A continuación, lo abrazó y lo besó mientras se decía que Atreus era un hombre muy atractivo y que se había dejado llevar por ese hecho. No tenía sentido fustigarse por algo que ya había ocurrido.
El beso y el abrazo tomaron a Atreus completamente por sorpresa, pero, cuando ella hizo amago de retirarse, se lo impidió.
– Quiero que esto se vuelva a repetir -le dijo.
Lindy lo miró estupefacta.
– No soy de aventuras de una noche -le explico
– ¿Ah, no?
– No… y tú, tampoco -contestó Atreus sonriendo con malicia.
Capítulo 3
SAMSON y Sausage recibieron a Lindy con todo tipo de alharacas cuando volvió a casa. Tras hacerles unos mimos, como de costumbre, se dispuso a hacer lo que había ido a hacer porque Atreus la estaba esperando.
Samson, un Jack Russell terrier de orejas rectas y propenso a saludar a todo el mundo, se acercó a él. Sausage, por su parte, se mantuvo a distancia y Pit fue corriendo hasta sus pies y se puso a ladrar a todo volumen mientras le tiraba de la pernera. En consecuencia, Samson se puso a ladrar también y Lindy tuvo que volver y poner paz y librar a Atreus de Pit.
– Lo siento. Este perro tiene muy mal genio. Es un milagro que no le hayas dado una patada. Gracias por no hacerlo -le dijo tomando a Pit en brazos-. ¡ Ay, madre, se le ha caído un diente!
– ¿Se lo habrá dejado enganchado en mi pantalón?
– No, está aquí, en la alfombra -contestó Lindy acariciando al perrillo-. No me había dado cuenta de que tuviera unos dientes tan malos. Le debe de doler. Pobrecillo.
Mientras Lindy consolaba a aquella fiera, Atreus esperó en silencio y bastante molesto. Nunca le habían hecho demasiada gracia los perros y ahora uno le había mordido y resultaba que tenía los dientes podridos.
– ¿Te quieres venir a la casa conmigo? -le preguntó a Lindy.
Lindy se quedó de piedra y lo miró estupefacta. -Bueno… preferiría que los demás no… supieran nada de…
– ¿No quieres que sepan que nos hemos acostado?
Lindy tragó saliva.
– Exacto. No quiero que nadie lo sepa.
A Atreus nunca le habían pedido algo así. Normalmente, era al revés. Las mujeres estaban encantadas de que todo el mundo supiera que había algo entre ellos. Él, sin embargo, siempre había querido ser discreto y prudente. La familia Dionides era famosa por huir de la publicidad como de la peste.
No podían evitar que hablaran de ellos con ocasión de los bautizos, las bodas y las muertes, pero, más allá de aquello, Atreus y sus parientes evitaban la notoriedad pública que otros muchos ansiaban porque les parecía de mal gusto.
– Seré muy discreto -le prometió-. Nos podemos ver los fines de semana cuando venga.
Lindy se quedó mirándolo perpleja, pues le costaba pensar que entre ellos hubiera algo, una relación…
– No tenemos nada en común -comentó.
– Los polos opuestos se atraen -contestó Atreus, apartando la mirada de la rata con dientes que Lindy todavía tenía en brazos.
El Jack Russell le había puesto un hueso de goma a los pies y tenía aspecto de estar esperando que se lo tirara. El otro, el del pelo largó, también lo miraba expectante. Así que Atreus decidió dejar clara su postura.
– Nunca me han gustado demasiado los perros, ¿sabes? Y desde luego no me gusta tenerlos dentro de casa.
– Supongo que no tuviste perro de pequeño -contestó Lindy, mirándolo con compasión-. No sabes lo que te perdiste. Menos mal que vas a tener oportunidad de estar ahora con los míos.
Dicho aquello, intentó imaginarse su vida con Atreus en ella y no lo consiguió ni de lejos.
– La verdad es que no sé por qué quieres volver a verme -comentó.
Atreus se quedó anonadado. Era la primera vez que una mujer le decía algo así. Al instante, sintió que aquella mujer era diferente, que era natural y sincera, que no se parecía en nada a las mujeres con las que él solía salir.
Lindy no conocía las normas del juego al que él jugaba y podía resultar lastimada. Era evidente que no sabía dónde se estaba metiendo. Lo había dejado claro cuando lo había abrazado sin pudor. Atreus se dijo que pronto aprendería.
Sí, iba a tener que aprender porque quería volver a verla.
Lo importante era que quería que aquella mujer formara parte de su vida. Quería cambios, quería cosas nuevas y ella era como un soplo de aire fresco.
Era una mujer fuerte, discreta y sincera, cualidades que Atreus valoraba enormemente y que no solía encontrar con facilidad. Sí, sería fácil relajarse con ella durante el fin de semana y olvidarse de las interminables jornadas de trabajo y los aburridos compromisos sociales.
Atreus se miró en los ojos violetas de Lindy y se dio cuenta de que la deseaba con más urgencia que unas horas antes. La fuerza de aquel deseo lo incomodaba, pero también le dio pie para tomarla entre sus brazos.
Siempre se había sentido más cómodo y fluido en lo físico que en lo emocional, así que, sin dudarlo, se apoderó de la boca de Lindy y le contagió su pasión. Lindy sintió una descarga eléctrica en la columna vertebral que pronto se expandió por todo su cuerpo.
La presión de sus labios y el roce de su lengua la excitaron por completo. Los pezones se le endurecieron de nuevo, se le humedeció la entrepierna y se mareó cuando lo miró a los ojos.
– Me encantaría volver a acostarme contigo ahora mismo -comentó Atreus tomándola de las caderas y apretándola contra sí para que sintiera su erección-. Con una vez no he tenido suficiente.
Lindy se sonrojó. Le costaba pensar en sí misma como en una especie de mujer tentadora, pero así la debía de ver Atreus… a juzgar por lo que tenía entre las piernas.
– Por desgracia, he quedado con los del seguro -le recordó-. Vente conmigo o vuelve al hotel, pero no te quedes aquí. No puedes hacer nada sin luz.
– No podré fabricar velas, pero puedo ir cortando lavanda y haciendo popurrí -contestó Lindy.
En aquel momento, llamaron a la puerta. Lindy miró por la ventana y vio el coche de su amigo.
– Es Ben -anunció.
– ¿Ben? -repitió Atreus fijándose en el BMW.
– Un amigo mío. Viene a buscar a Pip, el que te ha mordido. Es de su madre.
Cuando Lindy fue a la puerta, Ben ya había entrado en el vestíbulo.
– Como tenía el día libre, me he acercado -la saludó.
Lindy le contó lo de los dientes de Pip y le pidió que lo llevara al veterinario sin falta.
– Eso podía explicar su mal genio -le indicó-.
Le duelen las encías. Es urgente que lo lleves. Voy a buscarlo.
– ¿No me vas a invitar a pasar? -se extrañó Ben. Pero Lindy ya había desaparecido pasillo delante en busca de Pip.
– ¿Y esa limusina de dónde ha salido? -le preguntó Ben, alzando la voz.
Lindy apareció con Pip en brazos y, acto seguido, apareció Atreus.
– Es mía -contestó refiriéndose a la limusina.
Lindy los presentó con naturalidad.
Atreus frunció el ceño y Ben reconoció el nombre del otro inmediatamente y se puso serio.
– Anoche hubo un incendio en Chantry House todos fuimos a ayudar -le explicó Lindy. -Lindy fue la que más ayudó -apostilló Atreus.
Lindy dio un respingo cuando Atreus le pasó un brazo por la cintura. Ben se dio cuenta y la miró sorprendido. Lindy se sonrojó.
– Me gustaría invitarte a comer por haber cuidado de Pip -comentó Ben.
– Otro día. Lindy ya tiene planes para hoy contestó Atreus.
– Lo siento -se disculpó Lindy.
¿Por qué salía de repente Ben con aquella invitación para comer? Obviamente, porque sentía curiosidad. De repente, Lindy se sintió como un queso que se disputan dos perros y se enfadó por un lado, le molestaba que Ben se hubiera presentado sin avisar y, por otro, que Atreus fuera tan arrogante como para dar por hecho que iba a aceptar su sugerencia.
Y lo cierto era que sí iba a hacerlo.
– Bueno, luego te llamo por teléfono y hablamos -se despidió Ben.