– Qué palabra tan anticuada -comentó Atreus.
– ¿Por qué no admites que, por muy anticuada que sea, eso es exactamente lo que soy? -le gritó Lindy, apretando los puños para intentar controlarse.
Atreus la miró con censura.
– Muy bien. Eres mi amante.
Lindy lo miró fijamente. Las lágrimas de rabia y de humillación se le desbordaban de los ojos. Sentía un irrefrenable impulso de ponerse a gritar y a tirar cosas a diestro y siniestro. Hubiera preferido que Atreus negara que era su amante porque aquella palabra se le antojaba la mayor de las humillaciones.
– Pero eso no quiere decir que no seas importante en mi vida -continuó Atreus-. Eres importante para mí.
– Sí, para las sesiones de sexo, para pasártelo bien… no soy más que la chica de los fines de semana, la que te hace pasártelo bien y no te da problemas -comentó dolida.
El corazón le latía tan aceleradamente, que creyó que le iba a explotar en el pecho o que le iba a dar un ataque de pánico. Nunca le había dado uno… claro que nunca había sufrido tanto. Aunque se despreciaba a sí misma por haber permitido que la tratara así, no podía imaginarse su vida sin Atreus.
Su amante.
Eso era lo que siempre había sido para él.
Lo único.
Durante todos aquellos meses, se había estado engañando a sí misma, imaginando cosas que no existían en realidad.
Ahora resultaba que no era más que una amante, una mujer que se tiene para obtener placer sexual, se mantiene siempre en un discreto segundo plano y no quiere más que la aprobación y el apoyo económico del hombre con el que se acuesta.
¡Ahora entendía por qué Atreus había insistido tanto para que aceptara el coche que le había regalado y por qué se negaba a cobrarle el alquiler!
Se supone que una amante acepta que su hombre la mantenga y, sobre todo, se supone que no hace preguntas como las que ella acababa de hacer.
– Yo te valoro mucho -continuó Atreus-. Eres la primera mujer con la que estoy tanto tiempo.
Lindy veía las cosas de otra manera. Aunque nunca se lo había dicho con palabras, lo había amado sobremanera, lo había adorado y admirado y había vivido para él.
Y todo eso sin pedir nada a cambio.
No era de extrañar que Atreus siguiera con ella. Le era muy fácil. Y ahora le decía que la valoraba, pero no era cierto porque le hablaba con palabras vacías que no le obligaban a ningún compromiso, no le ofrecía nada duradero ni profundo.
Por la cautela con la que le estaba hablando, Lindy comprendió también que Atreus había te-nido siempre muy claro el lugar exacto que ocupaba ella en su vida.
Para él, no había sido siempre más que su amante.
Qué patética creyendo que podía ser algo más.
Atreus maldijo en voz baja cuando Lindy salió dando un portazo. ¿Pero qué demonios le había pasado? Creía conocerla muy bien, pero se estaba comportando como una completa desconocida. ¿De dónde había salido aquel genio? ¿Y aquellas horribles preguntas? ¿Así, de repente? ¿Tal Ben Halliwell había tenido algo que ver en todo aquello?
Atreus se pasó los dedos por el pelo. Estaba furioso. La situación le había estallado en la cara, lo había tomado completamente por sorpresa y él no estaba acostumbrado a que le pasaran esas cosas.
¿Y por qué Lindy se comportaba de manera tan necia? Cientos de mujeres habrían matado para estar en su lugar. ¿Qué tenía de malo ser su amante? Con lo bien que estaban juntos. Nunca habían tenido la necesidad de discutir por cosas absurdas como las que habían salido a colación hacía unos minutos.
Lindy nunca había preguntado nada parecido. ¿Por qué lo iba a hacer cuando él la hacía sumamente feliz?
Lo cierto era que él también era muy feliz a su lado. Cuando tenía que trabajar, Lindy nunca decía nada, se iba al refugio de animales y trabajaba durante unas horas. A menudo, Atreus iba a buscarla porque su compañía le resultaba muy grata. Era agradable estar con ella, era una mujer independiente que no lo necesitaba y se había amoldado en su vida con naturalidad.
Pero eso no le daba derecho a realizar, ridículas demandas y a tirarle a la cara su generosidad. No estaba dispuesto a perdonárselo. ¿De verdad se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que él se quisiera casar con ella y tener hijos? ¿Lo había tomado por un don nadie cuando era uno de los hombres más ricos del mundo?
¿Sería un esnob? Atreus era consciente de que su familia esperaba que se casara con una mujer de la alta sociedad. Su padre se había divorciado, se había vuelto a casar y, a partir de entonces, había llevado una vida caótica, lo que había sumido a la familia Dionides en un mundo de dolor y de vergüenza. Al final, la familia se había tenido que hacer cargo de él. Su tía y su tío se habían encargado de su educación.
Atreus había aprendido que uno no se casa con nadie que no sea de su clase social.
Estaba enfadado con Lindy, pero también dolido por su partida. Atreus se dio cuenta entonces de que ella no conocía las reglas del juego con las que él había estado jugando.
Sabía que lo mejor era dejarla partir.
Lindy nunca lo había pasado tan mal como lo pasó aquella noche.
Sin derramar ni una sola lágrima, volvió a pie a su casa, acompañada por sus perros, furiosa.
Sí, furiosa con Atreus y furiosa consigo misma. ¿Por qué demonios se había embarcado en una relación con él?
Aquella noche no pudo dormir, se la pasó dando vueltas, dormitó en un par de ocasiones y las dos veces se despertó buscándolo, echándolo de menos y maldiciendo su pérdida.
Samson y Sausage se subieron a la cama y se tumbaron a su lado, consolándola intuitivamente, buscando su mano y rozándola con sus hocicos.
Atreus jamás habría permitido que los perros entraran en el dormitorio y, mucho menos, que se subieran a la cama. Al pensar en él, los ojos, que ya le dolían, se le volvieron a llenar de lágrimas.
Todo había sucedido tan rápidamente que no le había dado tiempo de prepararse para el golpe. Ahora, su mundo se le antojaba vacío y sin propósito. Estaba acostumbrada a salir a montar a primera hora los sábados por la mañana.
Atreus le había enseñado y la levantaba todos los sábados sin falta en cuanto amanecía.
Cuando no trabajaba, le sobraba energía y necesitaba gastarla en algo. Lindy se sonrojó al recordar cómo había gastado esa energía en la cama con ella.
En ese momento, tuvo que salir corriendo de la cama porque le sobrevino una náusea que la obligó a correr al baño.
No solía vomitar nunca y supuso que el disgusto que se estaba llevando le había descompuesto el aparato digestivo. Mientras se lavaba la cara, se rozó un pecho y se extrañó de que le doliera. Sabía que había mujeres a las que les dolían los pechos durante la menstruación, pero ella había tenido el periodo hacía unos días.
Era evidente que sus hormonas estaban alborotadas y que su cuerpo estaba haciendo cosas que nunca había hecho antes. Menos mal que estaba segura de no haberse quedado embarazada, pues nada más empezar su relación con Atreus había empezado a tomar la píldora. La había tenido que dejar porque los efectos secundarios eran demasiado fuertes para ella y le sentaba muy mal, así que Atreus había quedado encargado de nuevo de los preservativos. Y él se había asegurado siempre de no cometer el más mínimo error.
¡Visto lo visto, menos mal que había sido así! Seguro que si la mujer con la que se había estado acostando le dijera que se había quedado embarazada, no le haría ni caso. Seguro que, de darse esa situación, preferiría que la mujer abortara a que el niño naciera.
Así, el precioso árbol genealógico de su familia podría seguir puro, sin mezcla con la plebe.
Lindy dio gracias al cielo por no tener que pasar por una situación así.
Aquel fin de semana, Atreus se incorporó a su vida londinense antes de lo habitual. La semana siguiente no apareció por Chantry House. Cuando pensaba en aquel lugar, irremediablemente, pensaba en Lindy, lo que lo enfurecía porque nunca se había tenido por un hombre sensible.