Em tomó una bocanada de aire e intentó volver a la normalidad.
– No.
– Entonces, lo haré yo -le dijo él-. Soy cirujano. Aunque no estoy acostumbrado a este tipo de medicina, puedo hacerme cargo de los casos urgentes hasta que te recuperes un poco.
– ¿Eres cirujano? -preguntó asombrada. No se lo esperaba. Anna no tenía nada de dinero. Eso no tenía sentido.
– Soy cirujano a tiempo completo. Y soy hermano de Anna Lunn sólo cuando ella me deja -dijo y soltó una carcajada nerviosa-. Pero mis problemas pueden esperar. Puedo ver a tus pacientes y hacerme cargo de lo que sea urgente. Esperemos a que se lleven a Charlie con el debido respeto y hagamos un descanso para tomarnos un café. Lo único es…
– ¿Qué?
Él vaciló un momento.
– Me ha costado semanas conseguir que mi hermana viniera a verte -dijo con reticencia-. Tuvimos que dejar a los niños en la guardería de emergencia de la Residencia Bay Beach para venir. Si ahora la dejamos regresar a casa, no conseguiré que vuelva. ¿Podrías verla?
– Claro que sí.
– No está tan claro. Si lo haces, es a condición de que después me dejes atender tus casos urgentes. -No es necesario.
– Sí lo es.
Él se quedó mirándola fijamente. Em se preguntaba por qué la miraba así. Ella solía estar pálida, era alta y demasiado delgada. El pelo, largo y negro, lo llevaba trenzado a la espalda, lo que la hacía parecer aún más flaca. Tenía ojeras y sus ojos pardos estaban hundidos, reflejando su cansancio. Él podía ver que estaba cansada. Sus palabras lo confirmaron.
– ¿No tienes a nadie que te ayude? -preguntó él, y ella negó con las manos-. ¿Y por qué diablos no? ¿Acaso Bay Beach no es lo bastante grande como para tener dos médicos o incluso tres?
– Yo nací aquí y adoro este lugar -contestó ella-, pero en Australia hay montones de pequeñas ciudades costeras y muchas no están tan lejos de la ciudad como esta. Los médicos quieren disponer de restaurantes, colegios y universidades para sus hijos. Hemos puesto anuncios desde que mi último socio se marchó hace dos años y no hemos recibido ni una respuesta.
– Así que tú eres el único médico.
– Así es.
– Diablos.
– No está tan mal -Em pasó la mano sobre su trenza sedosa y, mirando a Charlie, suspiró-. Excepto ahora. Me alegro mucho de que estuvieras aquí para que me quede claro que no se podía hacer nada más para salvar a mi amigo.
. -Lo entiendo -contestó él mirando también al cuerpo de Charlie-. ¡Maldita sea!
– Había llegado su hora -susurró Em.
– Y también tu hora de dormir un poco.
– No -suspiró Em, y consiguió esbozar una sonrisa-. No hay descanso para los malditos, doctor Lunn. ¿O debería decir señor Lunn?
– Llámame Jonas.
Jonas… «Suena bien», pensó ella.
– De acuerdo, Jonas -asintió. El hombre de la funeraria acababa de llegar-. Despidámonos de Charlie y luego seguiré con mi trabajo.
. -Ya oíste lo que dije -gruñó Jonas-. En cuanto veas a mi hermana, yo seguiré con tu consulta hasta que hayas descansado,
Era una gran tentación. Tenían dos pacientes en el hospital a los que debería ver. Si dejaba al doctor Lunn con la consulta, podría visitarlos, comer algo y hasta echarse una siesta antes de la consulta de la tarde.
– Venga, hazlo -dijo él. Pero le parecía una irresponsabilidad pasarle su trabajo a un desconocido-. Estoy perfectamente cualificado -aclaró al ver que dudaba-. Con una llamada a Sydney Central te lo confirmarán.
Ella lo creía y no se resistió más.
– Me parece maravilloso. La consulta es toda tuya. Pero, primero, veamos a tu hermana.
– No quiere decirme qué tiene, pero está muy asustada.
Media hora más tarde Em estaba en su despacho. Lo que había pasado le parecía mentira. Delante de ella estaba Anna Lunn, pálida y callada. Jonas, que le agarraba la mano para infundirle ánimo, estaba igual de serio.
– No sé lo que está pasando, doctora Mainwaring -dijo él. Había pasado a un tono formal, lo cual era una buena idea. La consulta debía ser estrictamente profesional-. Anna no me cuenta nada. Ella y yo nos distanciamos hace mucho tiempo y nunca ha dejado que la ayude, aunque educar a sus hijos sola ha debido de ser una pesadilla. Pero ahora… Vine a verla hace un par de semanas y hay algo que la atemoriza. No quiere decirme lo que es, pero la conozco y sé que es algo malo.
– ¿Anna? -Em se dispuso a prestarle atención a la mujer.
Anna era pelirroja como su hermano, pero ahí terminaba su parecido. Aunque era más joven que él, parecía mucho mayor. Los rizos de su pelo eran desiguales, y sus ojos verdes tenían una expresión de derrota.
Parecía como si la vida le hubiera dado muchos golpes, y que el último la fuera a desbordar.
– ¿Sí? -su voz era solo un susurro.
– ¿Preferirías que tu hermano saliera para que me cuentes lo que te pasa en privado? -preguntó mientras dirigía una mirada a Jonas.
– Si tú quieres, me voy -ofreció él, preparándose para salir, pero Anna alargó la mano y lo retuvo. Jonas volvió a sentarse y le dijo con dulzura-: Anna, dinos lo que te pasa. Estamos contigo hasta el final. Los dos. Pero tienes que decirnos lo que ocurre.
Anna respiró hondo y miró a Em asustada.
– Cuéntanos, Anna -dijo Em con dulzura, y la chica se estremeció.
– No sé, no sé si puedo hacerle frente. Mis hijos…
– Dinos.
– Tengo un bulto en el pecho. Creo que es cáncer de mama.
En efecto, había un bulto en el pecho de Anna, cerca del pezón. Era del tamaño de un guisante y se movía cuando Em lo palpaba.
– ¿Desde cuándo te has dado cuenta de que lo tienes? -preguntó Em mientras examinaba el resto del pecho. No había nada más. Solo el pequeñísimo bulto.
– Hace cuatro semanas.
– ¿Solamente? Eso es estupendo -dijo Em. Anna estaba tumbada en la camilla detrás del biombo y Jonas podía oírlas-. Algunas mujeres se preocupan por un bulto como este durante un año o más sin hacerse examinar. No tienes ni idea del perjuicio que puede causar tardar tanto.Pero tú has venido muy pronto y es muy pequeño. Tiene menos de un centímetro.
Anna temblaba bajo sus manos, temerosa de mirar a, Em a los ojos.
– Entonces, ¿es cáncer?
– Puede que sea un pequeño cáncer de mama -repuso Em. No tenía sentido intentar tranquilizarla cuando lo que importaba era que se hiciera las pruebas necesarias-. Pero también es muy posible que sea un quiste inofensivo. Los quistes en el pecho son muy frecuentes, mucho más que el cáncer, y se parecen mucho. Hace falta una biopsia para distinguirlos.
– Entonces esto puede ser una pérdida de tiempo. Si sólo es un quiste, puedo irme a casa y olvidar la cuestión -dijo Anna esperanzada.
– Todavía no -contradijo Em-, porque puede que tu primera idea sea la correcta. Por tu edad, estás en un grupo de bajo riesgo, pero hay que descartar esa posibilidad.
– Pero no quiero saberlo -dijo Anna cubriéndose la boca para no llorar-. Si es cáncer… Quisiera estar bien por tanto tiempo como sea posible. Tengo tres hijos y quiero poder cuidarlos. Jonas me hizo venir, pero si es cáncer, es preferible no saberlo.
– Ahí es precisamente dónde te equivocas -dijo Em devolviéndole la blusa y dándole un pañuelo de papel. Cuando Anna se vistió, Em apartó el biombo para que Jonas pudiera participar en la conversación-. Es mucho, muchísimo mejor saberlo.
– ¿Por qué? ¿Para que me puedas quitar el pecho?
– Eso ya casi nunca se hace -gruñó Jonas. No podía reprimirse y se levantó para abrazar a su hermana-. Has sido una estúpida. ¿Por qué no me lo dijiste? Yo podía haber disipado tus temores.