Sin embargo, se dio cuenta de que su rostro estaba triste y sombrío y decidió darle la oportunidad de echarse atrás.
– ¿Podemos hablar un momento a solas? -le preguntó.
– ¿Qué ocurre? No tenemos mucho tiempo -contestó Jasim, acercándose a ella.
– No tienes por qué seguir adelante. Si no te quieres casar conmigo, vete -contestó Elinor bajando la voz-. Te prometo que no te impediré ver al niño. Por favor, no te cases conmigo por obligación. Nunca seríamos felices así.
Jasim la miró fijamente.
– Tenemos un futuro juntos porque vamos a tener un hijo. No te voy a abandonar.
– No quiero un marido sacrificado -declaró Elinor.
– No tenemos tiempo para estas tonterías -contestó Jasim, tomándola de la mano y tirando de ella.
La ceremonia fue breve. En un abrir y cerrar de ojos, Elinor se vio en otra limusina, con una alianza en el dedo anular, y yendo hacia una impresionante casa georgiana situada en el centro de la ciudad. Jasim se pasó todo el trayecto hablando por teléfono y Elinor se preguntó si volvería a tocarla algún día.
«He cometido un gran error. ¡Casarme con él ha sido un gran error y ahora es demasiado tarde!», se dijo.
– Vamos a comer -comentó Jasim, abriéndole la puerta de la preciosa casa-. ¿Por qué estás tan callada?
Elinor estuvo a punto de perder los nervios, de decirle que había sido una boda horrible, que lo había pasado fatal. Le había dado la opción de echarse atrás y él había decidido no hacerlo. Lo mínimo que podía haber hecho habría sido no ponérselo tan difícil.
Pero se calló porque estaban los guardaespaldas y el ama de llaves.
– Estoy un poco cansada -mintió.
– Acuéstate un rato -contestó Jasim, haciéndole un gesto al ama de llaves, que acompañó a Elinor a la planta superior y la condujo a una preciosa habitación.
Furiosa por cómo la había tratado, Elinor se sentía al borde de las lágrimas y decidió volver a bajar a hablar con él. Debía ser sincera con él para que Jasim supiera cómo se sentía y pudiera remediar su comportamiento.
Cuando se disponía a bajar, oyó el motor de un vehículo que se acercaba, se asomó por la ventana y vio que se trataba de la limusina de Yaminah. Ningún miembro de la familia real había acudido a la ceremonia, así que Elinor salió de la habitación y se dirigió a la escalera con curiosidad.
Desde allí oyó una voz que gritaba en francés.
– Conociste a esa chica por mi culpa -estaba diciendo Yaminah-. Es culpa mía por pedirte que fingieras interés en ella para apartar a Murad de su lado. ¡Y ahora resulta que te he arruinado la vida! ¡No me puedo creer que hayas hecho esto! ¡Ni siquiera le has pedido su beneplácito a tu padre para casarte con ella!
– El rey nunca hubiera consentido… -contestó Jasim con calma.
– Entonces, todavía estás a tiempo. Podrías anular el matrimonio. Da igual que esté embarazada. Eso no tiene por qué saberse -le instó Yaminah-. ¡Dale dinero o lo que sea, pero, por favor, no sacrifiques tu vida!
Elinor sintió que le habían atravesado el corazón con un puñal. Bañada en sudor, corrió al baño de su habitación y vomitó. Entonces, se dio cuenta de lo idiota que había sido. ¿Cómo se había creído que un príncipe tan guapo como Jasim pudiera estar interesado en ella? Lo había hecho porque Yaminah se lo había pedido para poner fin a una supuesta relación entre su marido y ella.
Ahora comprendía que a Jasim la situación se le había ido de las manos. Había accedido a ayudar a su cuñada y se había encontrado obligado a casarse con una mujer a la que apenas conocía porque se había quedado embarazada.
Elinor se lavó la cara y se dijo que le iba a hacer un favor: por el bien de los dos, se iba a ir.
En realidad, no había ningún matrimonio que hacer funcionar, nada por lo que luchar, ningún futuro en común y, desde luego, ninguna pasión que retomar. Toda su relación, de principio a fin, había sido un engaño, una gran mentira, una trampa.
Y ella había caído en la trampa como una tonta, había elegido creer que Jasim la encontraba irresistible a pesar de que ningún otro hombre la había encontrado irresistible nunca.
¡Qué vergüenza! ¡Qué humillación!
Elinor revisó su equipaje, que alguien había subido, sacó sus joyas, algo de ropa y su documentación y lo metió en una bolsa de viaje más pequeña. A continuación, se puso unos vaqueros y una cazadora.
Antes de irse, dejó su alianza sobre la mesilla de noche. Al quitársela, se sintió mucho mejor consigo misma. Jasim era un príncipe guapísimo y multimillonario, pero jamás olvidaría lo mal que se lo había hecho pasar.
No lo necesitaba en absoluto.
Tenía manos para trabajar y bastante dinero ahorrado, así que su hijo y ella podrían apañárselas muy bien solos.
Aun así, mientras salía de puntillas y sin hacer ruido de la casa, notó que se le saltaban las lágrimas. Una vez en la calle, apretó el paso mientras pensaba lo que iba a hacer para asegurarse de que Jasim no la encontrara por mucho que la buscara.
Si es que la buscaba, claro.
Capítulo 4
– Bueno, de acuerdo, pues ahora no estará ahí, pero estaba, os lo aseguro -comentó Alissa mirando por la ventana para ver si veía al joven que había visto antes-.Se ha pasado casi todo el día ahí, mirando hacia nuestra casa.
Lindy puso los ojos en blanco y miró a Elinor.
– Ninguna tenemos novio, pero atraemos a los raros -comentó la morena de curvas maravillosas-. Menuda suerte la nuestra.
Elinor no se rió. No le hacía ninguna gracia la situación. Cualquier cosa que se saliera de lo ordinario la llenaba de temor y la ponía a la defensiva.
Había pasado año y medio desde que había empezado una nueva vida.
Elinor se inclinó hacia Sami y le puso su pijamita con un estampado de coches. El bebé la miró con sus enormes ojos marrones. Tenía diez meses y era un niño encantador y extrovertido con mucha personalidad.
– A la cama -le dijo Elinor abrazándolo con ternura.
Normalmente, lo acostaba tarde porque el niño se pasaba casi todo el día en la guardería de la empresa en la que trabajaba en aquellos momentos y, de alguna manera, quería ganar tiempo para estar con él. Todas las mañanas, cuando lo dejaba en la guardería, se sentía culpable, así que las tardes, los fines de semana y las vacaciones se las dedicaba en cuerpo y alma a su hijo.
– Buenas noches, Sami -se despidió Lindy, acariciándole la cabecita-. ¿Queréis una taza de té? -les preguntó a sus amigas dirigiéndose a la cocina.
– Sí, gracias -contestó Elinor.
– Buenas noches -le deseó Alissa al pequeño cuando su madre pasó con él en brazos junto a ella.
Elinor entró en su dormitorio y depositó a Sami en su cuna. Como de costumbre, el pequeño protestó un poco, así que le contó un cuento y consiguió que se durmiera.
– Se te ha quedado el té frío -le dijo Lindy cuando volvió al cabo de un rato.
– No importa, estoy acostumbrada -contestó Elinor.
Alissa ya se había retirado a dormir.
– Cuando Alissa ha comentado lo del mirón te has preocupado mucho, ¿verdad? ¿Crees que podría ser el padre de Sami? ¿Era violento?
– ¡No, claro que no! -contestó Elinor.
– Quería saberlo por si acaso viene alguien preguntando por ti -le explicó Lindy, viendo palidecer a su amiga ante aquella posibilidad-. ¿Por qué estás tan asustada?
Elinor estaba muy acostumbrada a no hablar de su vida pasada y lo evitó una vez más a pesar de que Alissa y Lindy, además de compañeras de piso, se habían convertido en grandes amigas suyas.
– No era violento, pero… podría quitarme la custodia de Sami -contestó verbalizando su peor miedo.
– No te preocupes por eso. La custodia siempre se la dan a la madre. Sobre todo si, como en tu caso, no estáis casados.