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– Ya se sabe. Los analistas financieros tienen que ser personas de sangre fría -comentó Atreus al ver la cara de perplejidad de Lindy-. A los griegos jamás se nos ocurriría parar una pelea por una llamada.

– ¿Sabes que estás más guapo calladito? -le espetó Lindy-. ¿Cómo te atreves a venir a mi casa a decir con quién me acuesto o me dejo de acostar?

Atreus se encogió de hombros.

– Yo no soy de sangre fría. Estoy seguro de que no te has olvidado de mí tan pronto -contestó muy seguro de sí mismo. Sorprendida por su crueldad y su puntería, Lindy se sonrojó, pero no dijo nada. No tenía por qué darle explicaciones.

– ¿Qué demonios haces? -le preguntó al ver que Atreus ataba a su caballo a la anilla de hierro dispuesta para tal fin en una esquina de la casa.

– ¿Tú qué crees? -contestó Atreus. Lindy se quedó de piedra, pues eso era lo que solían hacer cuando salían a montar los fines de caballo. Tras una buena cabalgada, se dirigían a casa de ella, ataban a sus monturas fuera y se iban a la cama a dar rienda suelta al deseo que nunca los abandonaba. Lindy no quería recordar aquellos momentos, que, evidentemente, habían significado mucho más para ella que para él. Ben pasó corriendo a su lado, se despidió y le dijo que la llamaría durante la semana. Por lo visto, se había olvidado por completo de su altercado con Atreus. ¿De verdad creía éste que se había acostado con Ben? ¿Quería eso decir que nunca se había fiado de la amistad que mantenía Lindy con el otro hombre? ¿O, tal vez, la insultaba porque lo había dejado?

Una vez Dino estuvo bien atado, Atreus volvió frente a Lindy, que no pudo evitar quedarse mirándolo fijamente.

Ataviado con la ropa de montar a caballo, era como un sueño hecho realidad. Con aquellos pantalones apretados, aquellas botas de caña alta y su belleza natural…

Lindy sintió que el deseo se apoderaba de ella con fuerza.

– ¿Por qué atas a Dino? -le preguntó.

Cuando Atreus la miró, Lindy sintió un intenso calor entre las piernas. Atreus le pasó una mano por el cuello, la agarró del pelo y se apoderó de su boca con impaciencia. Mientras la obligaba a volver a entrar en casa andando hacia atrás, Lindy sintió que el corazón le latía aceleradamente.

Se sentía sorprendida y satisfecha a un tiempo.

– No podemos…

Atreus cerró la puerta con el pie una vez dentro y apretó a Lindy contra la pared.

– ¿No quieres? Dime que no.

Había vuelto a probar los labios de Atreus y, por mucha vergüenza que le diera, ya no era capaz de echarse atrás.

Era como una adicta.

Se dijo que sólo un beso.

Sí, sólo un beso más, se dijo unos segundos después, mientras Atreus se apretaba contra ella. Sí, uno más solamente, pensó mientras él le comía la boca con fruición.

Su temperatura corporal se había disparado y Lindy estaba disfrutando al sentir el maravilloso cuerpo de Atreus en contacto con el suyo.

La lógica la abandonó en el mismo instante en el que sintió su erección.

Atreus le levantó la bata y el camisón mientras Lindy se tensaba y se estremecía. Se le había formado un nudo de deseo en las entrañas e intentó luchar contra él… incluso cuando se le ocurrió que Atreus tenía celos de Ben. ¿La habría echado tanto de menos, que estaba intentando que volviera con él? En el estado en el que se encontraba, dar crédito a ese tipo de ideas podía resultar fatal.

Atreus le abrió las piernas para comprobar si estaba húmeda. Mientras la masturbaba, Lindy se dejó caer con abandono contra la pared y jadeó de placer. Cuando Atreus se centró en el maravilloso centro de su feminidad, el cuerpo de Lindy comenzó a sacudirse de placer.

En aquel momento, ninguna advertencia de su conciencia, ninguna idea preconcebida podría haber entrado ya en su mente.

Estaba rendida.

Lindy se puso de puntillas para beber de la boca de Atreus, que la tomó en brazos y la levantó del suelo. El deseo sexual se había apoderado de él como nunca y lo hacía comportarse con brutalidad. Se sentía como una locomotora desbocada montaña abajo, lo que se le antojó una experiencia de lo más divertida.

Tras agarrar a Lindy en brazos, la llevó arriba, al dormitorio, la dejó sobre la cama y le volvió a levantar la bata y el camisón para saborear su cuerpo por completo. Gimió de placer cuando sus pechos quedaron al descubierto. Se tumbó sobre ella y comenzó a chupárselos y a gemir de satisfacción.

Estaba disfrutando tanto, que le costó acordarse de los preservativos, pero consiguió alargar la mano y sacarse uno del bolsillo. A continuación, se desabrochó los pantalones y se bajó la cremallera con impaciencia.

Lindy no podía más y temblaba de expectación. Dos de las cosas que más le gustaban de Atreus eran lo impredecible que era y la pasión que sentía por su cuerpo. Para ella, su impaciencia era el mejor de los cumplidos.

Antes de que le diera tiempo de colocarse el preservativo, Lindy se incorporó y le tomó el miembro en la boca.

– No -le dijo Atreus desconsolado-. Vas a hacer que llegue antes de tiempo, mali mu.

Encantada al ver que lo había dicho temblando de excitación, Lindy se retiró y permitió que Atreus la agarrara de las caderas y la penetrara con fuerza. Cuando sintió su miembro abriéndose paso en su cuerpo, arqueó la espalda hacia atrás y elevó la pelvis para recibir gustosa sus embestidas.

La estaba tomando de manera primitiva y a Lindy le estaba encantando, así que se abandonó al momento y disfrutó de él.

Nunca había experimentado nada tan salvaje y satisfactorio.

El orgasmo sorprendió a ambos a la vez con intensidad.

Cuando las últimas oleadas se hubieron disipado, Lindy se encontró preguntándose qué demonios había hecho. No sabía qué decir. No tendría que haber permitido que aquello sucediera.

Sí, lo deseaba y había satisfecho su apetito sexual, pero, ¿a qué precio?

Atreus salió de la experiencia muy asombrado. Era la primera vez en su vida que perdía el control por completo. No lo ayudó en absoluto ver la corbata de Ben tirada en el suelo junto a la cama.

Al instante, sintió asco y no dudó en levantarse de la cama a toda velocidad para ir al baño.

Una vez a solas, en silencio, Lindy se colocó la ropa y se estremeció ante lo que había pasado. Lo que había permitido que pasara. Después de hacer el amor, Atreus no la había besado ni abrazado.

Las cosas habían cambiado entre ellos. Todo era diferente.

Lindy se levantó de la cama. Le temblaban las piernas. Todavía sentía el cuerpo de Atreus en el suyo.

Como si hubiera hecho algo malo, bajó las escaleras a toda velocidad.

Atreus se lavó la cara y se secó. Estaba furioso. No había vuelto a sentir deseos de acostarse con nadie, pero era la primera vez en su vida que volvía a por una mujer. Para él, cuando una relación había terminado, había terminado.

Siempre había cortado las relaciones que había tenido antes de que llegaran a un punto demasiado confuso, pero lo que acababa de suceder entre Lindy y él era, como mínimo, confuso.

Sí, había sido un encuentro sexual buenísimo, pero poco apropiado. No debía olvidar que Lindy se había acostado con otro esa misma noche.

Atreus decidió que se había querido volver a acostar con ella porque ya la conocía. Sólo por eso. Ya, ¿y desde cuándo lo conocido se le antojaba tan irresistible? ¿Acaso había rebasado ya la edad de querer una mujer tras otra en la cama? ¿Habría llegado el momento de llevar una vida más tranquila con una sola mujer?

Quizás, había llegado el momento de empezar a buscar esposa en lugar de buscar otra novia. Aquella idea, la posibilidad que le daba de alejarse de Lindy y de zambullirse en un mundo que le era más conocido, lo llenó de aplomo.

– Lo siento -le dijo con frialdad cuando la encontró esperándolo en el salón.

– No sé si entiendo. ¿Por qué me pides perdón? -contestó Lindy.