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– Quizá echaba de menos tener niños a su alrededor -aventuró Em-. Puede ser que todos estos años haya estado deprimido y no supiéramos por qué. Pero mira… -Sam le acababa de dar una patata y el perro meneaba la cola como si fuera una bandera-. ¡Lo que necesitaba era una familia! -una familia. Qué idea tan dulce y tentadora ¿Qué mejor vida que esta? -exclamó Em con alegría-. Cuidado, Ruby. Esa ola es muy grande. Se va a llevar tu cena.

Ruby levantó los brazos para que la ola no mojara su bolsa de pescado y luego siguió comiendo hasta la siguiente ola.

A su vez, Em hacía juegos malabares con Robby a caballito sobre sus rodillas y tratando de que no se le mojara la bolsa de pescado.

– No va a funcionar -le dijo Jonas riéndose-. Vete hasta donde no rompen las olas. Es la única forma de solucionarlo. Además, así evitarás que se mojen los vendajes de Robby. Si se mojan, tendrás que cambiárselos y tardarás al menos media hora.

– Ni lo sueñes. A Robby le encanta el mar. ¿Verdad, Robby? -el bebé gritó dichoso-.Y a mí también. Si supieras las ganas que tenía hoy de venir a la playa…

– Entonces, deja que te ayude -le quitó la bolsa de pescado frito y comenzó a dárselo mientras ella saltaba las olas con Robby. Un trozo para ella y un trozo para él.

Todo extrañamente íntimo.

Robby reía a cada bote que daba su caballito y sus vendajes se mojaban más y más. Pero Em no hacía caso, porque tanta diversión bien valía la pena tener que cambiarle las vendas después.

Era una sensación indescriptible. Miró a su alrededor. El bebé, los niños, Jonas… Una ola rompió sobre sus pies descalzos. Jonas le metió en la boca otro trozo de pescado. Se alteró tanto que, por un momento, pensó que iba a llorar.

¡Qué estupidez!

– Debería irme a casa -dijo ella sin fuerzas-. Tengo trabajo.

– Pero el teléfono no ha sonado.

– Tengo un montón de papeleo legal por hacer.

– Yo te ayudaré cuando los niños se hayan ido a la cama -se ofreció Jonas, y eso la alteró aún más. Pensar en ese hombre sentado a su lado por la noche, trabajando en la montaña de papeles…

– No es necesario que lo hagas.

– Quiero hacerlo -dijo Jonas con dulzura, y le arrebató a Robby de los brazos-. Bueno, chicos. ¡Sam, Matt, Ruby! Recoged toda la basura, llevadla a la papelera y volved enseguida.

– ¿Por qué? -preguntó Sam, desafiante. Sam tenía los ojos verdes y el pelo rojo como su tío. Em sonrió al verlo. Era igual que Jonas.

– Porque nos vamos a nadar. Y el que no venga, que se prepare.

No sabían lo que les esperaba, pero sonaba divertido. -No te atreverás -retó Sam. -No vengas si quieres averiguarlo. -No -contestó el niño riendo. -Entonces, ¿a qué esperamos? ¡Vamos!

Em se quedó en la orilla mirando cómo Jonas y los niños chapoteaban y gritaban.

Robby iba seguro en brazos de Jonas, y los otros se envalentonaban, adentrándose más y más en lo profundo del agua. También Jonas se estaba adentrando más y más en lo más profundo del corazón de Em.

Eran casi las diez cuando terminaron de acostar a los niños. Em salió de su cuarto después de darle a Robby el último biberón y se encontró con que Jonas estaba ordenando los papeles de su escritorio.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó perpleja, y él se rió.

– Haciendo sitio para los dos. Pero yo, en tu lugar, me cambiaría antes -dijo mirando con aire virtuoso su camisa limpia de lino y sus pantalones.'Se había duchado con los niños. Por el contrario, Em había bañado a Robby,.le había cambiado los vendajes, lo había ayudado con los ejercicios y dado el biberón y aún llevaba puesto el bañador. «Está preciosa», pensó él. «Preciosa». ¡Pero no podría trabajar con ella así!-. No creo que pueda trabajar mucho a tu lado con esa ropa que llevas -le dijo.

– No creo que puedas trabajar conmigo de ninguna manera -dijo ella con firmeza-. Se trata de mi papeleo.

– Somos socios.

– No sabes nada sobre mis pacientes.

– Puedo hacer el papeleo legal con las manos atadas -dijo, y señaló el ordenador-. En tu ordenador están las cartas de los abogados y las notas sobre tus pacientes. Yo tengo mi ordenador portátil. Tú puedes mirar tus notas y decidir lo que podemos decir y yo voy escribiéndolo y editándolo sobre la marcha. ¿Alguna objeción?

Ninguna», pensó Em mirando la enorme pila de cartas. Parecía que uno de cada dos de sus pacientes tuviera alguna reclamación de seguros pendiente.

– Pero dúchate primero. Si me siento a tu lado con esa indumentaria, no respondo de las consecuencias.

Ni ella tampoco. Miró a Jonas, que se estaba riendo, y salió volando. Porque no se fiaba de sí misma. Nada.

Había un problema. Su pelo.

Em solía lavárselo una vez por semana. Tenía una mata espesa que tardaba horas en secarse.

No quería lavárselo en ese momento porque tendría que deshacer la trenza. Pero estaba lleno de arena y sal.

– Debería cortármelo. Es pura vanidad llevarlo así -dijo delante del espejo. Pero a su abuelo y a Charlie les gustaba. Y a ella también-. Así que lávalo y sécalo con el secador -se ordenó-. Pero eso tardará casi una hora y Jonas está esperando. Está haciendo tu trabajo…

Se deshizo la trenza, se lavó la cabeza y se peinó. Se puso el pijama y volvió a la sala con el pelo suelto.

Jonas se puso en pie al verla entrar. La miró fijamente y silbó, haciendo que Em se sonrojara.

– No hace falta que silbes -dijo cortante-. Sigo pareciendo un gnomo, sólo que algo más peludo.

– Me gustan los gnomos peludos -dijo él con una mirada franca. Estaba claro que le gustaban mucho. -Venga. Si insistes en ayudarme, empecemos de una vez -dijo ella en un tono frío y profesional.

– Tu pelo está goteando todavía. -No importa.

– Déjame que te lo seque con la toalla.

– Jonas Lunn, si -te acercas a menos de medio metro de mí, gritaré y saldré corriendo.

– ¿Qué? ¿Tiene miedo de mí, doctora Mainwaring?

– dijo Jonas sonriendo con picardía.

– Sí -repuso ella con franqueza. -No tienes por qué tener miedo.

– Al contrario, tengo que tenerlo. Estás jugando con mi equilibrio y, a veces, pienso que mi equilibrio es todo lo que tengo para mantenerme cuerda. Así que dejémonos de cosas personales y empecemos con mis cartas. -Sí, señora.

Así quedó zanjado el tema y él tuvo que olvidarse de que estaba sentado junto a la mujer más deseable que había conocido jamás y ponerse a trabajar.

Se preguntaba cómo conseguir que algún día esa mujer se deshiciera la trenza sólo para él.

Trabajaron durante dos horas seguidas, con tal ritmo que el montón de papeles disminuía por minutos. Cada vez que Em le decía a Jonas que se fuera a la cama, él agarraba una nueva carta. No debía dejar que lo hiciera. Pero él podía dormir al día siguiente y la idea de terminar con el papeleo era demasiado atractiva.

De repente, Robby se despertó.

Era un bebé inquieto. La piel que se estaba cicatrizando le picaba y, a veces, se hacía daño al cambiar de postura en la cuna y se despertaba con un quejido. Pero no era un niño llorón y, después de lloriquear un poco, se quedaba tranquilo en la cuna.

Era como si supiera que no tenía una madre que lo estrechara entre sus brazos y que, por lo tanto, no valía la pena llorar. Em no lo podía resistir. Se levantó, fue a buscarlo y lo llevó hasta donde estaba Jonas.

– ¿Qué le pasa? -preguntó Jonas, apartando los papeles. El trabajo les había cundido bastante y tenía ganas de acostarse.

– No lo sé -Em acunó al pequeño entre sus brazos y sus hermosos cabellos se balancearon brillando sobre sus hombros-. Ojalá me lo pudiera decir, pero no puedes, ¿verdad, cariño? Está mojado, pero eso no lo suele despertar. Pero como ya está despierto… -lo puso sobre el sofá y comenzó a cambiarlo. Luego volvió a acunarlo. Al volverse, vio que Jonas la estaba observando.