Lindy se zafó de sus manos.
– ¿Cómo te atreves? ¡Me echaste de mi casa, me pusiste la vida patas arriba y me dejaste embarazada! ¿Y ahora me amenazas con tus abogados?
– Nadie te va a amenazar -intervino una tercera persona.
Atreus y Lindy se giraron y se encontraron con Sergei a poca distancia de ellos.
– Alissa estaba preocupada por ti y parece que ha acertado.
Al ver al otro hombre, Atreus se quedó lívido.
– Hola, Sergei -lo saludó-. Gracias por tu ayuda, pero este asunto lo vamos a tratar Lindy y yo en privado.
El millonario ruso miró a Lindy preguntándole con los ojos si todo iba bien.
– Si necesitas asesoramiento jurídico en algún momento, tendrás a los mejores abogados, te lo aseguro.
– Gracias -contestó Lindy con lágrimas en los ojos ante la generosidad y la bondad del marido de su amiga, que se había portado con ella como un ángel desde que había comenzado todo aquello-. Te lo agradezco, Sergei, pero prefiero que te vayas.
Dicho aquello, Lindy volvió a entrar en su casa. Ojalá no hubiera abierto la puerta. Era mejor arreglar las cosas con Atreus en privado. Los demás no tenían por qué meterse, ni siquiera enterarse.
Una vez de vuelta en el salón, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no preguntarle si Krista Perris sabía dónde estaba en aquellos momentos.
– ¿Quieres un café? -lo invitó.
– Sí. Oye, ¿desde cuándo eres tan amiga de Antonovich?
– Es el dueño de esta casa y el marido de mi amiga Alissa. Te hablé varias veces de ella. ¿Te acuerdas que te dije que habíamos sido compañeras de piso hace unos años?
– Ah, sí, no había caído. No sabía que estuviera casada con Sergei Antonovich -contestó Atreus, observando a Lindy moverse por la cocina.
Por supuesto, no pudo evitar fijarse en su abultado abdomen. ¿Su hijo? Aquello lo sacudió. Sabía que había embarazos que se producían por accidente. ¿Y cómo sabía un hombre que el hijo que estaba dentro del cuerpo de una mujer era suyo?
Al haberse visto en otras ocasiones en aquella circunstancia, era más desconfiado que otros hombres.
– ¿Es hijo mío? -preguntó de repente.
– Sí, es hijo tuyo -le confirmó Lindy-. No sé por qué te cuesta tanto creerlo. Que yo sepa, nunca te di el más mínimo motivo para que desconfiaras de mí.
– La última vez que nos acostamos, vi en el suelo de tu dormitorio la corbata de Halliwell -contestó Atreus. Lindy lo miró sorprendida.
– Eso es porque Ben y yo habíamos estado en una boda en Headby Hall la noche anterior. Al llegar a casa, le cedí mi cama y yo dormí en el sofá -le explicó-. ¿Por qué no me dijiste nada en el momento?
– Porque no me pareció oportuno -contestó Atreus, poniéndose tenso.
– Estoy embarazada de ti. Lo mínimo que puedes hacer cuando te cuento algo es creerme.
– Eso es demasiado pedirme -contestó Atreus.
– Te recuerdo que yo tenía que confiar en ti cuando me decías que las mujeres con las que salías en Londres no eran más que amigas.
Atreus se encogió de hombros.
– Nunca te mentí.
– Mira, hacerme las pruebas de ADN durante el embarazo es peligroso para el feto, así que no pienso hacérmelas, no pienso poner en peligro la vida de mi hijo porque tú no me creas -le aseguró Lindy.
Atreus apretó los dientes y no contestó.
Aquel silencio se le antojó a Lindy bastante incómodo y la impulsó a lanzarse a hablar atropelladamente.
– Cuando me enteré de que estaba embarazada, estaba de diez semanas. Para entonces, ya habíamos dejado la relación. Desde el principio supe que quería tenerlo, pero también supe que tú, no.
– No tenías derecho a hacer semejantes suposiciones.
– Suposiciones basadas en hechos. Me habías dicho que no querías tener hijos conmigo, que sólo serías padre cuando te hubieras casado -le recordó Lindy-. A raíz de aquellos comentarios, supuse que querrías que abortara o que diera al niño en adopción.
– ¡Jamás! -se escandalizó Atreus-. ¡Nunca te hubiera dicho algo así!
– A mí tampoco me gustaba ninguna de las dos ideas y tampoco me apetecía rebajarme a decirte que me había quedado embarazada -admitió.
– ¿Por qué dices que habría sido rebajarte? -se extrañó Atreus.
Lindy recordó cómo se había sentido tras la ruptura y lo mal que lo había pasado la última vez que se habían acostado y tragó saliva.
– Me hiciste mucho daño -confesó-. Aquel aviso de desahucio fue la gota que colmó el vaso. No quería volver a verte.
Atreus juró en griego.
– Pero si sabías que yo no era responsable de aquello… -protestó.
– Ya, pero querías que me fuera. Me di cuenta perfectamente de que querías perderme de vista -lo condenó Lindy-. No me sentía con fuerzas para confiar en ti.
Atreus se estremeció de rabia. Lindy sólo veía su parte mala. Sabía que no era perfecto, que no era ningún santo, pero, si hubiera sabido que lo necesitaba, jamás la habría dejado. Se sentía insultado al saber que Lindy lo hubiera creído capaz de abandonarla.
De repente, sintió claustrofobia y la imperiosa necesidad de sentir el sol y el agua del Egeo en su piel, de estar en su isla privada, aquel lugar al que se retiraba cuando quería ser él de verdad.
– No es justo -protestó-. No me diste la más mínima oportunidad.
– Bueno, eso ya no tiene importancia -contestó Lindy-. Cada uno hemos seguido adelante con nuestras vidas -añadió obligándose a sonreír-. Mira, te has llevado una buena sorpresa. ¿Por qué no te vas a casa y dejas pasar un poco de tiempo para ver cómo te sientes con todo esto? Podemos hablar más adelante.
– Lindy, si el hijo es mío, no me puedo casar con otra mujer -le aseguró Atreus-. ¿Qué tipo de persona crees que soy? -añadió al ver la cara de sorpresa de Lindy-. No puedo darte la espalda. Ni a ti ni al niño. Dadas las circunstancias, podéis contar ambos con mi lealtad y mi apoyo.
Así que era cierto que se había planteado casarse con Krista Perris. Lindy se cruzó de brazos en actitud defensiva.
– No pretendo pedirte nada. No pretendo complicarte la vida… ni a ti ni a tu novia.
– No puedes hacer nada para evitarlo. Ya nos la has complicado y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo, pero lo que sí podemos hacer es lo que sea mejor para el niño.
– Estoy contenta con la vida que llevo en estos momentos -protestó Lindy-. Tengo mi empresa, unos buenos ingresos y un lugar seguro para vivir. No necesito nada más. No necesito ni tu lealtad ni tu apoyo… es demasiado tarde.
– Para ti puede que sí, pero no para el pequeño.
– ¡Pero si ni siquiera lo quieres! -le espetó Lindy-. ¡ Pero si me acabas de decir que te vas a casar con otra mujer!
Atreus la miró con un deje de tristeza.
– Pero quiero que mi hijo tenga todo lo que yo no tuve. Quiero que tenga una casa normal, unos padres que lo quieran, una sólida autoestima y seguridad. Si me caso con otra mujer, mi hijo no podrá disfrutar de todo eso y se lo debo porque es carne de mi carne.
Lindy comenzó a respirar con normalidad al comprender que Atreus ya no ponía en duda que era hijo suyo.
– ¿Aceptas que te estoy diciendo la verdad y que es hijo tuyo?
Atreus le dedicó una de sus escasas sonrisas carismáticas.
– Cuándo me has mentido? Jamás.
Lindy estuvo a punto de ponerse a llorar. Era un gran alivio que Atreus no dudara de su palabra. Lindy suspiró y dejó caer la cabeza hacia delante.
No sabía que Atreus no hubiera tenido un hogar seguro ni unos padres que lo quisieran. Nunca le había hablado de su infancia, pero Lindy sabía que tanto su padre como su madre habían muerto hacía años.
– Entonces, ¿de verdad quieres formar parte de la vida de tu hijo? -le preguntó.
– Por supuesto -le aseguró Atreus-. Hablaremos de ello más adelante. Ahora pareces muy cansada.