– Necesito unos minutos para poder salir de tu habitación. No vaya a ser que me encuentre con alguien en semejante estado… -comentó Jasim.
Elinor se sonrojó al verlo acercarse a la ventana con la entrepierna visiblemente abultada. Por otra parte, ser ella la causa de semejante deseo, ser capaz de despertar en él aquella pasión la llenaba de satisfacción.
Jasim apagó la luz antes de irse y Elinor se estiró a placer y retozó en la cama pensando en el día que tenía ante sí, que ahora se le antojaba resplandeciente porque no había ni una sola nube de miedo ni de inseguridad para estropeárselo.
Un rato después, la despertó una adolescente de nombre Gamila que le indicó en un inglés impecable que tenía el desayuno servido.
– Muchas gracias -contestó Elinor.
A continuación, se levantó y se puso un batín. Mientras lo hacía, se fijó en la almohada que había junto a la suya y que estaba sin tocar. Al hacerlo, sintió un profundo dolor en el pecho.
¿Cómo era posible que un hombre al que hacía poco tiempo creía odiar significara ahora tanto para ella?
– El príncipe Jasim nos ha indicado que le preparáramos un buen desayuno – comentó Gamila.
– Me gustaría ver a mi hijo antes-contestó Elinor.
– El joven príncipe aún duerme -contestó la criada-. He ido a verlo hace poco. Es un bebé precioso.
Elinor sonrió encantada.
– ¿Verdad que sí?
Elinor bajó al comedor y descubrió que había un desayuno estupendo esperándola. También se dio cuenta de que tenía hambre, así que disfrutó del café, los cereales y las pastas con miel.
Mientras desayunaba, oía el ajetreo de la casa. Había gente yendo de un lado para otro y se oían voces femeninas aquí y allá.
No había ni rastro ni de Jasim ni de ningún otro hombre.
Cuando hubo terminado de desayunar, la condujeron de nuevo arriba, donde le lavaron el pelo varias veces y se lo enrollaron en una toalla mientras le preparaban un baño de espuma. Ella observó encantada cómo vertían aceite esencial de jazmín en el agua, que cubrieron de pétalos de rosa.
Elinor se metió en el agua y dejó que los aromas la envolvieran. Jamás había disfrutado de un placer tan grande. Fue un verdadero sacrificio salir y envolverse en una toalla.
A continuación, Gamila le sugirió que se pusiera ropa informal para cruzar al edificio principal de palacio. Una vez allí, Elinor descubrió que había varias mujeres esperándola.
Sabía que allí las mujeres se hacían la cera para eliminar el vello corporal y, aunque no le hizo mucha gracia, accedió. Aunque no fue una experiencia tan desagradable como había creído, disfrutó mucho más del masaje de cuerpo completo que le ofrecieron después. A medida que las manos de la masajista obraban su magia y la tensión iba desapareciendo de sus músculos, se quedó dormida.
Cuando se despertó, se encontró con que le estaban haciendo la manicura y la pedicura. Completamente descansada, observó interesada el proceso. Tras pintarle las uñas, le dibujaron preciosos motivos con henna en manos y pies.
Se preguntó si a Jasim le gustarían aquellos elementos tradicionales en ella y sonrió.
Fue un gran alivio que Laila no se encontrara entre el séquito de mujeres que la estaba acicalando, porque no sabía si habría sido capaz de mantener la calma.
Le llevaron a Sami cuando le estaban alisando el pelo. El niño le dio un gran beso y se sentó en su regazo, muy intrigado por la actividad que había en torno a su madre. Todas las mujeres demostraron sin reparos la adoración que sentían por el hijo de Jasim y, cuando Sami bajó al suelo a jugar, lo colmaron de atenciones y de mimos, lo que hizo las delicias del pequeño.
Para terminar, la maquillaron y la condujeron a otra estancia, donde la esperaba un vestido de novia de corte occidental. Elinor se quedó perpleja, pues había contado con ir vestida a la manera tradicional del país.
El vestido elegido era precioso, blanco y brillante, como si llevara estrellas cosidas. Ese era el efecto que tenían los miles de cristalitos que cubrían la delicada seda y que reflejaban la luz.
Cuando se lo puso y se miró al espejo, Elinor se quedó maravillada.
Era el vestido de novia de sus sueños.
Lo cierto era que el estilo de aquel vestido occidental no iba mucho con las manos y los pies decorados con henna, pero se dijo que poco importaba y se puso unas preciosas sandalias blancas a juego.
Para terminar, le pusieron un recogido de flores en el pelo del que colgaba un fino y pequeño velo y le llevaron un cofre lleno de joyas.
– Regalo de su prometido -le dijo Gamila.
Todas las mujeres aguardaron expectantes a que Elinor lo abriera. Y todas se llevaron la mano a la boca cuando vieron el impresionante collar de diamantes con pendientes a juego que había en el interior.
Incluida Elinor.
Aquel aderezo le iba perfecto con el escote barco del vestido.
Elinor bajó en el ascensor con las demás mujeres, charlando y riendo. Al llegar y cuando las puertas se abrieron, una niña le entregó un ramo de rosas blancas.
Momentos después, vio a Jasim, que iba ataviado con un traje gris hecho a medida. Cuando sus miradas se encontraron, Elinor sintió que el corazón y el estómago le daban un vuelco, al tiempo que una enorme sensación de alivio se apoderaba de ella.
«Estás preciosa», articuló Jasim con los labios.
Elinor sonrió encantada, pues no se esperaba todo aquel despliegue de lujo y cuidados. Le habría encantado tener un momento a solas con Jasim para preguntarle ciertas cosas, pero no pudo ser, pues los condujeron a una estancia llena de gente.
Y allí se volvieron a casar.
Un intérprete estuvo al lado de Elinor durante toda la ceremonia y le fue traduciendo lo que se iba diciendo.
Jasim y Elinor intercambiaron alianzas.
Por supuesto, Elinor ya conocía su anillo, pero ahora le gustaba todavía más que antes.
Una vez concluida la ceremonia, posaron para el fotógrafo.
– ¿De dónde ha salido el vestido? -le preguntó Elinor a Jasim en voz baja.
– Lo han traído de Italia esta mañana.
– Me encanta. ¿Y el collar?
– Es tradición que el novio regale un collar de diamantes a la novia.
Tras las fotografías, trajeron dos sillas de mano y ayudaron a ambos a subirse, lo que fue motivo de sinceras risas. A continuación, los condujeron a un salón lleno de flores donde los ayudaron a bajar y donde Jasim y Elinor saludaron a sus invitados.
Elinor se quedó helada al ver avanzar hacia ella a un hombre alto de barba cerrada.
Se trataba de Ernest Tempest, su padre.
Al llegar frente a ella, la tomó de las manos y frunció el ceño.
– Jasim insistió en que viniera. Mi mujer no ha podido acompañarme porque no aguanta estos calores. Bueno, veo que te las has apañado muy bien -comentó-. ¿Quién lo iba a decir? La verdad es que nunca creí que llegaras a nada.
Hacía dos años que Elinor no veía a su padre, pero no había cambiado en nada. Le sorprendía que Jasim hubiera conseguido hacerle volar hasta Quaram para asistir a su boda. Seguramente, el hecho de que se lo hubiera pedido un príncipe heredero había sido significativo.
– Me alegro de que hayas venido -le dijo amablemente-. ¿Te vas a quedar mucho tiempo?
– Unos días. Hay un par de excavaciones arqueológicas muy interesantes en el norte y tu marido ha organizado una visita guiada -contestó su padre-. Parece de los que sabe cómo hacer las cosas para salirse con la suya, ¿eh?
– Sí -contestó Elinor, mirando a Jasim y haciendo un gran esfuerzo para no reírse.
Tras aquella breve e inconsecuente conversación, Ernest se fue y Elinor se giró hacia su marido.
– No esperaba ver aquí a mi padre -murmuró.
– Es el único pariente que tienes, pero te aseguro que no lo habría invitado si hubiera sabido que te iba a decir que jamás esperó que llegaras a nada -contestó Jasim visiblemente dolido por cómo había tratado su suegro a su mujer-. Quería que nuestra boda fuera muy especial esta vez.