Bastó una llamada a un amigo en el Sydney Central.
– ,¿Tenéis a un tal Jonas Lunn en ese hospital?
– Es un hombre brillante -dijo la voz de Dominic desde la sala de médicos-. ¡Brillante! Le han ofrecido un trabajo estupendo como profesor en el extranjero, y los que mandan aquí están muy preocupados por cómo van a sustituirlo. Es el mejor. Y es muy bondadoso con sus pacientes -¿cómo sabía Em que Dominic iba a decir eso? No lo sueltes, Em. Si te está ofreciendo ayuda, acéptala.
«Quizá», pensó Em, y, haciendo un esfuerzo por ordenar sus pensamientos, se dirigió a ser una vez más el único médico de Bay Beach.
Pero ya no era el único médico. Jonas no soltaba el puesto tan fácilmente.
– Vete a casa -gruñó él cuando ella abrió la puerta de la consulta y se asomó-. Estoy ocupado.
Y lo estaba. La pequeña Lucy Belcombe, de nueve años, muy acostumbrada a ir de catástrofe en catástrofe, estaba allí con una fractura en el antebrazo. Jonas tenía la radiografía en la pantalla para que Em pudiera ver lo que pasaba. Ya estaba poniendo la última capa de escayola y era obvio que la madre de Lucy, que lo observaba, estaba muy impresionada de que un hombre de apariencia tan espléndida estuviera cuidando a su hija.
«Ni siquiera sabe si Jonas es médico o no», pensó Em indignada.
– Estamos arreglándonoslas muy bien sin usted, doctora Mainswaring, ¿verdad, Lucy?
Lucy estuvo de acuerdo.
– Cuando me puso la inyección, el doctor Lunn me dijo que soy la chica más valiente de Bay Beach -anunció Lucy con orgullo. Luego sonrió con picardía-. También dijo que soy la más tonta.
– ¿Qué? -Em volvió a mirar la radiografía. Afortunadamente, era una fractura limpia-. Te lo has hecho trepando a un árbol, ¿no es cierto?
– Uno bien grande que hay en Illing Bluff -afirmó Lucy con orgullo, y Em. hizo una mueca.
– Oh, Lucy. Si trepas a un árbol tienes que acordarte de agarrarte bien. Me parece que el doctor Lunn no anda desencaminado cuando dice que eres un poco tonta.
– Sí, fue una tontería -dijo Lucy con una sonrisa de compromiso y miró hacia su madre, preguntándose si debía seguir contando lo ocurrido-. Pero he ganado cinco pavos, porque fue una apuesta y llegué hasta arriba.
– ,Te pagaron más por bajar de la manera más rápida? -preguntó Em, y Jonas se rió entre dientes.
Em pensó que era una risa preciosa. Profunda y contagiosa, que hacía sonreír sólo con oírla.
– La más rápida de todas -dijo Jonas-. Lucy ha tenido mucha suerte de no aterrizar sobre la cabeza. Señora Belcombe, ¿va a descontarle los cinco dólares por la ropa que ha roto?
May Belcombe sonrió a medias y negó con la cabeza. Lucy era la más pequeña de sus seis hijos temerarios. Los huesos rotos formaban parte de su estilo de vida.
– Soy bastante buena remendando -dijo-. No tengo más remedio.
– Nosotros también -exclamó Jonas mirando el brazo de nuevo, y se lo colocó en cabestrillo con una venda-. Listos. Un brazo remendado. Mañana quiero verlo otra vez para asegurarme de que he dejado suficiente holgura para la inflamación. De todos modos, si le empieza a doler más, llámenos.
– Llámeme -corrigió Em, y Jonas sonrió con ironía.
– ,Tiene miedo de que la deje sin trabajo, doctora Mainwaring?
– Puede quedarse con todo mi trabajo que quiera -contestó ella.
– Sí. Desde luego, hay un montón. Demasiado para una sola persona.
– Pues sólo hay una persona -rebatió ella, y pasó la mano por el pelo de Lucy-. Adiós, Lucy. Ten cuidado.
– La palabra cuidado no está en su vocabulario -dijo la madre en tono amargo, guiando a su hija hacia la puerta-. Muchas gracias, doctor Lunn -se volvió hacia Em y le susurró al oído, aunque Jonas pudo oírlo-: Ay, querida. Es guapísimo. Si yo fuera tú, me lo quedaría.
Al oírla, Em se sonrojó.
– Te he dejado notas detalladas sobre todos los pacientes que he visto, por si quieres revisarlas.
Después de que las Belcombe se hubieran marchado, Jonas hizo un informe de las dos horas anteriores.
– La señora Crawford es la única que puede preocuparnos, por su diabetes. Ha estado vomitando de forma intermitente durante dos días. No creo que sea nada grave, pero empezaba a estar deshidratada y le había subido el azúcar. Así que Amy y yo la hemos ingresado..
– ¿Amy y tú la habéis ingresado? -el tono de Jonas era tranquilizador, pero tuvo el efecto contrario. El que alguien se hiciera cargo de sus cosas era una experiencia tan nueva que se quedó sin aliento-. ¿Tú hiciste qué?
– Amy y yo la ingresamos -repitió Jonas-, con la ayuda de tus enfermeras. Le puse un gota a gota y la dejé en observación. No es un concepto demasiado difícil, doctora Mainwaring…
– Pero sí raro -replicó ella-. Nadie ingresa a nadie en este hospital sino yo.
. -Bienvenida al nuevo orden -dijo él, y se quedó mirándola. Ella estaba a punto de estallar.
– Disculpa…
– ¿No quieres tener un nuevo socio? ¿Temporalmente? -Em se quedó boquiabierta y la sonrisa de Jonas se acentuó-. Cierra la boca -le dijo con dulzura-, o te entrarán moscas. Y deja de poner esa cara. Sólo estoy pidiendo trabajo.
– ¿Pidiendo trabajo?
– Uno temporal -contestó Jonas con suavidad-. Lo necesito -aún sonreía, pero con más dulzura, como si entendiera lo que su ofrecimiento significaba. Como si supiera lo cansada que estaba-. Siéntate -le dijo con calma, y Em se sentó.
– ¿Me lo vas a explicar? -preguntó ella sin muchas esperanzas, y el volvió a reír.
– Puede… L dejó de sonreír-. Em, Anna me necesita, pero no deja que me acerque a ella. Sean los que sean los resultados de las pruebas, necesito estar aquí durante un tiempo. Por cierto, gracias por organizar las pruebas tan deprisa. Llamaron de Blairglen para la mamografía y le han dado cita mañana a las diez y media. Lo cual quiere decir que no podré empezar bien en mi nuevo trabajo hasta pasado mañana.
– No puedes empezar bien…
– Em, Anna no confía en mí -dijo con mucha paciencia-. Kevin, su marido, la trataba como si fuera basura. Yo supe desde el principio que era un tipo asqueroso, y tuve la torpeza de decírselo a ella. Tuve que arrepentirme, porque mientras vivió con él, me mantuvo alejado de ella, y creo que estuvo más tiempo con Kevin sólo para demostrarme que no tenía razón. Ahora me necesita, aunque no quiere reconocerlo. Necesita ayuda desesperadamente.
– Es muy orgullosa.
– Demasiado orgullosa -masculló Jonas, y Em lo miró con extrañeza. ¿Qué habría pasado si hubiera sido al revés? Em intuía que ese hombre era tan independiente como su hermana.
– Tenemos que construir un gran puente entre los dos, y no va a ser cosa de dos días. -continuó Jonas.
– ¿No tienes más familia? -preguntó Em con curiosidad.
– No, sólo somos Anna y yo. Puede que por eso haya pasado lo que ha pasado. Después de que muriera nuestro padre, yo fui demasiado protector. Ella tenía que rebelarse y el resultado fue su relación con ese miserable.
– No puedes culparte para siempre -dijo Em, y Jonas le dedicó otra de sus sonrisas.
– No, claro que no. Pero sí puedo intentar ayudarla. Si tú me dejas…
– ¿Yo? ¿Cómo?
– Dándome el empleo.
Em alzó la vista para mirarlo y pensó que era corpulento, tranquilo y muy seguro de sí mismo. No necesitaba la opinión de Dominic para saber que era competente. No había más que mirarlo para darse cuenta de que era un cirujano experimentado.
Y, sin embargo…
– ¿Un cirujano que quiere trabajar en Bay Beach? -preguntó ella incrédula. Parecía increíble.
– Sólo un par de meses. Depende.
– ¿Depende de qué?
– Del diagnóstico de Anna.