ojos-. Tú no tenías que saberlo.

– Pero ahora lo sé -afirmó Jonas.

– Ya no se puede hacer nada.

– Excepto aceptarlo. Tenemos que vivir con este dichoso arreglo. Tú, yo y nuestros cuatro niños.

– ¿Y alejarnos cuando todo termine? -la voz de Em estaba llena de desesperanza.

– Sí, pero con unos recuerdos maravillosos -la agarró por los hombros y la miró a los ojos. La sujetaba con firmeza, como un hombre que reclama lo suyo-. Unos recuerdos maravillosos. Em, ambos sabemos que esto es transitorio. Yo tengo un mundo al que debo regresar cuando Anna esté recuperada, pero entretanto, podemos estar bien. Podemos hacer que los niños disfruten, y…

– ¿Y? -preguntó ella, aunque sabía lo que iba a decir.

– Em, yo pienso que eres una mujer muy especial. Es cierto que no soy hombre de echar raíces, ni nunca lo seré, pero eso no me impide entablar una relación si la dama es lo bastante especial. Y, de veras, me gustaría mucho acostarme contigo.

Ella hizo una mueca.

– Supongo que debería sentirme halagada.

– No, porque tú deseas lo mismo, lo puedo adivinar.

– ¡No!

– ¡Venga, dilo!.-la instó con una mirada burlona-. Di que no lo deseas.

– No lo deseo.

– Embustera -la estrechó más fuerte y, de pronto, sintieron que estaban unidos por algo que cada vez era más fuerte. «Será por el silencio», pensó Em, desesperada. «Será por el cálido ambiente del antiguo caserón, por saber que hay cuatro niños a nuestro cuidado…».

La escena emanaba tanta dulzura que Em sintió ganas de llorar. Cuanto más miraba a ese hombre, más imposible le resultaba apartarse de él.

– Em… -los ojos de Jonas buscaron los de ella, anhelando una respuesta que ella no tenía fuerzas para dar.

Em pensó que debería zafarse de él y alejarse para encerrarse en su habitación.

Pero no lograba hacerlo. El lazo que los unía era demasiado fuerte.

Él la soltó de los hombros, le acarició el pálido cuello con los pulgares y, con suavidad, le acercó la cara hacia la suya.

Hubo un largo y elocuente silencio que dejó dichas muchas cosas que no podían decirse con palabras y que los unió de manera difícil de desunir.

Se miraron fijamente, confundidos, inseguros, sin saber lo que sucedería en el futuro, pero conscientes del presente. Se tenían el uno al otro.

Él la besó.

Para Em no era el primer beso. Claro que no. Tenía veintinueve años, había llevado una vida normal y divertida como estudiante de medicina y, desde que estaba en Bay Beach, varios hombres la habían cortejado. No deseaban compartirla con la carga de trabajo que ella llevaba, pero sí la deseaban a ella.

Por lo tanto, la habían besado.

¡Pero nunca de esa forma!

Nunca había imaginado que un beso así fuera posible. «Como la unión de dos mitades», pensó ella al sentir que el calor de la boca de Jonas le inundaba todo el cuerpo, calentándoselo desde la cabeza hasta los pies.

Era una sensación indescriptible, que nunca había imaginado que pudiera sentir.

Los labios de él acaparaban los suyos. Sus bocas estaban juntas, los brazos de Jonas la rodeaban aplastándole los pechos contra su torso. Y ella se derretía contra él como si hubiera encontrado su hogar.