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– Espero que a Atreus no le dé ahora por comprarse un yate de última generación. No te puedes ni imaginar lo competitivos que son los hombres con estas cosas -se lamentó Alissa-. Seguro que, si se compra uno, es más grande que el Platinum.

– No creo que lo haga. A Atreus le gusta navegar sin tripulación. Si comprara un yate más grande que el que tiene ahora, se vería obligado a contratar a gente. Le gusta mucho la velocidad, llevar él la embarcación. El hombre y los elementos, ya sabes -sonrió.

– Sí, a Sergei le pasa algo parecido. La verdad es que a mí me gusta más la velocidad que el fútbol, para qué os voy a engañar -comentó Alissa.

Elinor y Lindy se rieron porque sabían que a Alissa no le encantaba la gran pasión de su marido, el fútbol, ni el hecho de que fuera propietario de un club.

– Pero mucho más peligrosa -apuntó Lindy.

Los niños corrían a todo correr por el jardín mientras los perros y las niñeras los perseguían. Lindy lo tenía todo organizado para que sus invitados se sintieran en la gloria y, además, contaba con la inestimable ayuda del servicio, así que todo estaba perfecto.

Los tres hijos de Elinor, Sami, Mariyah y el pequeño Tarif, eran inseparables de los dos hijos de Alissa, Evelina y Alek, y Theo encajó muy bien en el grupo. Estaba alto para su edad, al igual que Alek, y ambos tenían mucha energía para quemar. El príncipe Sami, el primogénito de Elinor y heredero al trono de Quaram, era el líder indiscutible del grupo. Se trataba de un chiquillo muy maduro que aprendía constantemente de su padre, actual rey de Quaram, desde que su abuelo, el rey Akil, había fallecido.

– Qué bien se llevan -comentó Elinor con satisfacción-. Es una suerte porque, así, nos veremos a menudo.

– Estás pálida, Lindy -dijo Alissa preocupada-. Ya me encargo yo de los refrescos. Tú llevas todo el día atareada. Anda, siéntate. No deberías moverte tanto.

– Estoy bien, tranquila -le aseguró Lindy-. Es el calor -añadió sentándose en una butaca y poniendo los pies en alto para relajarse.

Estaba embarazada de seis meses y de gemelas. Por lo que les habían dicho, eran niñas. Theo estaba encantado con la noticia de la llegada de sus hermanitas y Lindy estaba pletórica ante la idea de jugar con ellas y de comprarles ropita bonita.

Aquella noche, cenaron a bordo del Platinum II. Fue una velada muy agradable, en la que se rieron de lo lindo y la sólida amistad entre las tres parejas se afianzó todavía más, pero, cuando terminó, Lindy volvió muy a gusto a su dormitorio.

Atreus la ayudó a tumbarse en la cama y le quitó los zapatos.

– Feliz aniversario, agapi mu -murmuró entregándole un estuche.

– Pero si es mañana -le recordó Lindy.

– Sí, pero mañana tendremos compañía y ahora estamos solos -contestó Atreus, abriendo el estuche y sacando una pulsera de oro con adornos.

Lindy se interesó rápidamente al ver que los adornos habían sido especialmente elegidos para simbolizar cosas importantes de su vida, pues había un niño con una pelota de fútbol, un perro grande y otro pequeño, un yate, una isla diminuta y un gato… lo que demostraba que Atreus se había percatado de la presencia del minino que Lindy había metido en casa a escondidas.

El adorno más preciado era el diamante en forma de corazón con el nombre de su marido.

– Mi corazón está en tus manos -declaró Atreus mirándola emocionado mientras le tomaba el rostro entre las manos-. Quiero darte las gracias por estos maravillosos años, por darme a nuestro hijo, a quien adoro, y a las dos que están en camino…

– Sí, la verdad es que lo hemos hecho muy bien en el aspecto familiar -contestó Lindy observando el perfecto perfil de su esposo mientras éste le colocaba la pulsera en la muñeca-, pero lo más importante es que me haces sentirme valorada y querida y, por eso, te quiero tanto.

– Cuanto más tiempo llevamos juntos, más te quiero -declaró Atreus, inclinándose sobre ella para robarle un beso-. Siempre te querré.

Completamente confiada, Lindy le pasó los brazos por el cuello como pudo con su tripa por medio. Atreus se rió, la acomodó en la cama y le acarició la tripa con cariño.

– Estás preciosa -le dijo.

Y Lindy sabía que a sus ojos era cierto. Se sentía la mujer más feliz del mundo. -Siempre juntos -le dijo con amor.

Y Atreus selló la promesa con un beso.

Lynne Graham

***