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– Nunca lo habría encontrado si Matt, que iba con él, no me hubiera venido a avisar -dijo Anna rompiendo a llorar sobre el hombro de Em.

Aparte del miedo, Anna estaba exhausta. Había ido corriendo hasta el pozo y regresado a casa para telefonear a Em y a Jim. En ese momento estaba junto a Em en la cabina de la autobomba de Jim y éste conducía el camión a toda prisa.

El rostro de Jim mostraba gran preocupación. Como Em, había acudido enseguida en auxilio de Anna.

– ¿Estás segura de que está allí abajo? -preguntó él.

– Claro que sí, y está consciente. Estuve hablando con él, pero suena muy hondo -aclaró reprimiendo un sollozo-. Y tuve que dejar a Matt allí. Ya sé que es muy pequeño para quedarse solo, pero tardamos siglos en volver a encontrar el agujero y tenía miedo de que Sam dejara de llamar. Si no pudiera llamarnos, no habría manera de encontrar el pozo -dijo, y rompió a llorar.

Em le agarró la mano para darle ánimo.

– Hiciste lo que había que hacer, Anna -le dijo con convicción-. Ahora déjanos a nosotros hacer el resto.

No tenía elección. Había dejado a Ruby con una vecina. Una vez más había tenido que pedir ayuda, pero esa vez no le importaba. Quería la ayuda de Em, de Jim y de cualquiera que pudiera ayudarla. Especialmente de…

– Jonas -susurró-. ¿Dónde está Jonas? Lo necesito.

– Lou lo ha llamado -dijo Em-. Estaba haciendo una visita a un paciente, pero enseguida vendrá.

– En cuanto encontremos el pozo enviaré a un hombre para que lo guíe hasta allí entre las colinas -dijo Jim, concentrándose en que no volcara el camión. Una vez en la parte más agreste del terreno, tendrían que caminar despacio para no caer ellos también en ningún pozo.

– Los niños saben que esta zona es peligrosa -dijo Jim-. Se lo he dicho miles de veces.

Em pensó que hablaba igual que un padre y que estaba tan aterrado como la misma Anna. En realidad, los dos parecían una pareja, aunque Anna no lo viera así.

– Yo también se lo había dicho -dijo Anna-, pero estaban enfadados conmigo.

– ¿Por qué?

– Oyeron que Jim me preguntaba si podía llevarlos la semana próxima a la feria del motor en Blairglen -Anna tomó aliento-. Y me oyeron cuando le contesté que no.

– Así que se lanzaron a las colinas.

– Sam tiene mucho genio.

– Y es terco como una mula -añadió Jim-. Igual que su madre -miró a Em y añadió-: Y su tío. No encontramos otra familia peor de quien enamorarnos Em y yo.

Habían llegado al borde del terreno llano y no podían proseguir en el camión, así que Em, Jim y los seis bomberos que iban detrás, siguieron a Anna entre la maleza.

«Anna no debería estar haciendo esto», pensó Em. «Si se cayera sobre el lado operado, podría hacerse mucho daño».

– Anna, dale la mano a Jim. Con el brazo bueno. Y tú, Jim, agárrala fuerte y no dejes que se caiga.

– Puedo ir sola.

– Por lo que más quieras, ya tenemos un accidentado y no quiero tener a dos -la increpó Em-. Deja de ser tan absurdamente independiente y haz lo que te digo.

Anna la miró intimidada y Jim aprovechó para agarrarle la mano, le gustara o no.

Por fin llegaron donde estaba Matt. El pequeño estaba sentado sobre un tronco caído, llorando. Em estuvo a punto de correr a consolarlo. Pero Anna llegó antes que ella y lo abrazó.

. -No llores, cariño. Traemos ayuda -Anna conseguía parecer coherente-. Mira, está aquí la doctora Mainwaring y Jim… y todos estos hombres. Sacarán a Sam.

Pero para Matt no eran suficientes.

– Sam dice que necesitamos al tío Jonas. ¿Dónde está?

– Aquí estoy -la voz salió de detrás de unos matojos. Seguramente Jonas los estaba siguiendo guiado por el ruido que hacían al caminar hacia la mina. Em no sabía cómo podía haber llegado tan deprisa desde la casa del paciente. Cuando llegó abrazó con fuerza a Anna y a Matt.

Todos estaban mirando el pequeño agujero que marcaba la entrada del pozo.

A Em se le encogió el corazón al ver el desafío al que se enfrentaban. Los maderos que recubrían el hueco estaban cubiertos de hojas y ramas podridas que lo ocultaban. Era fácil entender que ninguno de los niños se hubiera dado cuenta de que había un pozo. Uno de los maderos podridos había cedido bajo el peso del niño y, al intentar agarrarse, Sam había movido varias ramas y el agujero es taba, de nuevo, parcialmente tapado. Si Matt no hubiera estado allí para verlo y luego guiarlos… Sin su ayuda nunca habrían logrado encontrarlo.

– ¿Sam? -Jonas soltó a Anna y se acercó a una distancia prudente del hueco.

– Tío Jonas… -era un sollozo que surgía de muy abajo. Em cerró los ojos. Por el tono de voz, parecía que Sam estaba herido. Y, desde luego, estaba a mucha profundidad.

«Diez metros», calculó Em. La voz temblorosa de Sam era como un susurro, y ella pensó que lo estaban perdiendo. «No te pongas histérica», se dijo. «Lo último que se necesita es una doctora histérica».

– Estamos aquí todos, Sam -gritó Jonas por la boca del pozo-. Tu madre, la doctora Mainwaring, Jim y los bomberos. Y también Matt. Él fue quien nos guió hasta ti como un héroe de verdad. Bueno, Sam -forzó su tono de voz para que pareciera normal-. Vamos a pasar a la acción. ¿Puedes decirme sobre qué estás de pie?

– No estoy… no estoy de pie sobre nada -balbuceó Sam. Era una mala noticia y Em se abrumó pensando lo peor.

– ¿Entonces, cómo estás? -preguntó Jonas. Mientras tanto, los bomberos estaban descargando tablones y los llevaban hacia el pozo. Jim no perdía el tiempo.

– Tengo los hombros atascados -gimió Sam. Cada palabra le costaba un gran esfuerzo-. Me caí y los hombros se me encajaron en los lados. Tengo los pies colgando en el aire. Me duele mucho un brazo, tío Jonas, pero tengo miedo a moverme por si me caigo más abajo.

– Buen chico. Has hecho muy bien en no moverte. ¿Tienes los brazos por encima de la cabeza o por debajo? -lo preguntó como si no tuviera importancia, pero todos se dieron cuenta de que sí la tenía. Si tuviera las manos libres, alguien podría deslizarse dentro del pozo, agarrarlo e izarlo.

– Por debajo -le costaba hablar-. Una mano la tengo sobre la barriga y la otra encajada entre el hombro y el borde. Pero no puedo moverme porque no hay nada debajo de mí. Estoy atascado. Tío Jonas, tengo miedo.

– Si no te mueves, no hay razón para que tengas miedo -mintió Jonas, y se apartó para que los bomberos pudieran colocar los tablones a los lados del hueco-. Quédate completamente quieto mientras estudiamos la mejor manera de sacarte.

Ninguna manera era la mejor.

Cuando los bomberos colocaron los tablones, Jim se arrastró despacio hasta el hueco y enfocó su linterna.

– Desde que se excavó el pozo ha habido movimientos de tierra -dijo Jim en voz baja mientras regresaba a tierra firme. Las paredes del pozo entran y salen. Empieza siendo de un metro y medio de ancho, lo suficiente para que un hombre pueda entrar con facilidad, pero luego, como a unos siete metros, se estrecha mucho. Después se ensancha otra vez. Sam está aún más abajo.

– ¿Por qué? -Jonas estaba perplejo-. Eso no tiene mucho sentido.

– Hubo un temblor de tierra hace unos diez años. Muchas de las galerías de la mina se desmoronaron, pero parece ser que ésta sólo se distorsionó. Tendremos que usar espejos para cerciorarnos, pero parece que el pozo se estrecha otra vez donde Sam se ha quedado encajado. Está tan abajo que lo único que puedo ver es su cabeza. Y eso, porque sé que él está ahí. Está muy encajado por los hombros. Ni siquiera puede mover la cabeza lo suficiente para mirar hacia arriba y ver mi linterna.

Todos se quedaron en completo silencio hasta que Anna rompió a llorar. Jonas se acercó a ella y la rodeó con un brazo dándole fuerzas para enfrentarse a lo que pudiera pasar.

– Lo sacaremos, Anna -dijo con aparente convicción-. Jim, ¿puedes bajarme hasta allí?