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– ¡Yo no tengo prejuicios! -se defendió Elinor.

Jasim se envolvió en la toalla con la que se había secado y salió del baño. Elinor lo siguió, sospechando que había caído en una trampa. La prima de su esposo había conseguido lo que se proponía: enfrentarlos.

Era evidente que Jasim se sentía profundamente herido por su sugerencia.

– Ese comentario ha sido de muy mal gusto -insistió Jasim-. Deberías estar avergonzada. Me voy a cenar con mi padre. Nos vemos mañana.

Elinor se cruzó de brazos y apretó los labios. Estaba furiosa por cómo la estaba tratando, tan furiosa, que podría haberse puesto a llorar de rabia.

– ¿Y a mí qué me importa? -le espetó.

– Ten cuidado con tus modales y mañana no comentes delante de mi familia nada que tenga que ver con temas espinosos como el de las diferencias culturales -le indicó Jasim-. Recuerda que tu comportamiento nos afecta a Sami y a mí.

– Intentaré no avergonzar a nadie -contestó Elinor mortificada.

Desde la ventana, observó cómo Jasim se vestía a la manera tradicional. Sin mediar palabra, Jasim abandonó el dormitorio.

Veinte minutos después, le llevaron a Sami y lo instalaron en la habitación que había frente a la de sus padres. Cuando su hijo se hubo dormido, Elinor aceptó la cena que Zaid le había preparado.

Se sentía fatal.

Laila la había engañado, le había hecho creer que su esposo se disponía a tomar una segunda esposa y ahora Jasim creía que se había burlado de él y de sus tradiciones. Además, la tenía por una mentirosa porque su padre no había confirmado la relación que había habido entre Murad y su madre. Y si el rey no podía hacerlo, ¿quién?

¿Lo habría olvidado o de verdad no sabría nada?

Fuera como fuese, Jasim estaba convencido de que había intentado seducir a Murad para robarle el marido a Yaminah y ocupar su lugar, pero había cambiado de parecer cuando él más joven y soltero, había aparecido en escena.

¿Qué tipo de relación iba a tener con el padre de su hijo ahora?

Capítulo 8

Elinor se despertó antes del amanecer porque había oído voces.

No había dormido bien. Se había pasado toda la noche recordando la discusión con Jasim. Al principio se había dicho que tendría que haber sido más tajante, incluso que tendría que haberle dado un ultimátum. Luego, se había preguntado de qué le servía toda aquella ira que le impedía encontrar paz en su interior. Ahora, le dolía la cabeza, sentía el cuerpo cansado y los ojos hinchados.

No se podía creer que se fuera a casar por segunda vez.

Se incorporó lentamente y se percató de que todavía no había amanecido del todo, así que buscó la lámpara que había en la mesilla de noche.

– Buenos días -la saludó Jasim.

Era lo último que Elinor se esperaba

– Hola -contestó confusa al ver la silueta de su esposo junto a la cama.

Se había cambiado de ropa y no iba tan elegante como de costumbre. Llevaba vaqueros y una camiseta de algodón, el pelo revuelto, y no se había afeitado, lo que extrañó a Elinor. Pero lo que llamó poderosamente su atención fueron sus ojos.

– Perdona por despertarte, pero no podía dormir -se disculpó Jasim-. Ayer por la noche nos despedimos en muy malos términos y no debía haber sido así. Perdí los estribos y me mostré grosero y cruel contigo.

– Sí… -murmuró Elinor.

Le costó hablar, pues en su interior se estaba librando una verdadera batalla. Jasim parecía realmente abatido y no podía seguir odiándolo así. Lo que más le apetecía en aquellos momentos era tocarlo, abrazarlo, tenerlo cerca y, de hecho, cuando habló, alargó una mano hacia él.

Jasim se apresuró a tomársela.

– Cuando te imagino flirteando con Murad, me enfado tanto que no soy capaz de controlar la ira -confesó.

Elinor comprendió que eran celos lo que hacía que Jasim se comportara así, y le hizo una señal para que se sentara en la cama a su lado.

– Nunca flirteé con Murad -le aseguró-. Nunca. Tu hermano siempre me trató como si fuera mi padre. Todo lo que hablamos en privado lo podría haber dicho delante de su mujer o de cualquier otra persona. Siempre se mostró amable conmigo, pero eso es todo.

Jasim la miró a los ojos y exhaló lentamente.

– Intentaré aceptarlo. No es que no quiera creer la historia que tú dices que hubo entre mi hermano y tu madre…

– Precisamente por lo que hubo entre ellos, comencé yo a trabajar en casa de tu hermano y estamos hoy aquí.

Jasim se perdió en las profundidades verdes de los ojos de su mujer y decidió no darle más vueltas al asunto e investigarlo por su cuenta. Era consciente de que tendría que haber hablado directamente con Murad, pues él le podría haber contado la verdad de primera mano, pero no lo había hecho y ahora su hermano había muerto.

Por primera vez, se preguntó si no habría malinterpretado la relación que había habido entre Murad y Elinor. Al fin y al cabo' jamás había sido testigo de ella.

– Espero que no te tomes a mal esto que te voy a decir… ayer dijiste que Murad había tenido aventuras extramatrimoniales… ahora entiendo por qué Yaminah lo acompañaba a todas partes, claro… creo que su mujer sospechaba de todas las mujeres que estaban cerca de él y, con ese pasado, estaba más que predispuesta a creer que su marido estaba teniendo una relación con cualquiera, incluso con la niñera.

– Crees que Yaminah vio lo que no era.

– Una vez se me quedó mirando fijamente porque Murad y yo nos habíamos reído de algo que había dicho Zahrah. Yaminah no habla inglés, lo que era un poco extraño. Yo creo que tu hermano me tenía aprecio por lo que mi madre había significado pata él. Tal vez, Yaminah malinterpretó ese afecto, no lo sé. Lo que sí sé es que Murad jamás me hizo ninguna proposición deshonesta.

Jasim no se podía creer que su hermano, al que le habían gustado siempre las mujeres, hubiera pasado por alto la belleza de Elinor, pero no quería que aquel asunto siguiera separándolos.

– Yo también tengo mis razones para desconfiar de las mujeres -comentó, acariciándole la mejilla a Elinor-. Hace tres años estuve saliendo con Sophia, una mujer de familia inglesa aristocrática. Pensé en casarme con ella. Me parecía una mujer buena e íntegra, pero la prensa me sacó de mi error y me hizo ver cómo era en realidad…

– Vaya… -contestó Elinor más pendiente del dedo con el que Jasim le estaba acariciando el labio inferior que de la conversación-. ¿Y cómo era en realidad?

– Había tenido una ajetreada vida social, había consumido todo tipo de drogas y se había operado para que le restauraran el himen para hacerme creer que era virgen -contestó Jasim riéndose mientras sus ojos se deslizaban hacia el escote del camisón de Elinor, desde donde se veían sus pechos de porcelana-. En el fondo, aquello me importó poco. Lo que no pude soportar fueron las mentiras que me había contado. Me había engañado como a un tonto.

Elinor percibió la amargura y el orgullo herido y comprendió que Jasim tenía miedo de volver a caer en la misma trampa.

– Pero no creerás que todas las mujeres somos iguales, ¿verdad?

– Ahora mismo, no sé qué creer, aziz -contestó Jasim-. La verdad es que ahora mismo todo eso me da igual -añadió inclinándose sobre ella y apoderándose de su boca.

La urgencia de su beso dejó a Elinor anonadada, pero se fue tan repentina y rápidamente como había surgido.

– No me puedo quedar -anunció Jasim-. Ya casi ha amanecido y se tardan horas en preparar a una novia para su boda.

Elinor se sorprendió del profundo deseo que tenía de mandar al garete sus deberes para con la ceremonia y decirle que se tumbara a su lado y le hiciera el amor. Gracias a Jasim estaba explorando su propia pasión y aprendiendo sobre ella.