– No me aproveché de ti en ningún momento -se defendió Jasim-. No estabas en tus cabales y no tomaste una buena decisión. No intentes recordarme mis errores. Concéntrate en los tuyos -añadió en tono burlón-. Te fuiste y me dejaste en una situación muy delicada. Sobre todo, con mi familia. Le tuve que decir a mi padre que me había casado, pero que no sabía dónde estaba mi mujer.
– ¡Cualquier mujer se habría ido después de una boda tan horrible! ¡Lo pasaste fatal y no podías esconderlo!
– Eso fue porque estaba actuando sin el consentimiento de mi padre -contestó Jasim, mirándola con frialdad.
– Te di la oportunidad de dar marcha atrás -le recordó Elinor.
– Palabras vanas imposibles de seguir. Negar a nuestro hijo la condición de heredero habría sido espantoso. Lo habría condenado a vivir siempre en la sombra. No habría podido conocer a mi familia ni reclamar lo que es suyo. Yo no habría podido soportarlo. Por eso tomé la decisión de presentarme ante mi padre ya casado contigo. No me hacía ninguna gracia, pero era la única salida.
– Me habría sido de mucha utilidad que me lo hubieras explicado -comentó Elinor, dolida-. ¡Me mantenías todo lo alejada que podías de ti! ¿Cómo iba yo a saber lo que estaba ocurriendo? ¡No te interesó nunca cómo me sentía y no te pienso perdonar jamás por ello!
Jasim se preguntó por qué las mujeres eran tan irracionales. Una boda era una boda y eso quería decir que seguían estando casados.
Elinor estaba guapísima. Al acalorarse, se le había subido el color al rostro y sus ojos brillaban como esmeraldas. Sin poder evitarlo, se encontró deslizando la mirada hasta sus labios y sus pechos.
– ¡No me mires así! -se indignó Elinor.
– Sigues siendo mi mujer y no he estado con ninguna otra desde la última vez que estuve contigo -contestó Jasim con naturalidad.
Elinor se quedó muy sorprendida, pues había creído que su matrimonio no era más que un formalismo, y no había esperado que Jasim le fuera fiel durante la separación. De hecho, siempre había creído que se habría divorciado de ella. Enterarse ahora de que había permanecido célibe, como ella, la llenaba de satisfacción.
– Sabía que te encontraría -comentó Jasim con voz ronca.
– Quiero ver a Sami -contestó Elinor, intentando romper la tensión sexual que se estaba formando entre ellos.
Jasim estaba encantado. Elinor estaba enrojeciendo por momentos. Hasta que se le ocurrió que todo aquello bien podía ser uno de sus montajes. Se hacía la tímida para impresionarlo. Era evidente que quería ganárselo, pues sería mucho más fácil manipular a un marido que la apreciara, que a uno que conociera sus vilezas.
Pero Jasim ya no estaba tan convencido de que Elinor fuera una cazafortunas sin escrúpulos. De haberlo sido, ¿por qué se habría ido justo después de conseguir casarse con él y sin pedir ninguna pensión de manutención millonaria? Sí, era cierto que tenía un anillo que valía una fortuna, pero su venta no la había librado de tener que trabajar. El modesto puesto que tenía tampoco encajaba con la imagen que Jasim había tenido de ella, lo que lo llevó a preguntarse cuánto querría a Sami. ¿Lo amaría de verdad o sólo sería un arma arrojadiza?
Elinor consiguió que Jasim la llevara a la habitación en la que dormía Sami. El niño estaba profundamente dormido. Una enfermera velaba sus sueños. La idea de poder perderlo la aterrorizaba. Su hijo era el centro de su vida.
– ¿Cómo podemos resolver esta situación? -le preguntó a Jasim.
– Sólo tenemos dos opciones: me llevo a Sami a Quaram yo solo o tú te vienes también en calidad de mi esposa -contestó Jasim, acompañándola de nuevo hacia la escalera.
– ¿De verdad crees que voy a aceptar cualquiera de las dos? -le increpó Elinor, furiosa, mientras volvían a entrar en la biblioteca.
– Si eliges quedarte en Londres, tendrás dinero suficiente para llevar una buena vida. De hecho, te compensaré muy bien por renunciar a Sami. Serías una mujer muy rica -le dijo Jasim para ver lo que contestaba y poder juzgar si quería o no a su hijo.
– ¿De verdad crees que te voy a vender a mi hijo? -se indignó Elinor.
– Eso depende de ti y no te pongas melodramática, por favor. No sería una venta.
– Me ofendes con tus palabras. Te recuerdo que he parido a Sami. Le di la vida porque lo amo y lo quería tener. Jamás se lo entregaré a nadie. ¡No pienso cambiar de parecer por todo el oro del mundo!
Jasim se acercó a ella.
– Me alegra oírte decir eso -le dijo-. Es evidente que Sami necesita a su madre. Me alegro de que hayas decidido venirte conmigo…
Elinor hizo una mueca de disgusto.
– ¿Tiene que ser así? Quiero decir… ¿no podría ser de otra manera? Podría instalarme en Quaram, pero no en tu casa. Así, podrías ver a Sami siempre que quisieras, pero no viviríamos juntos…
– No pienso dignarme ni a contestar a esa propuesta -contestó Jasim.
– Siento mucho molestar al señor con mis propuestas, pero todo esto es culpa tuya -le recriminó Elinor-. ¡Fuiste tú quien me sedujo, me llevó a la cama y no utilizó preservativos!
– ¿Hemos acabado ya con los reproches o todavía quedan más? -se enfadó Jasim-. Debemos dejar la rabia atrás y mirar hacia adelante. Yo vivo en el presente y, cuando miro a Sami, no veo el pasado, sino el futuro de mi familia…
– ¿Y qué ves cuando me miras a mí? ¡Seguro que un error que no tiene cabida en tu mundo!
Jasim deslizó la mano por la cadera de Elinor y la apretó contra su cuerpo para que sintiera su erección.
– Claro que tienes cabida -le dijo.
– ¡Eso es sólo sexo! -exclamó Elinor al borde de las lágrimas.
Jasim se apretó todavía más contra ella y Elinor sintió el magnetismo que había entre ellos y se estremeció.
– Creo recordar que a ti también te gusta el sexo, aziz -le recordó Jasim.
Elinor se sonrojó ante aquellas palabras. Por mucho que se empeñara en odiar a aquel hombre, lo cierto era que lo deseaba y aquello hacía que se odiara también a sí misma.
– Para que nuestro matrimonio funcione, vamos a necesitar mucho más que eso -comentó muy seria.
– Quédate conmigo esta noche -la instó Jasim-. Podemos empezar de nuevo.
Elinor sintió que la piel se le ponía de gallina, pero consiguió apartarse. No se fiaba de sí misma. No sabía controlarse en su presencia. Se dijo que el sexo no era importante para ella, que no podía serlo, que no podía permitirse caer a sus pies en cuanto Jasim le susurraba un par de cosas.
– Ni por asomo -contestó.
– Tengo que volver a Quaram pasado mañana -anunció Jasim-. Mi padre no está bien de salud y me necesita a su lado. Necesito que me des una contestación a mi propuesta cuanto antes.
Elinor se quedó anonadada de la rapidez con la que Jasim había vuelto a las cosas serias. ¿Y qué esperaba? Primero intentaba convencerla con arrumacos y, como no le daba resultado, se ponía serio y ordenaba.
Pero Elinor no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.
– Tú te educaste aquí en Inglaterra, ¿no? -le preguntó.
– A partir de los dieciséis años -contestó Jasim.
– Respeto profundamente a tu familia, a tu pueblo y la importancia que Sami tiene para vosotros, pero tengo intención de que se críe aquí. Dentro de unos años, cuando sea mayor y pueda decidir, que haga lo que quiera.
Jasim la miró muy serio.
– Imposible -declaró-. Yo recibí parte de mi educación en el extranjero porque no era el heredero. La educación de Murad fue muy diferente. Sami es mi primogénito y mi heredero. No puedo permitir que lo eduques aquí.
– No te estoy pidiendo permiso para nada -se indignó Elinor-. ¡Te estoy diciendo que no quiero vivir en Quaram!