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Atreus estaba furioso.

– Nuestro hijo nos va a necesitar a los dos y en mi familia nos casamos cuando dejamos embarazada a una mujer.

– Ya… -contestó Lindy agarrando el vaso de limonada con ambas manos-. Me temo que no estoy de acuerdo con el planteamiento. Algún día me lo agradecerás. Estoy siendo razonable.

– ¿Razonable? ¿Se puede saber qué tiene de razonable que le estés negando a mi hijo el derecho a llevar mi apellido?

– Eso no tiene importancia. Le puedes dar tu apellido sin que estemos casados -le informó Lindy.

– ¡Sólo podré ser un buen padre para nuestro hijo si estamos casados! -exclamó Atreus, al que no le había hecho ninguna gracia que le dijera que podían arreglar lo del apellido sin estar casados.

– Los dos somos adultos y sabemos que eso no es cierto. Me encantaría que tuvieras un papel relevante en la vida de tu hijo, pero para ello no hace falta que nosotros nos compliquemos las nuestras -declaró Lindy, elevando el mentón-. Seamos sinceros, Atreus. Me dejaste muy tranquilamente, te olvidaste de mí con facilidad y ninguno de los dos quiere retomar la relación.

– No me digas lo que quiero y no quiero porque no tienes ni idea -le reprochó Atreus, mirándola intensamente.

Lindy estaba convencida de que estar casada con Atreus sería maravilloso, pero sólo durante un tiempo. En cuanto se le hubiera pasado la emoción de ser padre, lo único que le quedaría sería un matrimonio vacío y un marido que no la quería.

Lindy era consciente de que no podría volver a pasar por el dolor de perderlo, así que no debía arriesgarse. ¿Para qué se iba a exponer a eso? ¿Para poder vivir durante un corto período de tiempo la felicidad de poder decir que era su mujer?

– Podemos seguir cada uno nuestra vida y compartir a nuestro hijo. Tendremos una relación de respeto mutuo. Sin embargo, si nos casáramos, terminaríamos divorciándonos porque no soy ni nunca seré la esposa que tú quieres, Atreus -le dijo con firmeza.

– ¿Y eso cómo lo sabes? -protestó Atreus. Lo cierto era que estaba anonadado ante la batería de negativas de Lindy.

– Lo sé porque la mujer que elegiste para casarte, Krista Perris, y yo no tenemos absoluta-mente nada en común. Ella es griega, rica y delgada. No puedo competir con eso. Ni siquiera lo voy a intentar.

Lo estaba diciendo muy en serio. No quería volver a sufrir. No quería ser una mujer de segunda a la que él aguantara por ser la madre de su hijo. Era consciente de su vulnerabilidad y estaba decidida a protegerse.

– .¡No pretendo que compitas con ella! -le espetó Atreus-. Lo que quiero es que pienses en lo mejor para el niño que va a nacer. Ser padre implica ciertos sacrificios. No se trata de lo que tú y yo queramos, sino de lo que nuestro hijo necesita para ser feliz.

A Lindy no le había hecho ninguna gracia que Atreus no le dijera que ella también tenía cualidades como las de Krista en otros aspectos y aquello hizo que se enfureciera.

– ¿Me vas a sermonear? -le increpó-. No hace falta, ¿sabes? Estoy familiarizada con los sacrificios de la maternidad. Para que lo sepas, durante los primeros cuatro meses del embarazo he estado vomitando, por lo menos, una vez al día. La ropa ya no me sirve, mi cuerpo se ha deformado, me canso con mucha facilidad y no puedo hacer esfuerzos físicos que antes hacía.

Atreus la tomó de las manos.

– Me lo imagino… perdona, he sido un grosero -concedió-. Es que había dado por hecho que ibas a querer casarte conmigo. Qué arrogante soy…

Las lágrimas que solían acudir a sus ojos con facilidad desde que se había quedado embaraza-da estuvieron a punto de desbordarle los ojos. La petición de Atreus le había llegado directamente al corazón.

Lindy parpadeó para apartar las lágrimas y le acarició la mejilla.

– Si me lo hubieras pedido hace seis meses, cuando no estaba embarazada, habría sido la mujer más feliz del mundo, pero no podemos recuperar el tiempo perdido. Ese momento pasó, ya es historia. Todo ha cambiado. Si nos casáramos y nos divorciáramos sería mucho más traumático para nuestro hijo que tener padres no casados desde el principio.

– ¡Podría ser un marido muy bueno! -gritó Atreus enfadado.

– No lo dudo, pero con la mujer adecuada y esa mujer no soy yo -contestó Lindy con pena-. Nunca sería lo que tú quieres que sea y acabarías odiándome.

Atreus la estrechó entre sus brazos y la besó con pasión porque ya estaba harto de hablar. Completamente tomada por sorpresa, Lindy se encontró con la respiración entrecortada y siendo testigo de cómo su cuerpo reaccionaba encantado ante la intrusión de la lengua de Atreus en la boca.

Atreus le metió la mano por debajo de la camiseta, le desabrochó el sujetador y se apoderó de uno de sus pechos con un gemido de satisfacción.

Lindy se aferró a sus hombros mientras su cuerpo revivía gustoso bajo las caricias expertas de Atreus. De repente, se le ocurrió que ese mismo cuerpo iba a quedar en pocos minutos ex-puesto a la mirada del que había sido su amante.

La idea de que Atreus la viera fue más que suficiente para que se apartara rápidamente de él.

Lindy se metió a la carrera en el baño, se arregló la ropa y se dijo que no debía comportarse como una buscona desesperada.

No era de extrañar que Atreus no respetara una contestación negativa por su parte.

Le costó un gran esfuerzo salir del baño y volver al salón, pero no le quedó más remedio que hacerlo.

Atreus la miró encantado y sonrió de oreja a oreja.

– Podríamos seguir hablando en la cama… Lindy se quedó de piedra.

– ¿Por qué pones esa cara? -siguió diciendo él-. Es obvio que íbamos a terminar en la cama, ¿no?

Lindy se dio cuenta de que había metido la pata.

– Lo que ha ocurrido no ha estado bien.

– ¿Por qué dices eso? -se preguntó Atreus.

– No nos vamos a casar, pero queremos criar juntos a nuestro hijo, así que tenemos que forjar una nueva relación… de amigos -contestó Lindy.

– Si quiero acostarme contigo, no puedo ser tu amigo, glikia mu -contestó Atreus.

– ¿Cómo que no? -contestó Lindy ultrajada-. Te las has apañado muy bien sin mí durante estos meses. ¡No has parado de salir con otras!

Atreus suspiró.

– Así que eso es lo que me estás haciendo pagar, ¿eh?

Lindy apretó los puños e intentó controlarse.

– No te estoy haciendo pagar por nada. Yo no soy así.

Atreus la miró intentando controlar su orgullo.

– Te he pedido que te cases. ¿No es suficiente para arreglar las cosas entre nosotros?

Lindy palideció.

– Yo sólo quiero lo mejor para los dos.

– Y también me quieres a mí -declaró Atreus con insolencia-. Un matrimonio basado en el deseo está muy bien. Es una buena base para empezar algo sólido. Casarse por deseo es maravilloso, pero tener una amistad basada en el deseo no puede ser, es imposible.

Lindy se sonrojó de pies a cabeza.

– Pues vamos a tener que improvisar -contestó-. Si de verdad quieres formar parte de la vida de tu hijo, yo estoy encantada de aceptarte… pero no como marido.

– ¿Cuándo te toca la próxima revisión médica? -le preguntó Atreus de repente, ocultando su disgusto.

– La semana que viene -contestó Lindy.

– Dime lugar y hora y allí estaré- le prometió-. Sin flores y sin propuestas matrimoniales-añadió con desdén.

Lindy palideció. Atreus estaba ofendido. Se sentía herido. Lindy lo entendía perfectamente. Era un hombre rico acostumbrado a que las mujeres se lo disputaran, a que todas quisieran casarse con él. Le había ofrecido el sacrificio de casarse con ella por el bien de su hijo y ella lo había rechazado.

Lindy estaba convencida de que había hecho lo correcto. Mejor ofenderlo ahora que lanzarse a un matrimonio del que Atreus saldría escaldado y odiándola.

Qué fácil le habría resultado decir que sí, qué fácil le habría resultado aceptarlo, esconder la cabeza en la arena y aceptarlo.