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– ¡Ha puesto en peligro su vida y la mía por un animal!

Aquel ataque la sorprendió. Era lo último que se esperaba en aquellos momentos y le hizo recordar de nuevo el incendio que años atrás había acabado con la vida de su padre. Aquello hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.

– ¡No iba a permitir que Dolly muriera!

La gata en cuestión estaba en su regazo, hecha un ovillo, recuperándose del susto.

– ¡Podría haber resultado gravemente herida o incluso haber muerto! -protestó Atreus.

– Gracias a usted, no ha sido así -contestó Lindy con sarcasmo-. Gracias por salvarme la vida.

Atreus estaba muy enfadado, pero no pudo evitar sentirse atraído de nuevo por aquella mujer que, sin ser guapa, tenía algo. ¿Serían sus ojos claros? ¿Su melena larga y voluminosa? ¿O aquel voluptuoso cuerpo que llevaba noches sin dejarlo dormir? Era una mujer emocional, muy diferente de las mujeres con las que estaba acostumbrado a tratar.

Atreus se dio cuenta de que el enfado había dado paso a otras sensaciones mucho más sensuales. El deseo que sentía por ella lo golpeó con fuerza.

– A lo mejor mi tono de voz no ha sido el correcto, pero le estoy agradecida de verdad por salvarme la vida -insistió Lindy-. Lo siento, no podía dejar a Dolly. Estaba muy asustada. ¿No la ha visto?

– Nasi parí o Diavelos -contestó Atreus-. Sólo la he visto a usted.

El énfasis que había puesto en sus palabras hizo que Lindy se quedara sin aliento. Sus miradas se encontraron. Lindy sospechaba que era un conquistador y así se lo demostró cuando, sin preguntar ni pedir permiso, se inclinó sobre ella y se apoderó de su boca.

Al sentir su lengua en la boca, suspiró y sintió que el cuerpo entero le quemaba. Lindy intentó apartarse, pero no lo consiguió. Notó que el calor que emanaba de su cuerpo era tan intenso, que los pezones se le estaban endureciendo y amenazaban con atravesar la tela del sujetador. Como para apagar aquel incendio, entre sus piernas sintió una humedad que la hizo avergonzar-Atreus se apretó contra ella y Lindy sintió su erección.

– Un diez por sorprenderme -comentó con voz grave-. Tienes más peligro que el incendio, mali mu.

Lindy tomó aire profundamente en busca de oxígeno y, entonces, se percató de que alguien se había acercado y estaba esperando.

Era Phoebe Carstairs.

– Perdón por interrumpir -se disculpó la asistenta-. Sólo venía a buscar a la gata.

Lindy se apartó de Atreus como pudo y le entregó la gata a Phoebe, pero sin mirarla a los ojos.

Capítulo 2

PODEMOS preparar té, café y bocadillos en mi casa -le dijo Lindy a Phoebe unos minutos después, tras recuperarse de lo sucedido-. La gente va a necesitar un descanso. Voy a por mi bici. Si te parece bien, sígueme en el coche.

Al llegar a casa, se dio cuenta de que le temblaban las manos. Aunque mentalmente se había dicho que había vuelto a ser ella misma, su cuerpo seguía conmocionado.

Lindy se apoyó en la pila de la cocina y se dijo que había entrado en la casa en llamas y había sacado a Dolly. Eso era lo único que importaba. No había permitido que el terror la paralizara.

No era una histérica. Sabía mantener el pasado a raya y mantener la calma. No iba a llorar. Había cumplido con su deber, todo el mundo estaba a salvo y punto.

Poco a poco, fue recuperando el control. Entonces, se dio cuenta de que, durante unos instantes, había sentido que no controlaba absolutamente nada y eso había sido cuando Atreus la había tomado en brazos y la había besado.

¡Qué tonta se sentía ahora por haberle devuelto el beso! Claro que un beso tampoco era para tanto, no significaba nada. Se habían dejado llevar por la intensidad del momento, gozosos de seguir con vida y lo habían celebrado.

Tenía muy claro que no era el tipo de mujer que le gustaba a Atreus Dionides, no era rubia ni delgada ni guapa, ni siquiera era de buena cuna. Lindy se miró cómo iba vestida, con una falda de pana y un jersey de pico, y se rió.

Evidentemente, aquel beso no había significado nada.

Sin embargo, no pudo evitar lo que le había hecho sentir. De hecho, no paraba de recordar el placer, fuerte y dulce, que había acabado con su autodisciplina. Ningún hombre había conseguido nada parecido.

Lindy no había sentido nunca antes el poder devastador del sexo. Todavía no había encontrado a su príncipe azul, el hombre con el que acostarse, pero había besado a unos cuantos sapos. No quería decir con aquello que Atreus fuera un sapo, nada más alejado de la realidad, pero tampoco podía hacerse ilusiones de ir a tener algo con él porque estaba completamente fuera de su alcance.

Phoebe llegó con una cesta llena de pan y de fiambre. El dueño de la tienda del pueblo había abierto expresamente para entregárselos.

– Lindy, no te sientas ofendida por lo que te voy a decir, pero siento que tengo que decírtelo -comentó mientras preparaban los bocadillos-. Respeto mucho al señor Dionides, pero ten cuidado. He visto cómo trata a las mujeres. No se toma a ninguna en serio.

– ¿Lo dices porque nos hemos besado? No ha sido nada, esas cosas que suceden así de repente y que no tienen ninguna importancia -contestó Lindy, intentando quitarle hierro al asunto-. No sé qué mosca nos ha picado, pero no se va a volver a repetir.

– No me gustaría verte sufrir -comentó la asistenta más relajada.

– No te preocupes, no suelo dejarme llevar -le aseguró Lindy.

Y tuvo que recordarse a sí misma aquella frase cuando Atreus apareció una hora después. Había mucha gente en el saloncito, pero lo vio enseguida. Estaba hablando por el teléfono móvil. Tenía unos rasgos impresionantes: pómulos altos, nariz recta y labios voluminosos y sensuales.

Lindy se fijó en que llevaba la manga de la chaqueta rota y la camisa cubierta de hollín, y se preguntó preocupada si se habría hecho daño. Antes de que la viera, volvió a la cocina. Sentía que el corazón le latía desbocado.

Aquel hombre era realmente guapo.

– ¿Preparo más té? -le preguntó Phoebe.

– No, están todos servidos -contestó Lindy, girándose hacia la puerta, que se acababa de abrir.

Al ver quién era, se sintió como una adolescente delante del amigo de su hermano mayor que sabe que le gusta.

– Ah, así que estás aquí -comentó Atreus-. Ven al salón.

– No, tengo muchas cosas que hacer.

– Ya has hecho suficiente. Necesitas descansar -insistió, tomándola de la mano y acercándola a él.

– Hago lo que hace todo el mundo -contestó Lindy, que nunca había sabido encajar bien un cumplido.

– Tienes dotes de organización. Lo has organizado tú todo, tanto la logística como a la gente. Te he visto en acción.

Lindy estaba temblando. Sentía los dedos de la mano entrelazados con los de Atreus. No podía respirar con normalidad ni hablar. Estaban casi en la puerta del salón. Los demás los estaban mirando.

– No quiero que la gente empiece a murmurar -comentó.

– ¿Te importa lo que digan? -contestó Atreus en tono divertido-. Jamás lo hubiera dicho. Te tengo por una mujer valerosa que se baña desnuda en el río en pleno día.

Lindy dio un respingo.

– Todavía no te he perdonado por cómo te comportaste aquel día.

Atreus no estaba acostumbrado a pedir perdón ni a esperarlo de nadie. Las mujeres se lo solían poner fácil porque ignoraban sus errores y sus carencias y no decían nada. Cuando cancelaba una cena en el último momento o aparecía con otra mujer, nadie le decía nada porque querían que las volviera a llamar.

Estaba acostumbrado a hacer lo que le daba la gana con las mujeres.

– Aquel día, en el río, te comportaste como un auténtico…

Atreus la miró divertido. Hacía mucho tiempo que nadie se avergonzaba de decir una pala-brota en su presencia.

– ¡Fuiste grosero, desagradable y me humillaste! -insistió Lindy al ver que no decía nada.

– Te pedí perdón -contestó Atreus con impaciencia-. No suelo hacerlo -le advirtió.