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– ¿Por mí? No me hagas reír. Nadie me quiere tanto como para hacer eso, ni nadie me querrá.

– Te querrían si los dejaras.

– No. Jonas y yo sabemos lo que el amor puede hacer. Destruyó a nuestros padres y casi nos destruye a nosotros. No puedo creer que Jonas quiera casarse contigo, pero si es así, tienes mucho sentido común al rechazarlo, porque él está tan dañado emocionalmente como yo.

Em estaba sumida en la incertidumbre y la amargura, pero por lo menos la presencia de Jonas significaba que podía seguir cuidando a su precioso bebé. Jonas pasaba la consulta matutina, lo que le permitía a Em pasar la mañana con su querido Robby, y eso era una maravilla.

Daban largos paseos y hasta Bernard empezó a disfrutar caminando junto al cochecito de Robby. Mientras tanto, Em pensaba y pensaba. Pensaba que era estúpida por anhelar algo que no existía. El amor de Jonas.

Em estaba cada vez más desmejorada, pero Robby resplandecía y sus heridas cicatrizaban antes de lo previsto. Ella lo quería cada vez más y, por mucho que se reprendiera y se torturara, también amaba a Jonas cada vez más.

«Él siempre está aquí», pensó desesperada. Ya fuera llamando a su puerta para consultar algo sobre un paciente, o pidiéndole que lo ayudara en una operación. Estaba hasta en el hospital cuando ella hacía la ronda.

O estaba en el salón leyendo el periódico, o haciendo el papeleo de los pacientes, o cocinando. Y si no estaba presente en persona, lo estaba en sus pensamientos.

Em decidió que Jonas no podía seguir viviendo en su casa, aunque le gustaba que estuviera allí y que llevara a sus sobrinos para alegrar a Bernard. Le hacía daño.

– A finales de mes se queda libre la casa de un pescador. ¿Quieres que pregunte por cuánto la alquilan? -comentó Em.

– ,¿Quieres que me vaya?

Tenía que decirlo y lo dijo.

– Sí. No quiero seguir compartiendo la casa. -¿Por qué no?

– Tú sabes por qué. ¿Tengo que deletrearlo, Jonas? Estás convirtiéndonos en una familia, sin aceptar ningún compromiso, y yo lo quiero todo.

Él hizo una pausa y siguió removiendo lo que había en la sartén.

– Este arreglo me va bien. Me gusta vivir contigo. -Pues a mí no me gusta vivir contigo -replicó Em-.

Me está volviendo loca.

– Pero hago unos guisos estupendos.

Era cierto. Un hombre que sabía cocinar… Em se endureció.

– No -dijo-. Tienes que marcharte. ¿Vas a preguntar tú sobre el alquiler o lo hago yo? -Bernard no quiere que me vaya. -Pero yo sí.

Jonas se volvió y la miró fijamente. -¿Lo dices en serio, Em? ¿De verdad? -¡Sí!

Él suspiró.

– De acuerdo, me iré. Si eso es lo que deseas de verdad.

Pero, ¿y si no aprendía? Todo era muy difícil. Dio vueltas y vueltas en la cama y se abrazó a la almohada, agobiada por sus pensamientos…

Quizás Jonas tenía razón. Amar era una tremenda equivocación.

¡Em quería que se fuera!

Jonas más o menos se lo esperaba. Era la decisión más lógica después de rechazar su oferta de matrimonio.

Em tenía mucha suerte porque él se iba a quedar en la ciudad. No. Eso lo decía porque estaba enfadado. Enfadado porque hubiera rechazado el plan más lógico para los tres. Pero, sobre todo, porque ella había dejado que su corazón prevaleciera sobre la razón.

Lo que no tenía lógica para ninguno de los dos era querer a Robby. Pero si Em no lo hubiera querido tanto, ¿le habría propuesto matrimonio?

Estaba hecho un lío.

Em…

Oyó ruido bajo la cama y estiró la mano. Era Bernard. ¿Cuándo había abandonado la comodidad de la cama de Em?

– Eres tonto por venirte -le dijo al perro-. Con lo a gusto que yo estaría allí.

Reflexionó sobre lo que había dicho. ¿ era cierto?

Sí. ¿Por qué no? Em era la mujer más preciosa que conocía. Tendría que estar loco para no querer acostarse con ella.

¿0… casarse? Eso también. Pero no amarla.

– No puedo -le dijo a Bernard-. Ni siquiera sabría cómo empezar a amar a alguien. Ella dependería de mí y eso me aterra. Soy independiente. Toda mi vida he luchado para ser independiente y así pienso quedarme

Pero no era lo que ella deseaba. Estaba tumbada en la cama y se preguntaba si era idiota. Rechazar casarse con él, rechazar compartir la casa…

¡Rechazar la oportunidad de quedarse junto a él para siempre!

– Quizá podría funcionar -susurró en la oscuridad, y estiró la mano para acariciar a Robby-. Quizá podría aprender a amarnos.

– Bernard le lamió la mano-. ¿Me estás diciendo que no soy tan independiente? ¿Que no puedo marcharme y dejarlos a todos? Y no es sólo por Em. También es por Anna y sus hijos. Y por Robby. Y hasta por ti, chucho malnacido -como si lo entendiera, Bernard le dio otro lametazo-. ¡Diablos! -cada vez estaba más metido en el lío-. La dama tiene razón. Tengo que salir de aquí. Necesito vivir solo.

Pero, ¿por qué le parecía una idea tan deprimente?

Faltaba un día para la radioterapia de Anna.

– ¿Quieres que vaya contigo el primer día? -preguntó Jonas por enésima vez-. Anna, no es algo a lo que debas enfrentarte tú sola.

– ¿Por qué? ¿Duele?

– No, no duele. Es como una radiografía. -Entonces…

– Habrá gente que estará más enferma que tú. Casos serios de cáncer.

Anna sonrió, pero negó con la cabeza.

– Puedo arreglármelas sola.

– Algunas personas lo encuentran muy amenazante.

– Y puede que yo también -reconoció ella-. Pero nunca he dependido de nadie y no pienso empezar ahora. Jim ya me ha pedido que lo deje acompañarme y le he dicho que no. Así que déjame tranquila.

Jonas no tenía más remedio que aceptar la decisión de Anna. Al fin y al cabo era lo mismo que él habría hecho en su situación.

Trabajó durante toda la tarde haciendo las visitas domiciliarias y, mientras se concentraba en la medicina, llegó a la conclusión de que él nunca podría depender de nadie. Anna y él lo habían aprendido a base de golpes.

Pero Em y Robby lo necesitaban. Necesitaban que él se quedara en la ciudad. No. Era Em quien lo necesitaba. Él no tenía que depender de nadie. Nunca.

Eran las dos de la tarde. Em estaba atendiendo a sus pacientes en la consulta y Jonas hacía las visitas. Así lo había organizado él para que ella no se agobiara. Cuando terminara la consulta a las seis, él se quedaría de guardia y ella podría volver a ser la madre de Robby.

Podría haber sido un arreglo estupendo si no fuera por el vacío que Jonas le había creado.

Le había pedido que se casara con él, pero no la amaba.

Em estaba examinando a la señora Harris, cuando sonó el teléfono. Debía de tratarse de una urgencia, porque Lou nunca la interrumpía durante la consulta a menos que fuera imprescindible.

– Em, se trata de Sam, el hijo de Anna -Em se sintió desfallecer al oír el tono de Lou.

– ¿Qué pasa?

– Anna acaba de llamar y está histérica. Sam se ha metido en el terreno de detrás de su casa, donde estaba la mina de oro. Al parecer, hay un viejo pozo que no rellenaron bien. Anna dice que se ha hundido y el niño se ha caído dentro. Dice que Matt y ella pueden oírlo como a varios metros de profundidad, pero no lo pueden sacar ni se pueden acercar. Voy a llamar a los servicios de emergencia, pero ¿podrías ir tú también?

Era salió como una exhalación, dejando a la señora Harris boquiabierta.

– Busca a Jonas -le pidió a Lou al pasar- y explícaselo a la señora Harris.

CAPÍTULO 10

EL POZO estaba a medio kilómetro de la casa de Anna, entre las colinas del parque nacional. Cien años atrás habían encontrado oro y habían horadado varias galerías que, con el tiempo, se habían hundido. La mayoría estaban cegadas, pero esa…

La habían cegado con- maderos sin tratar que se habían cubierto de maleza. Los leños se habían podrido y cuando Sam pasó por encima, se hundieron.