– Desearía que no lo hicieras -se quejó, y él parpadeó.
– ¿Que no hiciera el qué?
– Mirarnos fijamente. Robby y yo no somos atracciones turísticas.
– Deberíais serlo. Tú eres preciosa -Em estuvo a punto de tirarle un cojín. Ese hombre era capaz de desconcertarla.
– No -dijo ella emocionada-. Robby es precioso y no Yo. ¿Quieres tomarlo en brazos? -y antes de que Jonas pudiera decir nada, se lo había dejado sobre las rodillas y se había marchado hacia la cocina.
– Necesito un chocolate a aliente y supongo que tú también. Y le prepararé otro biberón a Robby. Cuídalo mientras los preparo.
Era sólo una excusa para apartarse de él. Para recuperar su equilibrio.
Jonas era tan distante…, pausó mientras estaba en la cocina. Ayudaría a Anna, pero luego saldría de nuevo de su vida. Y si le daba la oportunidad, le haría el amor y luego se marcharía sin volver la vista atrás.
No era suficiente. Él tenía que aprender que había algo más en la vida.
Que había algo más aparte de amar y ser necesitado. También era necesario necesitar a alguien. Pero Jonas Lunn no necesitaba a nadie, No sabía lo que se estaba perdiendo.
Cuando Em regresó a la sala, Jonas había adelantado más trabajo. Robby estaba tumbado sobre sus rodillas haciendo gracias y tenía a Jonas anonadado.
Cuando Em regresó, Jonas levantó la vista disimulando que el bebé también le había llegado al corazón.
– Es un bebé encantador. -Sí, lo es.
– ¿Por qué dijiste que su tía no lo quiere tener? -Porque tiene tres hijos.
– Eso no me lo impediría dijo Jonas, y su voz cobró una fiereza que hizo parpadeos Em-. Quiero decir… si fuera el hijo de mi hermana.
– Claro -Em lo miró preguntándose si estaba siendo sincero. Miró a Robby, que estaba parloteando y tenía las manitas agarradas a las de Jonas.
Em pensó que había algo mágico en el ambiente. -¿Quieres que le dé yo el biberón? -preguntó ella. -No, yo se lo daré. Termina tu chocolate. -El tuyo se va a enfriar.
– No importa -contestó Jonas.
Em se sentó y, mientras sorbía su chocolate, observó la ternura con la que Jonas le daba el biberón a Robby.. Una vez más sintió que su preciado equilibrio se le iba de las manos.
Hasta que se le fue para siempre, le gustara o no.
Al día siguiente una ambulancia trasladó a Anna hasta el hospital de Bay Beach. A su llegada, Em la examinó y se cercioró de que le dieran los analgésicos necesarios. Aliviada, Anna se recostó sobre su almohada.
– Le diré a tu hermano que venga -dijo Em acariciándole la cabeza para tranquilizarla-. El viaje en ambulancia te habrá despertado el dolor, pero ahora se te calmará. Si te parece bien, dentro de un ratito Jonas puede traerte a los niños. Están deseando verte.
– Y yo quiero verlos a ellos -susurró Anna-. Estoy tan contenta de que ya haya pasado todo…
– Lo estamos todos. ¿Podrías llamar al doctor Lunn a la consulta? -Em le pidió a la enfermera que la acompañaba y miró el reloj-. Dile que Anna ya está aquí. Que le he dado morfina y que dormirá un par de horas, pero que después puede traer a los niños y yo me encargaré de la consulta.
Em no vio a Jonas durante el resto del día. Necesitaba tiempo para reflexionar. Estaba tan confusa que no podía casi concentrarse en su trabajo.
Cuando regresó a casa por la noche, Jonas no había regresado con los niños y Robby estaba solo con Amy.
«Quizá Jonas también necesita tiempo para reflexionar», pensó Em con un asomo de amargura. Ese hombre había despertado en ella tantos sentimientos que no deseaba, que ojalá también él estuviera algo conmocionado.
Jugó un poco con Robby y luego lo llevó a dormir. Lo dejó al cuidado de las enfermeras del turno de noche y se marchó al hospital a hacer la ronda nocturna. Suponía que Anna estaría sola, pero se encontró con que Jonas estaba con ella.
Al verlo, se estremeció. Sus sentimientos volvían a estar en danza.
– ¿Qué has hecho con los niños? -preguntó alzando las cejas, y luego le sonrió a Anna fingiendo indignación-: ¡Menuda niñera!
Jonas se indignó también.
– No los he abandonado. Jim los ha invitado a comer una pizza.
– ¿Jim? -preguntó Em extrañada-. ¿Jim Bainbridge?
Se sorprendió gratamente cuando vio que la pálida cara de Anna se teñía ligeramente de color. Bueno, bueno… Así que Jim era correspondido.
– Él se ofreció -afirmó Anna a la defensiva- Y los niños lo conocen. Vive al otro lado de nuestra valla trasera. Él… -se sonrojó aún más-. Vino a Blairglen, pero yo no quise verlo. Luego esperó un par de horas aquí. Al final tuve que decirle que entrara a verme. Tenía tanto interés por ayudar en algo…
– Creo que ha sido una buena idea -afirmó Em. Tomó la ficha clínica de Anna para comprobar su evolución y sonrió-. A veces hace falta ser muy valiente para aceptar la ayuda de alguien. A menudo, es más fácil dar que recibir.
Anna negó con la cabeza.
– No estoy acostumbrada a recibir.
– No sé cómo lo habré adivinado -sonrió de nuevo-. Por lo que veo en tu ficha, estás evolucionando muy bien. No parece que el viaje hasta aquí te haya afectado demasiado. Parece que todo va bien, Anna. Ahora, te dejo con tu hermano.
Anna negó con la cabeza.
– Preferiría que Jonas también se fuera. Por favor… quisiera estar sola.
– Ella siempre quiere estar sola.
De regreso a la sala de estar del caserón, Jonas estaba dando zancadas como un tigre enjaulado.
– ¡Diablos! ¿Cómo puedo hacerle ver lo mucho que deseo estar cerca de ella?
Em lo observaba dar zancadas. Robby se acababa de despertar y lo estaba meciendo. El bebé estaba feliz de estar con ella y ella también con él, aunque la corroía la incertidumbre y sentía lástima de Jonas.
También sentía lástima de Anna.
– Tus padres la han lastimado mucho -dijo con dulzura-. Igual que a ti. Ha aprendido a ser independiente de la forma más dura.
– Si yo estuviera en su situación…
– ¿Dependerías de otra gente? -lo miró pensativa-. No lo creo.
– Claro que dependería.
– ¿Emocionalmente? -se puso en pie y abrazó a Robby más fuerte. El bebé se acurrucó contra su pecho y Em se llenó de ternura-. No estoy segura de que sepas lo que significan las palabras «dependencia emocional» -ella sí que lo sabía.
– No sé qué intentas decir -repuso Jonas, confundido.
– Claro que no -respiró hondo, buscando la mejor manera de decirlo-. Jonas, ¿tú necesitas a Anna?
Él la miró sin comprender.
– Es mi hermana pequeña.
– Ya lo sé, pero ¿la necesitas? ¿Se lo has demostrado alguna vez?
– No la necesito -afirmó, aún sin comprender-. Claro que no. Yo siempre he sido el fuerte de los dos.
– Porque tenías que serlo. Pero la dependencia emocional es recíproca -volvió a respirar profundamente-. Por ejemplo, Robby y yo.
– Bueno… eso es otra cosa.
– Robby me necesita. O al menos, necesita a alguien que lo quiera de verdad. Eso puedo hacerlo yo. Pero soy suficientemente sincera para reconocer que también yo lo necesito a él.
– No necesitas a Robby. Es sólo un bebé.
– Pero es capaz de dar – Em miró al niño y su expresión cambió-. Cada vez que me sonríe, cada vez que le hago daño cuando le cambio los vendajes o le hago un masaje, Robby no llora porque sabe que luego lo arrullo, y cada vez que él se arrima a mí, la necesidad crece. Esa es la clase de necesidad de la que te estoy hablando. Te estoy hablando del cariño, del amor, Jonas. Anna ha aprendido a sobrevivir sin eso. Y me parece que tú también.
– Eso es ridículo.
– No. Es la verdad -llamaron a la puerta-. Debe de ser Jim que trae a los niños a casa. Ese es otro como yo. Que ama y necesita, y que no tiene la más mínima oportunidad de que lo quieran y lo necesiten a él.