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—Baja —le dice.

—Aún no. Cuéntame cosas de tu época.

—¿Qué quieres saber?

—Todo. Desde el principio. ¿Morís? ¿Amáis? ¿Entra él en el cuerpo de ella? ¿Os peleáis? ¿Soñáis? ¿Perdonáis?…

—Espera —dice Clay—. Intentaré mostrártelo. Mira, así era mi época.

Clay abre su alma a Ninameen. Sintiéndose como una exposición de museo, le ofrece visiones de automóviles, camisas, zapatos, restaurantes, camas sin hacer, vestíbulos de hotel, aviones, macetas con palmeras, teléfonos, autopistas, plátanos maduros, explosiones atómicas, centrales eléctricas, zoológicos, edificios comerciales, embotellamientos de tráfico, piscinas municipales, galerías de tiro y periódicos. Le muestra películas, segadoras de césped, filetes a la parrilla y nieve. Le enseña ábsides de iglesia. Desfiles. Dentífricos. Lanzamientos de cohetes.

Ninameen cae pesadamente hacia el suelo.

Bamboleándose desesperadamente, Clay frena la caída y cae con Ninameen encima, gruñendo a causa del impacto. El frío cuerpo de la mujer se aferra al de él, tembloroso, y su pánico es tan intenso que imágenes de terror saltan de su mente a la de Clay. Éste ve, entre una neblina de distorsión, las ruinas gigantescas, ciclópeas y grisáceas de un edificio de piedra, y cinco enormes criaturas sentadas delante, bestias parecidas a dinosaurios enterradas en barro que alzan lentamente sus grandes cabezas, resoplan y hacen temblar el suelo con sus quejas. Y ahí está Ninameen postrada ante los monstruos, como si rezara, como si suplicara absolución. Los colosales reptiles rugen y jadean, sacuden la cabeza, arrastran sus inmensos mentones por el lodo, y Ninameen se hunde poco a poco, sollozante, en el barro. La imagen se desvanece. Clay acuna a la asustada muchacha con la máxima suavidad posible.

—¿Te has hecho daño? —murmura—. ¿Te encuentras mal?

Ninameen se estremece y de su boca brotan infelices ronroneos.

—No lo entendía —musita ella por fin—. No entendía tu poema y me he asustado. ¡Qué extraño eres!

Ninameen recorre la piel de Clay con una multitud de dedos. Ahora le corresponde a él estremecerse. Ella se acomoda al lado de él, y Clay la besa en el cuello y toca suavemente uno de sus pechos, admirando el tacto de azogue de su piel. Pero cuando se dispone a penetrarla imagina de pronto que ella está adoptando la forma masculina de su especie y su miembro viril pierde firmeza, como si sus entradas sensoriales estuvieran desconectadas. Ninameen se aprieta a él, pero es inúticlass="underline" Clay no logra la erección. Solícita, Ninameen adopta la forma masculina, haciendo el cambio con tanta rapidez que él no puede seguirlo, pero la situación no mejora de este modo, y ella vuelve a ser hembra.

—Por favor —dice Ninameen con apre mian te vocecita—. Que nos atrasamos en la Abertura.

Clay nota que ella desliza los dedos sobre un grueso e inactivo nervio de la parte carnosa de su espalda; Ninameen rompe las redes de resistencia, aguijonea el cerebro de Clay, cataliza su virilidad. Luego ella le rodea con una pierna y Clay, antes de que el impulso le esquive, se lanza hacia las entrañas de la hembra. Ella le agarra como si quisiera ingerirlo. ¿Por qué tienen vida sexual estos seres? Indudablemente pueden descubrir formas más inmediatas de establecer contacto. Indudablemente la sexualidad no puede ser una meta biológica en fecha tan tardía de la evolución humana. Indudablemente este simple placer animal debe ser tan anticuado como comer o dormir. Clay concibe una agradable fantasía: han vuelto a inventar el coito para él y se han dotado de vaginas y penes con cierto espíritu de mascarada, el mejor recurso para comprender la naturaleza de su primitivo huésped. La idea complace a Clay. Sin dejar de mover las caderas, Clay embellece el acto esforzándose en imaginar a los compañeros de Hanmer en su forma normal, asexuados, lisos como una máquina en las entrepiernas, y mientras hace esto, Ninameen le transmite secretamente un estallido de extática sensación, usando la parte de él que está dentro de ella como conducto directo para llegar a su cerebelo. Clay responde con un ardoroso y repentino chorro y se queda inmóvil, asombrado y drenado.

—¿Quieres ayudarnos a hacer la Abertura de la Tierra, ahora? —le murmura ella cuando él abre los ojos.

—¿Qué es eso?

—Uno de los Cinco Ritos.

—¿Una ceremonia religiosa?

La pregunta queda en suspenso en el aire, igual que el frío. Ninameen está bajando del pedrón. Él la sigue con torpes pasos, dando tumbos, tropezando en las grietas de la roca. Ella se vuelve, le alza suavemente del suelo, con una sonrisa y una mirada, y le hace ir flotando hasta el suelo. Clay aterriza de pie en la húmeda y cálida tierra. Ninameen le arrastra hacia el centro del anfiteatro, donde ya están reunidos los otros cinco. Todos han adoptado la forma femenina. Clay es incapaz de distinguir a Hanmer hasta que los demás pronuncian sus nombres con cascabelera precipitación: Bril, Serifice, Angelon y Ti. Sus cuerpos, esbeltos y desnudos, ondulan y relucen bajo la brillante luz solar. Forman un círculo, cogidos de las manos. Clay cree que se halla entre Serifice y Ninameen.

—¿Qué opinas, somos los buenos o los malos? —dice Serifice, suponiendo que sea ella, con un encantador tintineo.

Ninameen contiene la risa.

—¡No le confundáis! —grita alguien del círculo, la hembra que Clay supone es Hanmer.

Pero Clay está confuso.

Temporalmente saciado de su lujuria por Ninameen, Clay está obsesionado de nuevo por la rareza de estos seres y se extraña de que sienta interés sexual por ellos pese a que sean tan extraños. ¿Será a causa de alguna peculiaridad del ambiente? ¿O quizá cualquier agujero disponible sirve para el caso cuando estás atrapado por el flujo del tiempo?

Están bailando. Clay baila con ellos, pese a que no puede imitar los elásticos movimientos de esas piernas sin articulaciones. Las manos que agarra se vuelven frías. En su estómago brota un helado nudo de incertidumbre, Clay sabe que el rito de la Abertura de la Tierra está empezando. Un brusco embate de actividad vibra dentro de su cráneo. Su visión se nubla. Sus seis compañeras se lanzan hacia él y le estrujan con sus helados cuerpos. Él nota en la piel los rígidos pezones como si fueran nudos de fuego. Están obligándole a tenderse en el suelo. ¿Se trata de un sacrificio, y él es la víctima?

—Soy Angelon —canturrea Angelon.

—Soy amor —canta Ti—. Soy Ti. Soy amor.

—Soy amor —canta Hanmer—. Soy Hanmer.

—Soy Serifice. Soy amor.

—Soy Bril.

—Soy Angelon.

—Amor.

—Ninameen.

—Soy amor.

—Serifice.

El cuerpo de Clay se está expandiendo. Se está transformando en una malla de finos hilos de cobre que envuelve el planeta entero. Tiene largura y anchura pero no altura.

—Soy Ninameen —canta Ninameen.

El planeta está abriéndose. Clay penetra en él. Lo ve todo.

Ve los insectos en sus nidos y los reptiles nocturnos en sus túneles, ve las raíces de los árboles y arbustos, flores que se entrelazan, se retuercen y se extienden, y ve las rocas subterráneas y las capas de estratificación. Preciosos minerales relucen en la dividida corteza del planeta. Clay localiza lechos de ríos y suelos de lagos. Toca todo y es tocado por todo. Él es el dios durmiente. Él es la primavera que vuelve. Él es el corazón del mundo.

Clay desciende a los estratos más profundos, donde bolsas de petróleo rezuman tristemente a través de las capas de silencioso esquisto, y encuentra doradas pepitas que bullen y revientan, y vadea un claro y manso riachuelo de zafiros. Luego flota hacia la parte del planeta que fue hogar del hombre en una de las generaciones posteriores a la suya, y vaga admirado por vacías calles de pulcros y espaciosos túneles mientras serviciales máquinas matraquean sin cesar y se ofrecen para atender todas las necesidades de Clay.