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– ¿Por qué?

– Porque contigo había descubierto lo a gusto que se puede estar con otra persona. Para mí, aquellos fines de semana que pasábamos juntos, hacíamos vida marital y me encantaba. Fue lo más estable que había tenido hasta el momento, así que quería seguir teniéndolo, pero, aunque salí con varias mujeres, no encontré a ninguna que pudiera sustituirte.

– ¿Y Krista? -le recordó Lindy.

– Krista siempre estuvo ahí. La conozco de toda la vida. Recurrí a ella porque parecía cumplir con todos los requisitos que mi estúpida mente creían indispensables para asegurar el buen funcionamiento de un matrimonio -admitió Atreus, llevando a Lindy al baño y metiéndose en la ducha con ella.

Lindy lo miró y comprendió que Atreus estaba siendo sincero.

– ¿Por qué dijiste que estabais hechos el uno para el otro sólo en teoría?

– Porque es verdad… desde el principio quiso que lo nuestro se hiciera público y a mí no me gusta nada la publicidad. Por eso tuvimos que venir a ver a familia tan pronto, porque se aseguró de que estuvieran al tanto de lo nuestro desde el primer día.

Aquel dato permitió a Lindy darse cuenta de que Atreus no había estado con Krista tanto tiempo como ella creía.

– Y, claro, tu familia encantada -comentó.

– Si hubieran sabido lo que yo sé ahora, te aseguro que no les habría hecho tanta gracia -contestó Atreus-. Lo cierto es que Krista y yo no tenemos nada en común. Sólo la clase social de la que procedemos, pero ella no ha trabajado nunca, ni un solo día de su vida y ni siquiera ve la necesidad de hacerlo.

– Pues eso debió de ser muy difícil de llevar para un adicto al trabajo como tú -bromeó Lindy mientras Atreus le enjabonaba la espalda-. Aun así, la trajiste aquí, a la isla.

– Eso fue hace años, cuando éramos adolescentes. Traje a ella y a mucha más gente para una fiesta.

– Ah… yo creía que había sido ahora -suspiró Lindy mientras Atreus le pasaba el agua templada por la piel para retirar el jabón.

– Imposible. A Krista no le gusta la tranquilidad ni la naturaleza. No puede vivir sin tiendas ni discotecas y no le gusta nada salir a navegar porque se le estropea la piel -le explicó Atreus en tono divertido.

Aquello hizo reír a Lindy.

– Definitivamente, tienes razón: no era la mujer perfecta para ti.

– Tú eres la mujer perfecta para mí. ¡Qué estúpido he sido al no haberme dado cuenta antes! -admitió Atreus, envolviéndola en una toalla enorme y esponjosa-. Debería haber dejado a Krista mucho antes, pero aguanté porque creía que, en algún momento, descubriría algo en ella que me cautivaría… ni siquiera me acosté con ella.

Lindy se aseguró la toalla alrededor del pecho y lo miró estupefacta.

– ¿Ah, no?

– No. Sabía que, en cuanto lo hiciera, Krista se haría unas ilusiones imposibles de parar, así que me contuve porque no estaba seguro de querer tener algo más serio con ella. Cuando vi en la prensa que estabas embarazada… fue un golpe muy fuerte…

– ¡Sí, tan fuerte que te debió de afectar a la cabeza porque te presentaste en mi casa con un abogado para que firmara un documento diciendo que no era hijo tuyo! -exclamó Lindy.

– Estaba enfadado y celoso porque creía que estabas embarazada de otro hombre. Nunca se me pasó por la cabeza que podía ser mío porque, en aquel momento, llevábamos cinco meses separados -le recordó Atreus, colocándose una toalla a la cintura.

A continuación, abrió un armario, sacó una botella de champán, la descorchó y sirvió dos copas.

– Siento mucho no haberte dicho desde el principio que ibas a ser padre -se lamentó Lindy-. Soy consciente de las molestias que os he ocasionado. Aquello te obligó a hablar con Krista y a dejar vuestra relación…

– Bueno, en realidad, no fue así -le explicó Atreus, abriendo la puerta de cristal que daba acceso al porche, que estaba completamente bañado por el sol.

– ¿Y entonces cómo fue? -quiso saber Lindy probando el vino.

– Fui a ver a Krista para explicarle lo que había sucedido y poner fin a nuestra relación. La doncella dio por hecho que me estaba esperando y me dejó pasar. Me la encontré con lo más granado de sus amistades esnifando cocaína.

Lindy lo miró atónita.

– Me había dado cuenta de que tenía un estado de ánimo muy cambiante. No sé cómo no me percaté de que había algo de drogas de por medio. Las odio. No puedo soportarlas -continuó Atreus-. Entonces, comprendí que había dejado escapar al amor de mi vida y había estado intentando idealizar a una mujer que no te llega ni a la suela de los zapatos. Me dio mucha vergüenza estar tan desconectado de mis sentimientos como para no haberme dado cuenta de que lo que sentía por ti era amor, respeto y amistad y que entre tú y yo existían todos los ingredientes para que un matrimonio funcionara. ¡Lo había tenido al alcance de la mano y lo había estropeado todo!

Sorprendida tanto por lo que le había contado de Krista como por aquella profunda declaración de amor, Lindy dejó la copa de champán a un lado y le pasó los brazos por el cuello.

– Tranquilo, no fuiste tú. Yo empecé a hacerte preguntas que no estabas preparado para contestar y la situación nos estalló en la cara.

– No me digas eso para que me sienta mejor -contestó Atreus, sonriendo con dulzura-. No me lo merezco. Me tuviste que dejar para que me diera cuenta de lo que había entre nosotros, para que me diera cuenta de lo maravillosa que eres. Si te hubiera perdido para siempre, el único culpable habría sido yo.

– ¿Y la familia de Krista sabe que tiene problemas de adicción? -le preguntó Lindy.

– En nuestra boda, me prometió que se lo iba a decir. Necesitaba un tratamiento de rehabilitación.

– ¿Estabais hablando de eso mientras bailabais?

– Sé que, en cuanto se lo diga a su familia, la van a apoyar en todo lo que necesite. Si no lo hacen, lo haré yo, pero ahora mismo preferiría que habláramos de nosotros y que dejáramos de hablar de ella. ¿Te parece?

– Me parece muy bien -contestó Lindy.

– Menos mal -murmuró Atreus, mirándola con cariño-. Sé que Theo me ha dado una segunda oportunidad y, en esta ocasión, he aprendido lo que tenía que aprender. He tenido muy claro desde el principio lo que quería: tu amor.

Lindy se rió con amargura.

– Eso ya lo tenías. Ha habido momentos en los que he pensado cosas terribles de ti, lo admito, pero aun entonces he seguido queriéndote.

Atreus se sentó en uno de los sofás del porche y la colocó sobre su regazo.

– ¿Y… ahora? le preguntó con prudencia.

Lindy bebió de la copa de Atreus porque la suya había quedado muy lejos y lo besó con abandono.

– ¿No lo sabes? ¡Estoy loca por ti!

– Lo suficientemente loca por mí como para pedirme perdón…

– ¡ Querías que te suplicara! -protestó Lindy.

– Te lo merecías -sonrió Atreus-. Aquello de apartarme en nuestra noche de bodas me dejó completamente destrozado, agapi mu.

Lindy sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pues era evidente que Atreus había sufrido intensamente aquel rechazo, así que lo besó y aquel beso fue dejando paso a otros y, cuando las cosas se calentaron demasiado en el sofá, se fueron a la cama y allí hicieron el amor, se intercambiaron palabras y promesas de amor y se abrazaron sintiéndose las personas más felices del mundo por haberse conocido.

***

Casi tres años después, Atreus y Lindy dieron una fiesta en Thrazos para celebrar su tercer aniversario de boda.

Sergei y Alissa llegaron en su nuevo yate, el Platinum II, e invitaron a sus amigos a navegar en él, así que Lindy, Atreus, Elinor y Jasim subieron a bordo y disfrutaron de la jornada. Al volver a puerto, los hombres se quedaron un rato más a bordo y Sergei le tomó el pelo a Atreus diciéndole que era increíble que fuera uno de los pocos armadores griegos que no tenían un yate de vanguardia.