Lindy observó desde la ventana cómo se bajaban los guardaespaldas y echaban un vistazo. Cuando les pareció que todo estaba correcto, se bajó el jefe. Los perros esquivaron a los guardaespaldas y fueron a saludar a Atreus con alegría.
Lindy se dio cuenta entonces de cuánto odiaba a aquel hombre al que tanto había amado antes.
Lo odiaba por el poder que todavía ejercía sobre ella.
Atreus se estaba quitando los pelos de los perros del traje cuando vio a Lindy en la puerta mirándolo con sus enormes ojos azules. Los rayos del sol arrancaban reflejos caobas a su melena, que ahora le llegaba por debajo de los hombros.
Estaba muy enfadado con ella, pues jamás la había creído capaz de algo como lo que había hecho.
– Habría preferido que nos viéramos en otro lugar y no en mi casa -comentó Lindy-. Además, es domingo y, por tu culpa, voy a llegar tarde a misa.
Aquel último comentario le hizo recordar las mañanas de domingo cuando siempre intentaba convencerla para que se quedara con él en la cama en lugar de ir a la iglesia.
– ¿Quién le ha vendido el reportaje al Sunday Voice? -le preguntó.
Aunque lo había dicho en tono neutro, era evidente que estaba furioso.
A Lindy le seguía pareciendo el hombre más guapo del mundo y aquello también la hizo enfurecerse. Si fuera realmente inteligente, no se dejaría influenciar por su belleza, tendría que saber mantenerse indiferente.
– ¿Y yo qué sé? -le dijo-. Mucha gente del pueblo sabía lo nuestro. Y todos los empleados de la finca. Lo nuestro nunca fue ningún secreto.
– ¿No has sido tú? -le preguntó Atreus, fijándose en su tripa abultada.
Era evidente que estaba embarazada.
Lindy se revolvió incómoda ante aquella mirada.
– No, por supuesto que no. ¡No me hace falta el dinero y, aunque no lo tuviera, jamás vendería mi vida privada!
– Esta casa tiene pinta de ser muy cómoda -comentó Atreus, fijándose en su nuevo hogar.
– Lo es. Alissa se encargó de que la reforma fuera perfecta -contestó Lindy-. Si has venido hasta aquí para acusarme de vender esa historia a la prensa, te has equivocado, te lo aseguro. No gano nada con ese artículo. Al contrario. Pierdo mucho, pues valoro mucho mi intimidad. Atreus la miró muy serio. No he venido a discutir. -¿Ah, no? -se extraño Lindy enarcando una ceja
– No -contestó Atreus-, pero estoy muy enfadado. No me gusta que nuestra relación haya salido a la luz así y lo voy a denunciar. Pues muy bien -opinó Lindy-. Seguro que ganas el juicio y que, dentro de seis meses, cuando todo el mundo se haya olvidado del artículo original, el Sunday Voice publicará una fe de erratas en un lugar donde nadie lo leerá. ¿Tú crees que merece la pena molestarse para eso? Atreus enarcó las cejas ante el tono burlón de Lindy.
– Esta situación afecta a otras personas, ¿sabes? Mi familia de Grecia se va a quedar de piedra y… no sé si lo sabrás, pero me voy a casar…
– No hace falta que me des detalles de tu vida -le interrumpió Lindy con sequedad.
– No me interrumpas -le pidió Atreus continuando-. Esta historia le va a hacer mucho daño a Krista, la mujer con la que salgo en estos momentos. Para ella y para su familia es una humillación. Lo que ha publicado hoy el Sunday Voice no sólo nos va a afectar a nosotros.
Lindy sintió náuseas a causa de la tensión. Oír a Atreus hablar de su prometida no hizo sino empeorar las cosas. ¿La habría querido a ella así? ¿No se había parado a pensar cómo le iba a afectar su actitud caballerosa hacia su prometida? No, por supuesto que no. ¿Y por qué se iba a tener que preocupar por ella y por sus sentimientos?
Aquella indiferencia la hirió profundamente.
– La verdad es que no sé para qué has venido -se lamentó.
– He venido para pedirte que firmes un comunicado en el que le dejes claro a todo el mundo que el niño que esperas no es mío -contestó Atreus-. Así, todos quedaremos tranquilos. Me he traído a uno de mis abogados conmigo. Te ayudará en la redacción del texto.
Lindy se quedó mirándolo estupefacta y sintió que se le rompía el corazón.
A lo mejor tendría que haber hecho caso a sus amigos y haberle anunciado a Atreus el embarazo cuanto antes. Había esperado, había dejado pasar el tiempo y las cosas se habían complicado, pues Atreus había rehecho su vida.
– Qué bien organizado te veo -comentó Lindy con brusquedad.
A continuación, se apartó y se dirigió al ventanal. Los perros se dieron cuenta de que no se encontraba bien y la siguieron. Ambos se apretaron contra sus piernas y Sausage aulló con tristeza.
– Tranquilos, no pasa nada -les dijo Lindy echándose torpemente para acariciar a Sausage.
– Lindy… si no atajamos esto cuanto antes los rumores seguirán adelante.
Lindy se giró acalorada. Su equilibrio no era bueno como antaño y se mareó, lo que la obligó a agarrarse al respaldo del sofá para no caerse.
Atreus se acercó rápidamente y le pasó el brazo por la cintura, lo que sorprendió a Lindy. -¿Estás bien?
– No, la verdad es que no -contestó Lindy sinceramente.
Al percibir su olor, aquel olor que conocía tan bien, Lindy sintió que los recuerdos de su intimidad se apoderaban de ella con fuerza. Recordaba demasiado bien la cercanía de su cuerpo y no quería que el suyo la traicionara. Pero ya era demasiado tarde. Lindy sintió que los pechos se le hinchaban y que la entrepierna se le humedecía.
Para contrarrestar el devastador efecto de tenerlo tan cerca, Lindy pensó en Krista Perris, la mujer con la que Atreus iba a casarse. Aquello estuvo a punto de partirla por la mitad de dolor, pero consiguió apartarse de Atreus y sentarse en el sofá con cuidado.
– Has perdido el tiempo viniendo hasta aquí tu abogado -comentó apretando los labios-.No te puedo ayudar.
– Querrás decir que no quieres ayudarme -contestó Atreus desesperado.
Lindy levantó la mirada.
– ¿De quién te crees que es el hijo que espero? -le preguntó.
Atreus se encogió de hombros.
– Eso a mí no me atañe. Yo lo único que quiero es que publiques un comunicado dejando bien claro que no es mío. No quiero que ni mi familia ni yo tengamos que cargar en el futuro con la cantinela de que tengo un hijo ilegítimo -añadió con impaciencia.
Lindy se retiró un mechón de pelo que le había caído sobre la frente. Ahora que estaba sentada se encontraba un poco mejor, pero no hallaba las palabras correctas y comenzó a arrepentirse de haber mantenido su embarazo en secreto durante tantos meses, pues Atreus no estaba preparado en absoluto para lo que le iba a decir.
– No puedo publicar ese comunicado porque sería mentira -le explicó con cautela-. Supongo que no te va a hacer ninguna gracia, pero… Atreus, este niño que espero es tuyo.
Atreus la miró con intensidad y apretó los dientes.
– No es posible.
– Ya sabes que ningún método anticonceptivo es cien por cien eficaz -le recordó Lindy-. El nuestro falló en algún momento.
– No me lo puedo creer. ¿Has filtrado la noticia a la prensa para hacerme creer que es hijo mío?
Lindy se apoyó en los brazos de la butaca y se puso en pie.
– No tenemos nada más que hablar, Atreus -le anunció-. Quiero que te vayas -añadió, dirigiéndose a la puerta principal y abriéndola con agresividad.
– Esto es ridículo. No puedes soltar una bomba como ésta y luego pedirme que me vaya sin darme ninguna explicación -le recriminó Atreus.
– Para empezar, no tengo nada que explicarte y, para seguir, nunca se me ha pasado por la cabeza cargarte con nada. ¡Esto no es ninguna trampa, pero me has dejado embarazada y te vas a tener que hacer cargo! -le espetó furiosa.
Atreus la miró estupefacto y la agarró de las manos.
– Lindy, tranquila, no quiero que mis abogados tomen cartas en el asunto. Sólo quiero saber por qué me haces esto…