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– De ninguna manera, amigo -contestó Jim-. Como ya os dije, a unos siete metros se estrecha mucho… Es demasiado estrecho para que tú te deslices, y si se desprende alguna piedra, podría aplastar a Sam.

– ¿Qué podemos hacer? -preguntó Em-. Jim…, Jonas…

No había una respuesta fácil.

– Necesito espejos y reflectores -dijo Jim con decisión-. Tenemos varas con espejos y podemos examinarlo todo sin bajar. Los espejos están diseñados para mirar detrás de los rincones que no podemos ver. Nadie va a bajar a ese agujero hasta que no sepamos lo que hay. De todos modos, no podremos saber la profundidad que queda bajo los pies de Sam. ¿Alguno de vosotros sabe qué profundidad tenían estos pozos?

– Mi abuelo solía trabajar en estos montes -intervino uno de los bomberos-. Decía que los cavaban para llegar hasta el lecho de un antiguo río donde estaba el filón de oro. Me contó…

– ¿Sí?

La voz del hombre se quebró. Alzó la cara para mirar a Jim, y evitó mirar a Anna.

– Me contó que los pozos pueden llegar a tener sesenta metros. Eso quiere decir que si el niño se resbala de donde está, aún podría caerse otros cuarenta y cinco metros. O más.

Los varios espejos de Jim no les dieron mucho consuelo. Era lo que él había supuesto. La mina era muy profunda.

– Sólo podemos hacer una cosa -dijo Jim, mordiéndose los labios.

– ¿Qué cosa? -el tono de Jonas mostraba temor-. ¡Diablos! ¡Tenemos quehacer algo!

– Ha habido otros casos como este -dijo Jim fingiendo seguridad-. Tardaremos un poco, pero es la única posibilidad. Voy a organizar el equipo.

– ¿Para hacer qué?

– Vamos a excavar un pozo paralelo. A unos tres metros de distancia para evitar que se desprenda alguna piedra del pozo de Sam. Cavaremos hasta unos metros por debajo del pozo de Sam, lo conectaremos por un túnel y pondremos un falso suelo para llegar a él por debajo.

Todos escuchaban aterrados. Jonas respiró hondo.

– Pero eso requiere mineros expertos. Y días.

– Días no. No con toda la ayuda que puedo reunir. Pero puede que tardemos hasta mañana. Sólo hay que esperar que Sam pueda resistir.

– No podrá -Anna se había dejado caer sobre un tronco y temblaba de miedo-. Ya está sufriendo mucho dolor. Si se mueve un poco…

– Es un niño con sentido común -Dijo Jonas, que aún la sostenía. Estaba tan pálido como ella.

– Sólo tiene ocho años y está herido.

Todos sabían que ella tenía razón. Sam tenía pocas posibilidades de quedarse quieto tanto tiempo.

Em respiró hondo y se armó de valor. ¿Qué anchura había dicho Jim que tenía el pozo?

– Déjame ver -dijo arrebatándole la linterna a Jim, y antes de que él pudiera protestar, ya estaba reptando con cuidado hasta el agujero para verlo por sí misma. Era como lo había descrito Jim. A siete metros de profundidad el pozo se estrechaba y no era lo suficientemente ancho como para que un hombre pudiera pasar, pero sí lo bastante para que Sam se hubiera deslizado más abajo hasta el siguiente estrechamiento.

– Jim, ¿qué anchura tiene el estrechamiento a los siete metros? ¿Podemos saberlo con exactitud?

– Supongo que sí. En el camión tengo instrumentos que lo pueden medir.

– Entonces, averígualo, por favor. Si es más ancho que mis hombros, voy a bajar.

Hizo falta más de media hora para persuadir a Jim de que ella podía bajar. Todos estaban horrorizados ante la idea de que alguien bajara al pozo, y mucho más de que fuera una mujer.

Pero no había otra opción, y todos lo sabían.

– Tardarías muchas horas en instalar la maquinaria y empezar a excavar. Sam está cada vez más callado. Está conmocionado y necesita suero para subirle la tensión, analgésicos y, sobre todo, necesita a alguien junto a él. Dijiste que hay un pequeño saliente al lado de su cabeza…

– Pero no sabemos si es estable.

– No me apoyaré sobre el saliente, sólo lo utilizaré para ponerme en posición. Si me das un arnés y me descuelgo, todo mi peso recaerá sobre el arnés. Me pondré un casco y le bajaré otro a Sam -miró a todos implorante-. Por favor… es la única posibilidad que tiene de sobrevivir.

No les gustaba la idea. No les gustaba nada. Midieron con exactitud el estrechamiento y luego los hombros de Em. Sólo había tres centímetros de diferencia.

– Bueno, allá vamos -se animó Em-. A la larga compensa ser flaca. Así que ponme el arnés y bájame.

– Em… -dijo Jonas con una expresión muy tensa-. Las paredes del pozo ya se movieron con el temblor. No sabemos lo inestables qué son. ¡Diablos! Tú no puedes…

– ¿,Tiene alguna otra idea, doctor Lunn?

– ¿Eres consciente de que todo puede venirse abajo?

– Sí. Y eso es precisamente lo que Anna quiere oír -lo increpó-. Y yo también, así que olvídalo. No va a suceder. Si me descolgáis con mucha suavidad, apenas me moveré. Mantendré las manos alejadas de las paredes y no me apoyaré en nada. No estoy arriesgando más de lo que ya hay.

– Estás arriesgando dos vidas en vez de una.

– Entonces, excavad deprisa -repuso Em-, y rescatadnos a los dos.

– Oh, Em -Anna tenía a Matt en brazos y lo dejó en el suelo para abrazarla-. Si hicieras eso por nosotros… -Em la abrazó también, se apartó y miró a Jim. Tenía que moverse rápido antes de perder el valor.

¡Porque ella no era tan valiente!

– Necesitaré equipo -le dijo a los hombres-. ¿Podéis poner otra cuerda para bajar y subir lo que necesite? El equipo médico. Agua y alimentos.

– Claro que sí -afirmó Jonas, y ella tuvo la impresión de que estaba al borde de las lágrimas-. Em, ¿te das cuenta de que podríamos tardar hasta mañana antes de poder sacar a Sam? Tendrás que quedarte ahí metida hasta entonces, No podemos arriesgarnos a subirte y bajarte otra vez.

– Una vez esté abajo, me quedaré lo que haga falta. Así que empecemos de una vez. -Em…

– ¿Qué?

Jonas se quedó mirándola fijamente sin decir nada, mientras barajaba todas las desgracias que podían ocurrirle. Pero no había otra opción. Sin Em, lo más seguro era que perdieran a Sam.

Pero podían perderlos a los dos.

No lo soportaba, y la expresión de su rostro lo dejaba bien claro.

– Em -repitió, en un tono profundo de anhelo, de temor y de amor. El amor… -se acercó a ella, la abrazó y la besó. Luego, después de un contacto tan dulce, cuyo significado ambos ignoraban, se apartó de ella como un hombre que teme vivir la peor de las pesadillas-. Ten cuidado -susurró, y Em intuyó que era un ruego para él más que para ella.

Lo que pasó a continuación fue una pesadilla.

Prepararon el descenso de Em con sumo cuidado. Cubrieron de tablones toda la boca del pozo, con una red debajo para retener cualquier cosa que pudiera caer. Ensancharon el agujero de entrada para facilitar el paso de Em y para centrarlo con exactitud sobre el estrechamiento.

– Tienes que deslizarte en línea recta. No puedes balancearte. Podemos disponer el arnés para que te descuelgues en vertical y luego podamos izarlo para que quedes en posición sentada una vez llegues allí. Pero tienes que pasar por el estrechamiento sin tocar las paredes. Si las tocas, puede ser que desplaces…

No era necesario decirle más. Sabía muy bien a lo que se arriesgaba.

Por fin, provista de casco y todo el equipo médico que podía necesitar, la descolgaron suavemente por el pozo.

Miró hacia arriba y lo último que vio fue la cara de Jonas, en la que se reflejaba una gran desesperación.

– Sam…

El pequeño apenas estaba consciente. Mientras se descolgaba, Em le había estado susurrando para que no se asustara al verla y evitar que se moviera. Ya estaba a unos pocos centímetros de él, pero el niño no respondía.

Había una especie de repisa de unos veinticinco centímetros junto a su cabeza. Em enfocó a Sam con la linterna y, al ver cómo estaba sujeto, se le encogió el corazón.