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– No, no te vayas todavía -contestó Lindy-. Te invito a un café.

Atreus la miró con el ceño fruncido y se encaminó a la puerta.

– Vendré a buscarte a las doce -se despidió con frialdad.

– ¿Se puede saber a qué demonios estás jugando con ese tipo? -le preguntó Ben en cuanto se quedaron a solas.

Lindy estuvo a punto de mandar a paseo a su amigo, pero se dijo que los buenos amigos tenían derecho a hacer ese tipo de preguntas.

– Está tonteando conmigo… nada más -mintió.

– Claro, qué iba a ser si no -contestó Ben-. Dudo mucho, la verdad, que Atreus Dionides se fijara en ti para algo más que un simple tonteo. Te recuerdo que es multimillonario y que sólo sale con mujeres impresionantes.

– ¿Café? -le preguntó Lindy, apretando los dientes y reprimiendo a duras penas la necesidad de espetarle que, aunque él no la encontrara atractiva, Atreus sí.

Ben no se quedó mucho tiempo porque Lindy quería tener tiempo para arreglarse para salir a comer. Ben no se mostró tan informal y cómodo como de costumbre y Lindy se preguntó, aunque parecía una locura, si no sería porque a su amigo le había sorprendido y molestado que otro hombre se interesara en ella.

Lindy eligió lo más bonito que tenía, un traje pantalón negro.

Cuando Atreus llegó a buscarla, fue uno de los guardaespaldas el que se bajó del coche a llamar al timbre y quien la escoltó hasta el asiento trasero de la limusina.

– Me gustáis más las mujeres con falda -contó Atreus al verla.

– ¿De verdad? -contestó Lindy-. ¿Y? ¿Qué esperas? ¿Quieres que me lo apunte y que no me vuelva a poner unos pantalones?

– ¿Y Ben qué lugar ocupa en tu vida? -le preguntó Atreus ignorando su comentario.

Lindy lo miró sorprendida y se rió.

– Estuve muy enamorada de él a los dieciocho años. Por desgracia, él nunca me correspondió. Al final, dejé de verlo como al amor de mi vida y nos hicimos amigos. Y llevamos siendo amigos desde entonces.

Atreus bajó la mirada. No le había hecho ninguna gracia que Ben apareciera en casa de Lindy y ahora ella le decía que había estado enamorada de él… Atreus se dijo que nunca había sido posesivo con sus conquistas y que no iba a empezar ahora. Así que volvió a mirar a Lindy a los ojos y sonrió al ver que estaba encantada de salir a comer con él, pero también nerviosa porque no querían que la vieran con él.

– Vamos a comer en la suite -anunció, tomándola de la mano para acercarse.

– Atreus… -murmuró Lindy tras un largo beso que la dejó mareada-. Somos las dos personas que menos pegamos del mundo.

– Tienes ideas muy obsoletas, pero me gustan -comentó Atreus, besándola por el cuello y haciéndola estremecerse de pies a cabeza-. Esto te gusta, ¿verdad?

– Bueno…

– Di la verdad.

– La verdad es que esto es indecente y que yo normalmente no me comporto así. ¡Ésta no soy yo! -protestó Lindy, encontrándose tumbada y con Atreus encima.

– Pero te gusta, ¿eh? -insistió él-. Además, ¿cómo vas a saber cómo eres en este aspecto de tu vida si antes no te habías acostado con nadie? Ser tu educador sexual me excita.

Mientras lo decía, Atreus le acarició la cara interna del muslo y Lindy creyó que iba a explotar de calor. ¿Qué le estaba sucediendo? ¿Qué había sido de su sentido común y de su prudencia? Que se habían ido a tomar viento, junto con sus veintiséis años de vida organizada y solitaria.

No había sido una mala vida, pero sí aburrida a más no poder.

– ¿Quieres comer primero? -le preguntó Atreus. Lindy tragó saliva. La excitación era tan in-tensa, que no podía hablar. Aquel hombre tenía una enorme influencia sobre ella y la estaba cambiando. Si eso estaba sucediendo en menos veinticuatro horas…

Claro que lo suyo no iba a durar. Era imposible. Eran completamente opuestos. Sí, se atraían, pero nada más. Lo suyo iba a ser explosivo y breve porque se iba a consumir rápidamente y, cuando eso sucediera y todo acabaría, ella se iba a sentir fatal.

Lindy miró a Atreus a los ojos y decidió que sobreviviría con tal de estar con él un poquito más.

***

Cuatro meses después, Lindy y Atreus seguían pasando casi todos los fines de semana juntos.

La diferencia era que ahora Lindy estaba lo locamente enamorada y tan feliz, que se despertaba todos los días con una sonrisa de felicidad. Un día, sin embargo, se produjo una fisura en su felicidad cuando vio una fotografía en un artículo de cotilleo.

Se trataba de Atreus con otra mujer.

La habían hecho en un baile de beneficencia y la preciosa mujer aparecía abrazando a Atreus. Lindy se sintió fatal, pero decidió no mencionar nada. No quería actuar de manera posesiva. Sabia que a Atreus no le gustaría.

Pero al cabo de un par de noches sin dormir, se dio cuenta de que no podía permanecer callada. Atreus era su pareja y ella necesitaba saber que era la única mujer que había en aquellos momentos en su vida, así que, como había quedado con él para cenar en Chantry House aquel fin de semana, decidió sacar a colación con delicadeza un tema un tanto espinoso: ¿qué hacía Atreus entre semana?

Un estupendo equipo de reformas había reconstruido la preciosa casa de estilo georgiano en tiempo récord. Lindy había sido testigo de todo el proceso, había visto cómo Atreus exigía lo mejor y cómo la obra estaba terminada en un plazo que parecía imposible.

Durante la cena, Lindy no encontró ninguna excusa para sacar a relucir el tema de conversación que tanto le interesaba y comenzó a ponerse nerviosa.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó Atreus cuando se levantaron de la mesa.

– ¿Por qué lo dices? -contestó Lindy, sintiéndose como una cobarde.

– Has estado muy callada, mali mu. Es muy raro en ti.

– Esta semana he visto una fotografía en la que estabais otra mujer y tú -contestó Lindy no pudiendo evitar cierto tono acusador.

Aunque Atreus sabía perfectamente de qué periódico se trataba, con quién lo habían retratado y dónde, se hizo el distraído.

– ¿Ah, sí?

– Por lo visto, fuiste a un baile con ella -contestó Lindy con ansiedad-. ¿Quién es? -añadió mientras entraban en el salón, donde les estaban sirviendo una copa.

– Una amiga… de las muchas que tengo -contestó Atreus.

Lindy se sonrojó.

– Crees que no tengo derecho a preguntar, ¿verdad? Pero sí lo tengo porque no quiero ser una más -le espetó.

Atreus se sintió culpable, algo a lo que no estaba acostumbrado en absoluto. Aunque siempre le había parecido más fácil no definir los límites de las relaciones que mantenía, ahora se sentía mal porque Lindy era inocente y candorosa.

– Lindy…

– Dime la verdad. Necesito saberlo. No he pegado ojo desde que vi la foto -confesó.

Atreus la tomó de la mano.

– Sé razonable -le dijo-. No me acuesto con nadie. Soy hombre de una sola mujer, pero sí es cierto que, aunque me acuesto contigo, tengo muchas amigas que me acompañan a actos y eventos sociales.

Lindy sintió que podía volver a respirar con normalidad a pesar de que el corazón todavía le latía desbocado por el miedo. Atreus le había dicho lo que quería oír, que sólo, estaba con una mujer a la vez.

Lindy se dio cuenta entonces de que nunca le había puesto límites a su relación. Se había embarcado en ella sin pensarlo, se había acabado enamorando de Atreus y nunca habían hablado de normas. Claro que, por otra parte, seguro que Atreus se saltaría cualquier norma que intentara imponerle.

A primera hora de la madruga, Lindy se despertó y se quedó mirando a Atreus, que dormía plácidamente. Se sentía feliz y saciada. Su corazón volvía a latir satisfecho, lleno de amor, pero su mente no podía parar de recordar la conversación que habían mantenido después de cenar.

Aunque Atreus la había tranquilizado, Lindy estaba convencida de que había perdido puntos a sus ojos por necesitar, precisamente, que la tranquilizara.