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– ¿Te he despertado? -le preguntó.

– Estabas chillando a todo pulmón. Debes de haber tenido una pesadilla -contestó Atreus, fijándose en los pechos que apenas cubría la sábana.

– No era irreal -murmuró Lindy-. Cuando tenía cuatro años, mi casa se incendió.

Atreus se quedó de piedra al ver que Lindy comenzaba a llorar y que no lo hacía con delicadeza ni nada por el estilo. Las lágrimas le resbalaban una detrás de otra por las mejillas, se le había hinchado la nariz y sollozaba sin parar.

Al instante y, aunque era raro en él, sintió ganas de consolarla, así que le pasó el brazo por el hombro torpemente. No le resultaba normal hacer algo así, pues se había criado en una familia en la que las muestras de cariño y de debilidad no abundaban. Le habían enseñado a no demostrar sus sentimientos, nunca había tenido una relación seria con una mujer y, de hecho, siempre las había dejado cuando las cosas se complicaban.

Lindy se sentía bien entre los brazos de Atreus.

– Mi madre me contó que suponía que mi padre se había quedado dormido en el sofá con un cigarrillo en la mano. Había bebido algo… estaba triste porque mi madre estaba ingresada… me desperté de repente y había humo entrando por debajo de la puerta… olía muy raro -recordó emocionada.

Atreus maldijo en griego.

– ¿Y, después de eso, has entrado en una casa en llamas para salvar a una gata? -le preguntón con incredulidad.

Lindy seguía pensando en el pasado.

– Intenté bajar, pero veía que había fuego abajo. Tenía mucho miedo y empecé a llorar y a llamar a mi padre -recordó con voz trémula-. Lo vi un momento. La verdad es que he recordado esta noche que lo había visto. ¡Intentaba llegar a mí, pero el fuego lo alcanzó! -sollozó, escondiendo el rostro en el hombro de Atreus.

Atreus no sabía qué hacer. Con el ceño fruncido, le pasó el brazo por los hombros y la apretó contra sí. Mientras lo hacía, recordó la soltura y la naturalidad con la que aparentemente había acudido a la carrera a Chantry House para ayudar en todo lo que había podido. Le debía de haber costado un gran esfuerzo, pero había disimulado, se había tragado el miedo y había actuado con valentía.

– Eres una mujer muy valiente, mali mu.

– Soy una mujer normal y corriente -contestó Lindy, intentando parar de llorar y controlar sus emociones-. No sé por qué me he puesto a llorar por algo que pasó hace muchos años.

– Es porque el incendio de mi casa te ha hecho recordar todo y lo ha sacado a la luz. ¿Y cómo sobreviviste al incendio de tu casa?

– Creo que me rescató un bombero, pero no me acuerdo. Tuve mucha suerte. Tengo suerte de estar viva -contestó Lindy, dándose cuenta de que se le había resbalado la sábana-. Siento mucho haberte despertado.

– Tranquila, no estaba dormido -contestó Atreus acariciándole el pelo.

Cuando Lindy elevó la mirada, sus ojos se encontraron. Atreus se inclinó sobre ella y la besó en los labios con tanto erotismo, que Lindy sintió que todas sus defensas caían. Poco a poco, fue respondiendo a los besos de Atreus. A medida que lo fue haciendo, su cuerpo comenzó a calentarse y a acelerarse y las sensaciones se fueron haciendo más y más intensas.

Por un lado, sus sensaciones físicas eran cada vez más fuertes, pero el disgusto que estaba experimentando por dentro también era muy fuerte.

Atreus le tomó los pechos en las palmas de las manos y gimió satisfecho. A continuación, comenzó a acariciar los pezones de Lindy con las yemas de los dedos pulgares y la instó a tumbarse sobre las almohadas para seguir acariciándola con la lengua.

Lindy dio un respingo de placer. Sentía la punta de la lengua de Atreus y sus dientes sobre sus pezones sobreexcitados y le costaba pensar con claridad.

– ¡Apenas nos conocemos! -protestó.

– Te aseguro que ésta es la mejor manera de conocerme, glikia mu -contestó Atreus con convicción.

– ¡Pero yo no quiero conocerte! -objetó Lindy.

– ¿Cómo que no? Tú me deseas y yo te deseo. ¿Qué tiene de malo?

– Todo… Yo no hago este tipo de cosas.

– Tú no tienes que hacer nada, tranquila.

– Ni siquiera eres mi tipo -insistió Lindy a la desesperada.

– Haberlo dicho antes -contestó Atreus incorporándose y mirándola Lindy se apresuró a taparse los pechos desnudos con los brazos.

– Me encanta mirarte -le confesó Atreus deslizando un dedo por su cintura y su cadera-. Tienes unas curvas espectaculares.

Lindy se dejó convencer por la intensidad de su mirada. Aquello la hizo sentirse muy bien y la invitó a retirar los brazos lentamente. Aunque tímidamente, estaba descubriendo el placer que era que un hombre la mirara con aprecio y pasión.

Hasta aquel momento, ningún hombre había alabado nunca sus curvas. Hasta aquel momento, siempre había procurado disimularlas y esconderlas. Ahora, sin embargo, Atreus la estaba mirando y admirando y Lindy se sentía como una auténtica diosa.

– No apartaste la mirada en el río -lo acusó.

– Claro que no. ¿Cómo iba a perderme este espectáculo? Eres una preciosidad.

Sin pensárselo dos veces, Lindy se estiró hacia él y buscó sus labios, saboreó su aliento como un vino preciado y dejó que su lengua danzara de manera erótica por el interior de su boca mientras sentía una punzada insistente en el centro de la pelvis. Atreus había destapado en ella un apetito que no podía parar.

– ¿Esto quiere decir que sí?

– Sí… -murmuró Lindy sintiéndose sexy y temeraria por primera vez en su vida.

Cuando Atreus comenzó a besarla por el cuello, Lindy dejó caer la cabeza hacia atrás y suspiró encantada cuando la acarició donde ningún hombre la había acariciado antes. Mientras Atreus deslizaba los dedos entre los pliegues de su intimidad, sintió que el cuerpo se movía solo. El placer era exquisito, pero, a medida que fue creciendo, se convirtió casi en una tortura. Cuanto más la acariciaba, más deseaba ella y menos podía esperar. Atreus le succionó los pezones y a Lindy se le arqueó la espalda y gritó cuando Atreus inspeccionó con los dedos su estrecho conducto de entrada.

Cuando se dio cuenta de que Atreus se estaba quitando los vaqueros, la invadió el pánico.

– No me dejes embarazada, que no estoy tomando nada -le advirtió.

– No te preocupes, jamás me arriesgaría a una cosa así -le aseguró él, poniéndose un preservativo y volviendo a tomarla con impaciencia-. Te deseo tanto, que me duele.

– ¿Y a mí también me va a doler? -le preguntó Lindy.

Atreus la miró divertido.

– ¿Por qué te iba doler?

– Porque… es la primera vez…

– ¿Voy a ser el primero? -se extrañó Atreus. Lindy se sonrojó y asintió.

– No te preocupes. Tendré cuidado -le prometió Atreus.

Él, que jamás había tenido que tener cuidado con nada.

Pero lo consiguió.

Se tomó todo el tiempo del mundo para recorrer y acariciar el cuerpo de Lindy, para hacerla gozar y para asegurarse de que estuviera a punto cuando llegara el momento. Y, cuando ese momento llegó, Lindy vio encantada cómo Atreus gritaba de placer. Y ella también sintió un intenso gozo y una sensación maravillosa de estar verdaderamente unidos.

Después, sobrevino un agudo dolor que la hizo chillar.

Atreus se paró, le habló con suavidad en griego hasta que se relajó y, luego, recomenzó con exquisito cuidado, penetrándola muy lentamente, una y otra vez, hasta que Lindy se encontró jadeando y gritando, pero esta vez de placer.

De repente, se encontró galopando sobre un corcel intenso y erótico, fuera de control, abandonándose a la salvaje necesidad que Atreus le había provocado. Cuando le llegó el orgasmo, la tomó por sorpresa, dejándola desmadejada y satisfecha.

– Ha sido increíble… has estado increíble -comentó Atreus con una sonrisa de aprobación.

– Tú también -contestó Lindy manteniendo a raya a duras penas la vergüenza y la timidez.