Elinor miró a su alrededor y le gustó lo que vio, pero se preguntó por qué Sami tenía que dormir en el otro edificio. ¿Lo querrían apartar de ella?
– Estás muy callada -comentó Laila-. ¿Estás nerviosa porque vas a ser reina? -añadió-. A mí me encantaría… de no haberte casado tú con Jasim, seguramente lo habría hecho yo y sería yo la reina concluyó con naturalidad.
Elinor se quedó estupefacta.
– ¿Jasim y tú…?
– Mi tío quería que nos casáramos -contestó Laila sirviendo el té que les habían llevado-. Pero Jasim quería disfrutar de su soltería y, luego, de repente, apareciste tú.
– Ya.
– Así que todas mis esperanzas se fueron al garete -proclamó Laila, encogiéndose de hombros-. A menos, claro está, que quieras que lo compartamos.
Aquello hizo reír a Elinor.
– No es mi estilo, lo siento, Laila.
– Muchas mujeres comparten a sus hombres en Oriente Medio y les va muy bien, de verdad -insistió Laila-. Un hombre viril siempre quiere tener varias mujeres con las que poder dar rienda suelta a sus necesidades. Y para nosotras también es mejor porque, así, no busca fuera de casa lo que tiene dentro.
Elinor no se podía creer lo que estaba escuchando. ¡Laila hablaba en serio!
– Perdona, te he asustado -se disculpó la prima de Jasim-. Sin embargo, ten presente que lo que te he dicho es cierto. Mira lo que le pasó a Yaminah. Se negó a que Murad tomara una segunda mujer y, poco después, su matrimonio comenzó a hacer aguas por todas partes -añadió poniéndose en pie.
– Me arriesgaré -contestó Elinor-. No pienso compartir a Jasim con nadie.
– Para que lo sepas, todo el mundo en palacio comenta que Jasim te va a ofrecer ese arreglo y espera que lo aceptes -insistió la joven.
– Y yo quiero que sepas que cuento contigo para acallar ese absurdo rumor -contestó Elinor con firmeza.
¡La prima de su marido era venenosa como un escorpión!
Cuando se quedó sola, Elinor se dio cuenta de que estaba preocupada. Aquella mujer celosa y despechada le podía hacer la vida imposible.
Zaid, el mayordomo, le enseñó el resto de su nuevo hogar y Elinor descubrió sorprendida que había sitio más que suficiente para instalar a Sami. Gracias a Dios, Zaid hablaba inglés muy bien y pudo contestar a todas las preguntas de Elinor, que estaba horrorizada ante la falta de personalidad de las estancias, donde no había ni una triste fotografía.
Aquella casa parecía un hotel.
Elinor se estaba cambiando cuando llegó Jasim.
– Mi padre quiere que nos volvamos a casar -anunció.
– Vaya… con lo bien que te lo pasaste la primera vez… -bromeó Elinor.
Pero Jasim no se rió.
– No considera válido nuestro matrimonio civil y ya ha preparado todo para nuestro enlace aquí. No tenemos más remedio que obedecer. Nos casamos mañana.
– Qué prisas. ¿Podríamos recuperar a Sami antes, por favor?
– ¿Cómo recuperar? ¿Dónde está? -se extrañó Jasim.
Elinor le explicó 1o ocurrido.
– Pero si el personal de palacio hace siglos que no cuida de un bebé -suspiró Jasim, llamando a Zaid y dándole instrucciones-. A partir de ahora, Sami dormirá aquí.
Elinor sonrió encantada y siguió a Jasim al dormitorio. Una vez allí, se fijó en que parecía muy molesto.
– ¿Has discutido con tu padre? ¿Por la boda?
– No hemos discutido. Hemos tenido una diferencia de opinión, que no es lo mismo -contestó Jasim, quitándose la camisa-. No estoy acostumbrado a que nadie me diga lo que tengo que hacer, ni siquiera mi padre, y no me gusta. Resulta que, después de casarnos, vamos a tener que pasar un mes recluidos, los dos solos, para conocernos mejor.
– ¿Cómo dices? -se extrañó Elinor.
– Mi padre no confía en nuestra unión. El hecho de que desaparecieras después de la boda lo tiene confuso y, si nos divorciáramos, la monarquía sufriría un gran revés. Está convencido de que nuestro matrimonio sólo irá bien si me olvido de mis responsabilidades durante un tiempo y me concentro única y exclusivamente en Sami y en ti.
– Oh…
– No son más que tonterías. Mi padre está muy enfermo y lo último que necesita es tener más trabajo -continuó Jasim, quitándose la camisa con impaciencia-. Llevo un tiempo intentando aligerar su agenda, pero, si yo no estoy… no superaría otro ataque al corazón…
– ¿Y por qué insiste?
– En esta familia somos así de cabezotas -contestó Jasim-. Unos somos cabezotas y otros mentirosos, ¿verdad, Elinor? No puedo soportar vivir con una mentirosa.
Elinor lo miró con la boca abierta.
– ¿A qué viene eso ahora?
– Le he preguntado a mi padre por tu estúpida historia sobre Murad y tu madre, y me ha dicho que no tenía ni idea de lo que le estaba contando -protestó Jasim, iracundo-. Mi hermano jamás le pidió permiso para casarse con ninguna mujer que no fuera Yaminah.
– Eso no es posible. Mi madre en persona me lo contó muchas veces. Fue algo muy importante en su vida. No tenía por qué mentirme…
– Tú eres la que miente -la interrumpió Jasim-. ¿Por qué no admites la verdad? ¡Murad te regaló el anillo porque entre vosotros había algo!
– ¡Eso no es verdad! -gritó Elinor.
Jasim se quitó los calzoncillos y Elinor no pudo evitar quedarse mirando. Aunque estuvieran discutiendo, su desnudez la turbaba.
– ¡Si no fuera porque me consta que eras virgen, te echaría ahora mismo de palacio! -exclamó Jasim, enfadado-. Eres una furcia que acepta un anillo que vale una fortuna de un hombre casado y, luego, se acuesta con su hermano.
– ¡No me llames furcia! – se defendió Elinor siguiéndolo al baño-. ¡Fuiste tú el que vino a por mí! -le recordó.
Jasim se metió en la ducha y abrió el agua. Estaba disgustado por haber creído en ella lo suficiente como para sacar el tema delante de su padre. Había querido creer su versión de los hechos porque la verdad era insoportable: estaba casado con una mujer avariciosa, mentirosa e inmoral que había utilizado sus encantos para manipular a su hermano.
A pesar de todo, Elinor no parecía avergonzada. Estaba rabiosa y lo miraba enfurecida.
Pero Jasim no se dejó impresionar. Había intentando engañarlo y se merecía todo lo que le estaba diciendo.
– Fuiste tú el que vino a por mí -insistió Elinor.
– Y tú no te resististe precisamente -le recordó Jasim-. ¿Por qué te ibas a resistir? -se preguntó en voz alta-. Era mucho mejor partido que Murad, pues no estaba casado. ¿Cómo no ibas a querer acostarte conmigo?
– No me puedo creer que me estés insultando de esta manera…
– ¿Ah, no? -repitió Jasim mientras se enjabonaba-. Será porque mi hermano era mucho más delicado con las mujeres que yo.
– Se supone que eres mi marido -contestó Elinor-. ¿Cuándo vas a empezar a comportarte como tal?
– Cuando tú dejes de mentir -contestó Jasim-. Quiero que me cuentes toda la verdad y la quiero ahora mismo. ¿Hasta dónde llegaste con mi hermano? No debió de ser una tontería cuando te dio ese anillo…
– No has comprendido nada y no pienso contestar a esas preguntas -contestó Elinor muy enfadada-. No pienso volver a casarme contigo, te lo advierto. ¡Ya tuve bastante con una vez!
– No estás en posición de amenazarme. No me obligues a contarle a mi padre el sórdido flirteo que hubo entre Murad y tú. Si lo hago, efectivamente, no habría boda, pero te encontrarías volviendo a Londres. Sola.
Elinor se estremeció.
– No me amenaces.
– En Quaram, puedo hacer lo que me dé la gana, aziz -contestó Jasim mirándola con desprecio.
– ¿Por ejemplo tomar una segunda esposa? -se burló Elinor.
Jasim se quedó petrificado.
– ¿Te crees muy graciosa?
– Eso es lo que me ha dicho tu prima Laila que me ibas a proponer.
– Ella jamás diría una cosa así -se indignó Jasim-. Es todo cosecha tuya. Te encanta mentir y meter cizaña. Hace más de un siglo que en este país se dejaron de hacer esas cosas. No seas tan esnob con tus prejuicios.