—Vaya, esto sí está bien —dijo Suvorin, que no había visto la foto. Todavía estaba húmeda del cuarto oscuro y apestaba a trisulfato de sodio—. ¿Dónde se la han hecho?
—Tercer piso, patio interior, frente a la entrada de la escalera de Mamantov.
—¿Qué? ¿Ahora podemos permitirnos un apartamento en la Casa del Terraplén? —gruñó Arseniev.
—Está vacío. No nos cuesta ni un rublo.
—¿Cuánto tiempo estuvo?
—Llegó a las catorce treinta y dos, coronel, y se marchó a las quince y diez. Se encomendó a uno de nuestros agentes, el teniente Bunin, seguirlo. Kelso cogió el metro en Borovitskaia, aquí, cambió una vez y salió en Krasnopresnenskaia y se dirigió hasta esta casa —Netto volvió a señalar el mapa—, en la calle Vspolni. Una propiedad abandonada. Entró ilegalmente y estuvo cuarenta y cinco minutos dentro. Lo último que sabemos es que se marchó a pie por la avenida de Circunvalación en dirección sur. Hace diez minutos.
—¿Qué quiere decir exactamente Chiripa?
—Golpe de suerte, coronel —respondió Netto—. Un golpe de suerte inesperado.
—¿Sergo? ¿Dónde está ese maldito café? —Arseniev, enormemente gordo, tenía la costumbre de dormirse si no tomaba cafeína cada hora.
—Ahora mismo, Yuri Semonovich —respondió una voz por el intercomunicador.
—Los padres de Kelso tenían más de cuarenta años, señor, cuando él nació.
Arseniev miró a Vissari Netto con unos ojos pequeños y asombrados.
—¡Y qué me importan sus padres!
—Bueno… —El joven se encogió y se quedó callado cuando intervino Suvorin.
—Kelso nació de chiripa —dijo Suvorin—. Es una broma.
—¿Y dónde está la gracia? —Los salvó la entrada del asistente de Arseniev con el café. La taza azul tenía la leyenda i LOVE NEW YORK y Arseniev la levantó como si brindara por ellos—. Bueno, hábleme de mister Chiripa —dijo desde el borde de la taza, mirándolos a través del humo.
—Nació en Wimbledon, Inglaterra, en 1954 —leyó Netto de una carpeta.
Buen trabajo, pensó Suvorin, reunir toda esta información en el transcurso de una tarde. El chico era aplicado; no se podía decir que le faltara ambición.
—El padre, un típico pequeño burgués, empleado de un bufete de abogados; tres hermanas, todas mayores; educación corriente; en el setenta y tres, beca para estudiar historia en Cambridge, matrícula de honor en el setenta y seis…
Suvorin ya había echado un vistazo a todo eso, el expediente desenterrado del Registro, un par de recortes de periódico, el artículo del Who's Who?, y ahora trataba de hacer cuadrar la biografía con la foto de una figura en gabardina que salía de un apartamento. El grano de la ampliación le daba un agradable aspecto años cincuenta: un hombre mirando al otro lado de la calle con un cigarrillo en la boca, con pinta de un actor francés ligeramente cutre que interpretara a un policía dudoso. Chiripa. ¿Un apodo tenía éxito porque le sentaba al personaje, o era el personaje que, inconscientemente, se desarrollaba de acuerdo al nombre? Chiripa, el adolescente malcriado y holgazán adorado por todas las mujeres de la familia que asombraba a sus profesores consiguiendo una beca para Cambridge. Chiripa, ese estudiante juerguista que al cabo de tres años y sin aparente esfuerzo saca las mejores notas del año. Chiripa, que acababa de aparecer en el umbral de la casa de uno de los hombres más peligrosos de Moscú… aunque, claro, como extranjero seguro que se sentía invulnerable. Sí, había que tener cuidado con ese Chiripa…
—… beca en Harvard, 1978; ingresa en la Universidad de Moscú en el plan Estudiantes por la Paz, 1980; contactos con disidentes… véase anexo A… que obligan a catalogarlo de «conservador y reaccionario» en lugar de «liberal burgués»; lee la tesis doctoral en 1984: El poder en el campo: el campesinado de la Región del Volga, 1917-1922; profesor de historia moderna, Oxford, hasta 1994; actualmente vive en Nueva York; autor de La historia de Oxford en Europa Oriental, 1945-1987; Vortex: el colapso del Imperio Soviético, publicado en 1993; numerosos artículos…
—Ya está bien, Netto —dijo Arseniev levantando la mano—. Se hace tarde. ¿Nos acercamos alguna vez a él? —Esta última pregunta iba dirigida a Suvorin.
—Dos veces —respondió éste—. Una vez en la universidad, en 1980, y otra en Moscú, en 1991, cuando tratamos de convencerlo de la democracia y la nueva Rusia.
—¿Y…?
—Por lo que dicen los informes, creo que se nos rió en la cara.
—¿Es un gran defensor de Occidente?
—No creo. Escribió un artículo para el New Yorker, está en el expediente, en el que describía cómo la CÍA y el SIS trataron de ficharlo. En realidad es un tipo bastante raro.
Arseniev frunció el entrecejo. Estaba en contra de la publicidad, fuera del bando que fuese.
—¿Mujer? ¿Hijos?
Netto intervino otra vez.
—Se casó tres veces. —Echó una mirada a Suvorin y éste le indicó que prosiguiera. Prefería pasar a segundo plano—. Primero, en su época de estudiante, con Katherine Jane Owen; el matrimonio se disolvió en 1979. Se casó por segunda vez con Irina Mijailovna Pugacheva en el ochenta y uno…
—¿Se casó con una rusa?
—Ucraniana. Sin duda un matrimonio de conveniencia. La habían expulsado de la universidad por actividades antisoviéticas. Es el comienzo de los contactos de Kelso con los disidentes. A ella le dieron un visado en 1984.
—¿Nosotros nos ocupamos de impedirle la entrada en Inglaterra durante tres años?
—No, coronel, fueron los británicos. Cuando la dejaron entrar, Kelso ya vivía con una de sus alumnas, una becaria norteamericana. El matrimonio con Pugacheva se disolvió en 1985. Ahora está casada con un ortodoncista de Glamorgan. Hay un expediente sobre ella pero no lo he…
—Mejor —interrumpió Arseniev—, si no nos ahogaremos en papel. ¿Y el tercer matrimonio? —Le guiñó un ojo a Suvorin—. ¡Un auténtico Romeo!
—Margaret Madeline Lodge, una estudiante norteamericana…
—¿La becaria?
—No, ésta es otra becaria. Se casó con ella en 1986 y se separaron el año pasado.
—¿Hijos?
—Dos varones. Viven con la madre en Nueva York.
—Uno no puede menos que admirar a este tipo —comentó Arseniev, que, a pesar de su gordura, tenía una amante en Apoyo Técnico. Observó la foto con cara de admiración—. ¿Qué está haciendo en Moscú?
—El Rosarjiv ha organizado un congreso para investigadores extranjeros —dijo Netto.
—¿Feliks?
El comandante Suvorin tenía las piernas cruzadas y balanceaba la izquierda, con los codos apoyados contra el respaldo del sofá. Llevaba la guerrera desabrochada, con un estilo tranquilo, confiado, americanizado. Dio una calada a la pipa antes de hablar.
—Es evidente que las palabras utilizadas en la conversación telefónica son ambiguas. Se podría deducir que Mamantov tiene el cuaderno y que el historiador desea verlo; o que lo tiene el historiador o ha oído hablar de él y quiere comprobar algunos detalles con Ma- mantov. Sea como sea, Mamantov está al corriente de nuestra vigilancia, por eso corta en seco la conversación. Vissari, ¿sabemos cuándo tiene que irse Kelso de la Federación?
—Mañana al mediodía —respondió Netto—. Vuelo de Delta a las trece y treinta, del aeropuerto Shere-metevo-2 al John Fitzgerald Kennedy. Tiene el asiento reservado y confirmado.
—Sugiero que demos órdenes de que Kelso sea registrado antes de salir —dijo Suvorin—. Que lo desnuden si hace falta… aunque se demore la salida del avión, bajo la sospecha de exportar material histórico o de interés cultural. Si se ha llevado algo de la casa de la calle Vspolni, podemos quitárselo. Mientras tanto, mantengamos la vigilancia de Mamantov.