– ¿Tu madre era heroinómana? -le preguntó Lindy anonadada.
Nunca se le había pasado por la cabeza que Atreus no hubiera disfrutado siempre de una vida privilegiada en todos los sentidos.
– Sí, era modelo de artistas y llevaba una vida bohemia y salvaje. Antes de conocerla, mi padre era un hombre de negocios y un marido modelo que nunca había dado un paso en falso, pero, cuando la conoció, lo abandonó todo por ella e incluso desatendió sus responsabilidades dentro de la naviera familiar. Nunca volvió a trabajar. Se dedicó a vivir de los intereses del dinero que tenía. Se casó con mi madre, pero eran muy diferentes y la cosa nunca funcionó -le explicó Atreus con desdén-. Apenas me acuerdo de ellos, pero recuerdo sus violentas discusiones y que mi casa siempre estaba llena de gente desconocida que entraba y salía a cualquier hora del día y de la noche.
– Qué valor tuvo que tener tu padre para estar con tu madre. Supongo que apostó por ella después de todo lo que había dejado atrás e intentaría ser feliz a su lado -musitó Lindy.
– No es así como lo ve mi familia -la contradijo Atreus.
Lindy no le dijo que eso ya lo sabía por cómo hablaba del tema.
– Mi padre defraudó a todo el mundo. A su primera mujer, a su familia e incluso a los empleados de la naviera Dionides.
– ¿Ha muerto?
– Sí, murió en un accidente de tráfico diez años después que mi madre, que murió de una sobredosis. Era un hombre débil y egoísta. Se fue a vivir al extranjero y nunca intentó volver a verme.
– Lindy sintió compasión por él. Entendía que aquello último le tenía que haber dolido muchísimo. Lindy se dio cuenta de que a Atreus le habían enseñado a avergonzarse de sus dos progenitores que, a su juicio, era cruel. Ahora comprendía por qué le había dicho que sólo se casaría con una mujer de su misma clase social, lo que hacía que resultara todavía más increíble que le hubiera pedido que se casara con él.
Lo que acababa de contarle le daba una perspectiva completamente nueva sobre Atreus y sobre su propuesta de matrimonio.
Cuando llegaron a la preciosa mansión que los Dionides tenían a las afueras de Atenas, Lindy estaba un poco nerviosa. Llevaba un elegante traje de chaqueta de lino en tono terracota.
– Antes de entrar, quiero que sepas que mi familia está muy sorprendida de que vayamos a tener un hijo sin estar casados ni prometidos. Les he dicho que tienen que modernizarse, pero no sé si lo conseguirán algún día -le advirtió Atreus.
– Es estupendo que me lo digas justo ahora suspiró Lindy-. Si me lo hubieras dicho antes, no habría venido.
– Soy el cabeza de familia y son muy educados. Tranquila, nadie va a ser grosero contigo le aseguró Atreus en tono divertido.
Sin embargo, a pesar de que fue cierto que nadie se mostró grosero, Lindy lo pasó fatal durante todo el encuentro.
El interior de la casa tenía un aire sombrío y funerario y el silencio lo invadía todo, un silencio que encajaba con los serios rostros del grupo de personas que los esperaba. Eran unos quince y estaban en un salón enorme con las cortinas echadas. El ambiente era frío y poco acogedor.
Patras e Irinia Dionides fueron los más fríos y distantes de todo el grupo. No la miraron ni una sola vez la tripa y jamás mencionaron al niño que estaba en camino.
Por eso, cuando Lindy sintió una molestia algo fuerte, no dijo nada. Se quedó sentada, sin moverse mucho y aguantó. Cuando la molestia se tornó dolor, comenzó a respirar delicadamente y a hacer cálculos.
¿Sería una falsa alarma o se estaba poniendo de parto?
Con los nervios a flor de piel, no pudo evitar emitir un quejido y Atreus se giró hacia ella.
– Creo que me he puesto de parto -le dijo Lindy con discreción.
La reacción de Atreus no fue discreta en absoluto. Nada más oírla, interrumpió la conversación que estaba manteniendo, se sacó el teléfono móvil del bolsillo, marcó un número y comenzó a dar instrucciones en griego a toda velocidad.
Todos los presentes la miraron consternados y Lindy se dijo que, si se ponía de parto en aquella casa, la familia de Atreus siempre la recordaría a ella en lugar de acordarse de Krista Perris por muy bien que les hubiera caído.
– Menos mal que había reservado habitación en la maternidad -comentó Atreus satisfecho-.Un obstetra estupendo nos está esperando -añadió, acompañándola hasta la limusina que los esperaba fuera.
Lindy lo miró impresionada.
– Desde luego, sabes solucionar situaciones difíciles -comentó más tranquila.
A partir de aquel momento, nada de lo que sucedió fue según lo previsto. Lindy estuvo horas de parto y estaba ya muy cansada cuando el monitor indicó que el feto estaba sufriendo daños. Entonces, decidieron practicarle una cesárea de urgencia.
Su hijo, el bebé más bonito que había visto en su vida, llegó a este mundo con un potente grito, parecido al de una sirena de incendios.
Lindy se quedó dormida, pues estaba agotada y bajo los efectos de la anestesia. En uno de los momentos en los que abrió los ojos, vio a Atreus inclinado sobre la cuna del bebé, que le había agarrado del dedo.
Cuando se dio cuenta de que lo había sorprendido, se mostró muy feliz.
– ¿Te gusta? -le preguntó.
– Si le puedes perdonar por lo que te ha hecho pasar, yo también puedo. Sin problema -declaró Atreus con un brillo emocionado en los ojos-. Es absolutamente perfecto. ¿Has visto qué uñas tiene? Son minúsculas.
– Estará sano, ¿verdad?
– A juzgar por el peso, sí. Es un bebé sano -contestó Lindy encantada de que el padre de su hijo se mostrara así de entusiasmado.
Pero tuvo que apartar la mirada porque ver a Atreus así con su hijo hacía que se le acelerara el corazón. ¿Dejaría de fascinarla algún día?
A su lado, estaba hecha un desastre, con el pelo revuelto y sin maquillaje. El, sin embargo, estaba magnífico y eso que no había dormido en toda la noche. A pesar de que necesitaba un afeitado, de que se había quitado la chaqueta y la corbata y que llevaba todo el traje arrugado, estaba guapísimo.
Atreus se apartó de la cuna y abrió los brazos en un gesto revelador.
– Quiero verlo todos los días de mi vida. Quiero estar con él cuando sonría, cuando dé sus primeros pasos, cuando diga sus primeras palabras -declaró-. Quiero abrazarlo cuando se caiga, ayudarlo, estar a su lado para todo lo que necesite. Todo eso es muy importante para mí, pero, si no accedes a casarte conmigo, no podré hacerlas, no podré estar con mi hijo.
Al ver que Atreus le acariciaba la naricilla al pequeño, Lindy comprendió que ya no era la que más le interesaba.
Era evidente que Atreus se había enamorado perdidamente de su primer hijo.
Lindy sabía a ciencia cierta que sería un padre estupendo, que estaba dispuesto a darle a su hijo todo el tiempo, el amor y el cuidado que su padre no le había dado a él.
Obviamente, nadie lo iba a querer más que él. ¿Cómo le iba a negar la posibilidad de estar cerca del pequeño? Y, además, ella seguía enamorada de él. Sí, no le servía de nada seguir intentando negárselo a sí misma.
Cuando estaba con él, era feliz.
Incluso cuando entre ellos la relación era completamente platónica, como durante las semanas previas al alumbramiento. En ese tiempo, su ánimo había mejorado mucho y la ayuda que Atreus le había prestado desde el momento en el que se había puesto de parto había sido inestimable.
Entonces, ¿lo más normal no sería que se casara con él? Aunque lo suyo no funcionara y terminaran divorciándose, siempre podría tener la conciencia muy tranquila porque lo habría intentado.
– Está bien -murmuró somnolienta.
Atreus la tomó de la mano.
– ¿Está bien qué? -le preguntó.
– Me casaré contigo, pero asegúrate de que tu familia entienda que ha sido idea tuya -contestó Lindy horrorizada ante la idea de tener que volver a ver a los Dionides tras la poco digna salida de su casa que había protagonizado la tarde anterior.