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– ¿Por qué has cambiado de opinión? -le preguntó Atreus enarcando las cejas.

– Creo que nuestro hijo debe tenernos cerca a los dos -murmuró Lindy medio dormida-. Tanto tú como yo crecimos sin padre.

– Duerme, glikia mu -le dijo Atreus soltándole la mano.

Lindy sintió que los párpados se le caían, pero, de repente, abrió los ojos.

– Te advierto que no nos vamos a casar hasta que no haya adelgazado y me pueda poner el vestido que yo quiera! -exclamó.

***

Lindy y Atreus decidieron llamar Theodor a su hijo porque era uno de los pocos nombres que les gustaban a los dos y en pocos días Theodor se convirtió en Theo.

La familia de Atreus fue a verlos al hospital. Se mostraron mucho más animados y simpáticos tras conocer al último recién llegado al clan Dionides.

En cuanto Lindy pudo viajar, Atreus, el niño y ella volvieron a Londres. Una vez allí, instalada cómodamente en el ático de Atreus y con una niñera de servicio, en una semana recuperó la movilidad y entonces quiso volver a su casa para cuidar de sus perros.

Alissa y Elinor habían insistido en organizar la boda y Lindy les agradeció la ayuda y la compañía, pues Atreus trabajaba muchas horas al día y a los quince días de haber vuelto tuvo que viajar a Asia por negocios.

Cuando iba a verlos, toda su atención se centraba en Theo. De no dirigirse al pequeño, se mostraba frío y distante. Lindy esperó en vano a que su actitud cambiara. Qué ingenua había sido al creer que, en cuanto le dijera que se iba a casar con él, las cosas entre ellos iban a volver a ser como habían sido antes.

Evidentemente, se había equivocado.

Cuanto más se acercaba el día de la boda, más nerviosa y aprensiva se iba poniendo. Había encontrado un vestido muy bonito que le quedaba muy bien porque había recuperado su peso. Durante el embarazo había estado bastante activa y no había engordado mucho.

Varias revistas del corazón le habían ofrecido entrevistarla, pero ella había declinado todas las invitaciones. Sabía que Atreus odiaba aquellas cosas y ella no tenía ninguna intención de prostituir su intimidad por el hecho de ir a convertirse en la esposa de un hombre rico y famoso.

El día antes de casarse, se quedó a dormir en casa de Alissa y Sergei en el centro de Londres. Estaba tumbada en la cama recriminándose a sí misma el no haber tenido nunca el valor para exigirle a Atreus que hablara de lo que sentía por ella.

¿Qué le estaría sucediendo? ¿Se habría arrepentido de querer casarse con ella? ¿Volvería a tocarla algún día? ¿Qué tipo de matrimonio iban a tener? ¿Se iba a casar con ella sólo para darle su apellido a Theo y poder estar cerca de él o había algo más?

Esos mismos temores la atormentaron el día de su boda, pues comprendió que, quizás, no fuera suficiente con el amor que ella sentía por Atreus. A lo mejor aquel amor no era suficiente para mantener bien engrasados los engranajes de su matrimonio.

Elinor, que era su madrina, le prestó una fabulosa tiara de diamantes para el velo y Alissa, su dama de honor, le regaló unos preciosos zapatos de diseño. A media mañana, llegó el regalo de Atreus: un espectacular collar de zafiros y diamantes.

Lindy se quedó un rato admirando las joyas en el espejo.

– Eres la novia más callada que conozco -comentó Elinor-. ¿Te pasa algo?

– No, claro que no -contestó Lindy.

– Es normal tener dudas y miedo -comentó Alissa-. A todas nos pasa. Casarse es un gran paso y has visto muy poco a Atreus desde que volvisteis de Grecia.

– No sabía que trabajara tanto -confesó Lindy. -A nosotras nos pasaba lo mismo con Sergei y con Jasim. Tranquila. Cuando vivas con él, encontrarás más tiempo para disfrutar de su compañía. Será más fácil.

– Has tenido un noviazgo un poco accidentado. Tendríais que hablar sobre lo que queréis y esperáis de vuestro matrimonio -le aconsejó Elinor.

Lindy pensó que era muy fácil para Elinor, que no sabía lo que había pasado en realidad, darle aquel consejo cuando Jasim estaba completamente enamorado de ella y nada le hacía más feliz en el mundo que hacerla feliz a ella.

Si ella tuviera la certeza de que Atreus estaba enamorado de ella, no tendría ni la más mínima preocupación. Tenía la sensación de que, si le pedía a Atreus que se sentaran a hablar sobre sus necesidades y expectativas, saldría corriendo y no volvería nunca.

Lindy avanzó por el pasillo hacia el altar. El corazón le latía desbocado. Atreus se giró y la miró de manera inequívoca, lo que la llenó de satisfacción, pues conocía muy bien aquella mirada, era una mirada cargada de deseo sexual.

Lindy se sintió profundamente aliviada.

– Estás preciosa -le dijo Atreus cuando llegó a su lado.

Era lo más personal que le decía en semanas y Lindy lo miró encantada. Atreus la tomó de las manos y le acarició la muñeca con la yema del pulgar. Lindy sintió que el deseo se apoderaba de ella y su mente dejó de dar vueltas a aquellos pensamientos negativos que tanto la habían atormentado.

Una vez casados y con la alianza en el dedo anular, Lindy abandonó la iglesia del brazo de su flamante esposo.

Estaba feliz.

Estaba segura de que serían felices juntos. Estaba dispuesta a poner todo lo mejor de su parte para que su matrimonio funcionara. Aquella felicidad le duró muy poco.

En cuanto salió de la iglesia, la primera persona a la que vio fue a Krista Perris. Llevaba un exuberante vestido rojo muy ajustado y el pelo recogido y tocado con un adorno a juego. Todos los hombres de su alrededor metían la tripa y echaban los hombros hacia atrás intentando ganarse su atención.

En cuanto subieron a la limusina, Lindy expresó en voz alta su malestar.

– ¿Se puede saber qué demonios hace Krista Perris aquí?

Atreus frunció el ceño.

– ¿Por qué no iba a estar? Mi familia es amiga de la suya.

– No lo sabía -admitió Lindy arrepintiéndose de su estallido de cólera.

– Habría sido imperdonable por nuestra parte no invitarla, pero la verdad es que me sorprende que haya venido -admitió Atreus girándose para mirar a la rubia por última vez-. Está muy guapa.

Eso fue más que suficiente para que Lindy sintiera náuseas.

Era su boda, su día y seguro que Krista Perris había sido el centro de atención todos los días de su vida. Se sentía mal por que no le hacía ninguna gracia que Krista estuviera allí, pero no podía evitarlo.

Su presencia la hacía sentirse insegura y amenazada.

El culpable de todo aquello era Atreus por no haber sido franco con ella. Claro que se habría sentido mucho peor de haber sabido que su marido estaba enamorado de Krista. Lindy se dio cuenta entonces de que sólo quería un marido sincero si esa sinceridad significaba cumplidos que quisiera oír, pero nada más.

En el banquete, que tuvo lugar en un hotel exclusivo, Lindy agarró a Evelina, la hija de Alissa y Sergei justo un instante antes de que chocara contra un camarero que iba cargado de bandejas. Ambas se giraron entonces hacia un enorme espejo que había en la pared.

– Estás muy guapa -le dijo la niña un segundo antes de salir corriendo de nuevo.

– Gracias -contestó Lindy sonriente.

De repente, otra cara apareció en el espejo y a Lindy se le borró la sonrisa del rostro.

Era Krista, con su espectacular vestido rojo y su melena rubia.

– No deberías ser tú la novia -le espetó en voz baja-. Todos los sabemos. Incluso Atreus. Lo vuestro no va a durar mucho.

Y, dicho aquello, desapareció tan rápidamente como había aparecido. Lindy dudó por un instante. ¿De verdad le había dicho lo que ella creía que le había dicho? A juzgar por el vello de la nuca que se le había erizado y la piel de gallina, sí.

«No deberías ser tú la novia».

Qué comentario tan cruel y, sin embargo, tan certero.