Tras quedar para ir juntos a la revisión médica, Atreus volvió a su Bugatti. Si hubiera sido su esposa, Lindy le habría dicho que por favor no condujera un coche tan veloz y peligroso. Por supuesto, sabía que Atreus no le habría hecho caso y se habría puesto al volante de todas maneras.
Atreus era indomable.
Atreus era libre.
Y ella lo deseaba más que nada en el mundo.
Ben se pasó por casa de Lindy la noche siguiente y le dijo que estaba loca por haber rechazado la propuesta de matrimonio de Atreus.
– ¿Pero cómo se te ocurre? ¡Nunca te van a volver a hacer una propuesta así! ¡Y menos ahora que vas a ser madre soltera!
Desde que le había dicho a su amigo que iba a ser madre, lo veía mucho menos. La actitud posesiva que parecía haber desarrollado hacia ella durante su relación con Atreus se había evaporado por completo.
Ben parecía creer que una mujer que tuviera un hijo de soltera no podía atraer a un hombre en absoluto, y menos tener pareja estable. Aquella actitud hacía que Lindy metiera la tripa cuando iba a visitarla.
De repente, se le antojó que su actitud estaba siendo inmadura porque se estaba dejando llevar por lo que el inmaduro de Ben pudiera pensar de ella
Durante las siguientes semanas, la relación con Atreus tomó nuevos derroteros. El se mostraba mucho más distante, pero mucho más involucrado en su vida a la vez. Tal y como le había sugerido, Lindy contrató a un ayudante y descubrió que estaba mucho más tranquila ahora que trabajaba menos horas y tenía más tiempo para sí misma.
Atreus la acompañó a todas las revisiones médicas. Cuando la citaron para una ecografía, fue con ella al hospital. Se mostró encantado al ver al pequeño en la pantalla y aquel mismo día les dijeron que se trataba de un chico.
Tras abandonar el hospital, la invitó a cenar en su casa de Londres e insistió en que se quedara a dormir. Lindy estaba muy cansada y aceptó, así que llamó a Wendy, su ayudante, para pedirle que diera de cenar a los perros.
Nunca había estado en la casa que Atreus tenía en Londres y sentía mucha curiosidad, pero el enorme ático con muebles de diseño y ninguna personalidad la dejó fría.
Durante la cena, Atreus tuvo que excusarse para atender una llamada y, cuando volvió, se encontró a Lindy dormida en el sofá.
Lindy se despertó de madrugada porque tenía calor. Aunque sólo estaba tapada con una sábana, había una buena razón para aquel calor. En lugar de instalarla en una habitación de invita-dos, Atreus la había acostado en su propia cama y sus cuerpos estaban en contacto.
– Duerme, mali mu -le susurró.
Lindy sintió su erección.
– No deberíamos estar en la misma cama -protestó.
– ¿Desde cuándo eres tan mojigata?
Lindy se protegía de él evitando cualquier tipo de intimidad, pero, en el fondo, ya estaba fantaseando sobre lo que podría suceder y su cuerpo se estremecía después de tanto tiempo privado de aquellos placeres.
– Deja de tomarme el pelo -le dijo.
– Tranquila, relájate, conmigo estás a salvo -contestó Atreus.
Lindy tomó aire y se relajó. Pues claro que estaba a salvo. ¿Cómo no iba a estarlo? Atreus tenía una erección porque eso es lo que les pasa a todos los hombres por la noche. Nada más. Era imposible que la encontrara excitante con su cuerpo actual.
Estaba sorprendida de que Atreus la tuviera abrazada, y se preguntó si no habría sido ella la que lo había buscado dormida, porque Atreus ya nunca la tocaba, ya no la besaba inesperadamente ni le dedicaba palabras de flirteo.
– Si no estamos casados, no hay sexo -murmuró Atreus.
– ¿Cómo dices? -contestó Lindy.
– Si no te quieres casar conmigo, no vas a tener sexo conmigo -repitió Atreus.
Lindy se quedó mirándolo indignada.
– ¡No me quiero acostar contigo!
Atreus se rió.
– ¡Te lo digo en serio! ¡No me quiero acostar contigo! -insistió Lindy, sonrojándose de pies a cabeza.
– Mentirosa -murmuró Atreus.
Lindy apretó los dientes.
– No pienso seguir en la misma cama que tú -anunció, encendiendo la lámpara que había en mesilla de noche.
– Lo entiendo perfectamente. Eso de poder mirar, pero de no poder tocar es muy frustrante haver si te crees que no me doy cuenta de cómo me miras -contestó Atreus.
– ¡A veces te odio! -murmuró Lindy.
Atreus se levantó con agilidad, agarró una bata y se la ofreció. Lindy se levantó bastante más lentamente. Aunque le había dicho que lo odiaba, no había tenido intención de levantarse y abandonar la cama, pero, como él lo había hecho, no le había quedado más remedio que seguirlo.
Pasó vergüenza al darse cuenta de que estaba en ropa interior. Tenía la sensación de que las carnes le rebosaban del sujetador y de las braguitas. Se le saltaban las lágrimas ante la humillación de verse expuesta ante él.
Para colmo, la bata no le cerraba a la altura de la tripa.
Atreus le mostró dónde estaba la habitación de invitados, así que Lindy se encontró en una cama fría y solitaria en la que se quedó dormida llorando.
No le gustaba nada el sentido del humor de Atreus.
¡Era evidente que no quería casarse con ella!
Y, además, ella se sentía gorda y fea, sabía que no podía resultarle atractiva sexualmente. Ojalá hubiera permanecido en silencio cuando se había despertado. Así, habría podido disfrutar de su cercanía.
Cuando el niño naciera, no tendría oportunidad de estar tan cerca de Atreus. En cuanto su hijo hubiera llegado al mundo, la relación entre sus padres sería mucho más distante. Atreus era un hombre con gran sentido de la responsabilidad y le había demostrado que podía confiar y apoyarse en él. En cuanto se había enterado de que estaba embarazada, se había puesto a su disposición y la había ayudado mucho, pero Lindy estaba preocupada.
¿Cómo harían para compartir al bebé? ¿Tendría que acostumbrarse a estar constantemente separándose de él?
Aquella misma mañana, Atreus la despertó llevándole el desayuno a la cama. Lindy pensó que nunca nadie la había mimado tanto.
– Ya sé que te quedan apenas dos semanas para salir de cuentas, pero creo que deberías conocer a mi familia antes de que nazca el niño -le lijo Atreus desde los pies de la cama.
Estaba guapísimo ataviado con un traje azul marino, dispuesto para irse a trabajar.
Lindy no se permitió mirarlo más que dos segundos. Por si acaso. Atreus se daba cuenta en-seguida de cuándo lo miraba con deseo y no quería quedar expuesta.
La invitación para ir a conocer a su familia la tomó completamente por sorpresa y se estremeció de miedo al comprender que la iban a comparar con Krista.
– No creo que me dejen volar estando de más le ocho meses… -objetó.
– Iremos en mi avión privado -contestó Atreus. Lindy sabía que no había nada que hacer. Cuando a Atreus se le metía algo en la cabeza, era imparable.
– ¿Y si me pongo de parto antes de lo previsto?
– Tranquila, en Atenas hay muchos médicos-contestó Atreus con naturalidad.
Capítulo 9
DURANTE el vuelo, Lindy preguntó a Atreus ciertas cosas sobre su familia.
– Tras la muerte de mi abuelo, mi tío Patras y mi tía Irinia se convirtieron en las personas más importantes para mí del mundo. Me llevaron a vivir con ellos a los siete años -comentó Atreus con una naturalidad muy bien calculada.
– No sabía que tus padres hubieran muerto cuando eras pequeño -se apiadó Lindy.
– Es que no fue así. Mi madre era heroinómana y mi padre no pudo soportarla. Ni a ella ni a su hijo. Cuando intervinieron los servicios sociales porque yo rara vez iba al colegio, la familia de mi padre se hizo cargo. Patras e Irinia quisieron ocuparse de mí. Sus hijos ya eran mayores, así que debió de ser un sacrificio hacerse cargo de un chiquillo de siete años, pero lo hicieron.