¿Cuándo volvería a sentirse bien?
Fuera como fuese, no tenía más remedio que recibir a Lindy y acabar con aquello de una vez por todas. Mantener una relación con una persona que no pertenecía a su clase social podía resultar devastador. Su padre, que había sido un loco, no había aprendido la lección y él no quería cometer el mismo error.
Lindy se estremeció al entrar en el despacho de Atreus, enorme e imponente. Se había despertado al amanecer para arreglarse, pues no quería que Atreus pensara cuando la viera cómo había podido mantener una relación con ella, así que se había peinado con esmero y se había maquillado de manera natural. Ataviada con una blusa color burdeos y una falda tubo gris a juego con una chaqueta de punto se sentía lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a él.
Al verla entrar, Atreus se puso en pie. Llevaba un traje gris marengo hecho a medida. Se quedó mirándola, consciente de su boca de fresa y de sus curvas de mujer, realzadas por la blusa y la falda que llevaba.
La atracción por ella fue instantánea y Atreus se enfureció consigo mismo por no poder controlarse.
– ¿En qué te puedo ayudar? -le preguntó con sarcasmo.
Lindy sintió deseos de abofetearlo.
Se erguía de pie ante ella, tan guapo como siempre, y le hablaba en aquel tono. ¿Cómo se atrevía a tratarla como si fuera una desconocida inoportuna? ¿Cómo se atrevía a mirarla con desprecio cuando pocos días antes habían hecho el amor?
Lindy sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas porque era evidente que no habían hecho el amor, ya que se necesitan dos personas para hacer el amor y Atreus sólo había tenido sexo con ella, sexo informal, sin compromiso y primitivo.
Lindy se acercó a la mesa de Atreus y dejó encima con un golpe el aviso de desalojo que había recibido el día anterior.
– He venido a devolverte esto en persona -le dijo con calma-. No me merezco que me trates así. Si hace año y medio hubiera sabido lo que hora sé de ti, te aseguro que jamás habríamos mantenido una relación. ¡No tienes conciencia!
Atónito por semejante ataque, Atreus estudió el documento que Lindy le mostraba.
– ¡Yo no he autorizado esto! -exclamó.
– ¿Ah, no? Pero quieres que me vaya de tu finca, ¿verdad? -le espetó Lindy viéndolo palidecer-. ¿Te crees con derecho a ponerme la vida patas arriba? ¿Dónde creías que me iba a poder ir con mis ingresos y dos perros? -añadió riéndose con amargura-. Por supuesto, no te importa.
– No tengo ninguna intención de echarte por impago del alquiler -le aseguró Atreus consiguiendo conciliar la rabia a duras penas-. Dadas las circunstancias, es una justificación ridícula. Alguien va a pagar por este error imperdonable. Te aseguro que van a rodar cabezas…
– ¿La de tu administrador por ejemplo, que tiene cuatro hijos y está esperando el quinto? Atreus la miró enfadado.
– Le dije que te ofreciera una buena compensación económica por irte.
– Pues él ha debido de creer que quedaría muy bien a tus ojos si consiguiera que me fuera sin cobrar un céntimo -contestó Lindy encogiéndose de hombros-. Eso no te exime del disgusto y los inconvenientes que he sufrido.
Iracundo ante semejante acusación, Atreus elevó las manos para defenderse.
– No me estás escuchando. Siento mucho cualquier inconveniente que se te haya ocasionado, pero no ha sido culpa mía.
Lindy sacudió la cabeza.
– ¿De verdad que no? Atreus, eres un canalla sin escrúpulos. Te crees que tienes derecho a anteponer tus deseos y necesidades a las de todos los demás aunque tus deseos y necesidades sean egoístas. No tienes principios…
Atreus se quedó mirándola fijamente.
– ¿Has venido porque estás enfadada por haberte dejado plantada el fin de semana pasado? Lindy se enfureció.
– ¡ No, claro que no! -protestó-. ¡ Sólo he venido para que te quede muy claro lo que opino de ti porque, a partir de ahora, no pienso volver a hablar contigo aunque te pongas de rodillas y me supliques!
– No temas. Eso no va a suceder nunca -contestó Atreus con desdén-. Quiero que te olvides de este documento y decidas por ti misma dónde quieres vivir. Si decides quedarte en mi propiedad, te aseguro que ni yo ni ninguno de mis empleados te molestaremos.
– Demasiado tarde. Al final, te vas a salir con la tuya porque me voy. Me mudo en cuanto pueda -contestó Lindy-. Por suerte, tengo buenos amigos… amigos que, aunque tienen tanto dinero y poder como tú, no lo utilizan para acosar a los demás.
– ¡Yo no te he acosado en ningún momento! -se defendió Atreus, rodeando la mesa y acercándose a Lindy.
– Ahora entiendo que nunca has estado cómodo manteniendo una relación conmigo -comentó Lindy-. Comprendo que no encajo en tu mundo, que no cumplo los requisitos requeridos, que nunca he sido lo suficientemente buena para ti como para ser algo más que tu amante. Jamás te perdonaré cómo me has tratado.
Atreus enarcó una ceja.
– Si has terminado, tengo muchas cosas que hacer…
Durante todo el trayecto de vuelta a casa, Lindy recordó aquellas palabras desprovistas de todo sentimiento. ¿Cómo podía seguir enamorada de un hombre tan cruel? ¿Cómo podía Atreus mostrarse tan indiferente hacia ella?
No se arrepentía en absoluto de haber ido a verlo. Así le había quedado claro lo que pensaba de él.
Al día siguiente, Lindy fue al médico. Tras hacerle unos análisis, se dirigió a una salita a esperar los resultados. Estaba muy cansada y tenía náuseas continuamente.
Cuando volvió a pasar a la consulta del médico, la esperaba una sorprenda mayúscula.
– Está usted embarazada.
Le dijo al médico que era completamente imposible. El doctor ni se inmutó. No debía de ser la primera vez que oía algo así, claro. Tras decirle que la iba a examinar, le hizo varias preguntas sobre su ciclo menstrual.
Lindy contestó que era cierto que se sentía rara, pero insistió en que siempre había tomado precauciones cuando había mantenido relaciones sexuales.
Al médico le dieron igual sus afirmaciones, le dijo que su cuerpo ya estaba cambiando y le explicó que durante los primeros días después de haber concebido se podía tener un período muy leve que se podía tomar por la menstruación normal y que eso ocurría porque las hormonas del embarazo todavía no estaba actuando a pleno rendimiento.
Para cuando le contó que los preservativos podían llegar a tener una tasa de fallos de hasta un doce por ciento, Lindy empezó a comprender lo que podía haber sucedido.
Condujo hasta casa con cuidado, tomando conciencia de que Atreus y ella habían dejado su relación en los peores términos mientras una nueva vida ya estaba creciendo en su interior.
Lindy se sentía maravillada y encantada por aquel pequeño ser al que llevaba en sus entrañas, pero comprendía que Atreus no quería saber nada de ella y seguro que no querría saber nada de su hijo.
Aquello la hizo estremecerse, pero no había duda. Atreus se había mostrado muy franco en el tema de los niños y le había dejado muy claro que sólo los tendría cuando estuviera casado. Por supuesto, con una mujer griega de su clase social.
Alissa la llamó para ver cómo iba con los planes de la mudanza y, a mitad de la conversación, Lindy no pudo más y le contó que estaba embarazada.
– ¡Madre mía! ¿Se lo has contado a Atreus? Lindy le explicó por qué por nada del mundo quería volver a verlo.
– No, bajo ningún concepto. ¿Cómo se lo voy a decir cuando sé que no quiere saber nada ni de mí ni del niño?
– Cuanto antes te vayas de ahí, mejor -le aconsejó su amiga-. No te preocupes. No necesitas a Atreus Dionides en absoluto.
Aquella noche, en la cama, Lindy intentó convencerse de ello y se dijo que sería mucho más feliz sin aquel hombre despiadado. Por desgracia, los recuerdos la llevaron a darse cuenta de lo feliz que había sido durante el tiempo que había estado con él.
Lindy se dijo que era una superviviente y que todo iría bien. Atreus había sido una mala elección porque eran muy diferentes.